miércoles, 26 de diciembre de 2007

Sorpresa (y decepción) del cartonero

El cartonero part-time encuentra junto a unos árboles, en la cuadra de su casa, kilos de papel blanco que, presuroso, rescata. Nota que son apuntes estudiantiles y supone que se trata de algún adolescente que terminó su año lectivo, o viceversa…
Más tarde, clasificando el material para venderlo, descubre que son apuntes de la carrera de periodismo de la UCA pertenecientes a una vecina de dos casas más allá de la suya.
No solo hay apuntes y fotocopias sueltas: algunos cuadernos, un libro de inglés, fotos y CDs de trabajos prácticos, prospectos de pastillas anticonceptivas, un cronograma de su escasa dieta, dirección, teléfono y mail, una radiografía de un hueso indescifrable, presupuestos de restaurantes, una lista de invitados…
Así, el cartonero part-time se reencuentra con Weber, Marx, Comte y otros científicos sociales, o lo que hayan sido, a los que conoce de su trunco paso por otras aulas; se interesa en materias como Metodología y Redacción Periodística, desecha los apuntes de Teología, y, sobre todo, se encuentra con una ventana inesperada a la vida de otra persona, y con toda la energía que implica una cursada universitaria concentrada en esos papeles, y a la vez expulsada radicalmente de esa vida.
¿Por qué tiró todo? ¿Se recibió? ¿Dejó poco antes de terminar? ¿Se hinchó las bolas mal? ¿La lista era para una fiesta de casamiento? ¿Se mudó? ¿Se mudó porque se casó? ¿Se murió? Esas preguntas y una sorpresa incompartible hacen que piense en escribirle… una notita bajo la puerta: nop, de esas ya hubo tantas sin respuesta que podría publicar una antología. Mejor un mail.
Quizá se haya sentido identificado, o copartícipe de esa energía, de cómo queda arrumbada en la basura, de anotaciones como “¡BASTA! ODIO LA FACULTAD!!!!!!!!”.
El mail no viene de vuelta, pero tampoco es respondido; y la ansiedad con que esperaba esa respuesta los primeros días previsiblemente se trueca en el amargor de la leve decepción que trae el silencio.

Lisa Simpson se angustiaba en unas vacaciones al darse cuenta de que cuando era ella nadie le daba bola, y cuando era otra… tampoco. El cartonero part-time, que no es ni cartonero ni universitario, y tal vez ni siquiera persona, no encuentra un resquicio para desinvisibilizarse ni siendo él, sea lo que fuere eso, ni dentro de las fuerzas hipergravitacionales de las miradas que lo atan a su realidad módica, ni aun desde la anomalía “menos que zero” del lugar imprevisto.

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