martes, 15 de abril de 2008

¿Crónica de un infarto anunciado?

(...)
Así, despertándome todas las veces que sean necesarias hasta no poder dormirme de nuevo, viviendo agotado, con el ritmo del sueño cortado, durmiendo siestas de dos horas, y otra vez el ruido, y cierro la ventana, bajo la persiana, cierro la puerta, y sigo escuchándolos, sigo vibrando al ritmo de estos soretes mal cagados. La siesta es una quimera; el descanso de los fines de semana, una utopía; y la angustia no me deja dormir aunque haya silencio porque sé que me voy a despertar sobresaltado. El aire sacudido por estas lacras me va a explotar en la cara, en el cuerpo, estremecido por cada ladrido, que puede ser el primero de una andanada de incontables ladridos (no es metáfora: ladra tan rápido que no le puedo contar los ladridos); por cada vibración de los graves del parlante, que puede ser la primera de la música ensordecedora; por cada palabra estentórea, que puede ser la primera de una charla que no me interesa oír…
Exhausto física y mentalmente, me despierto con dolores en el pecho, del lado izquierdo, que continúan, con intervalos, por varios días. Y cada vez que suena el timbre de la vecina, anticipo los ladridos con que el perro ametralla, y siento que mi corazón se estremece y se estruja como el de Homero Simpson cuando tuvo que ser operado por el doctor Nick Riviera.
Los reclamos fracasan, estas lacras proceden con el desparpajo y la desconsideración de Mr. Magoo, como si el mundo terminara en su ombligo, como si no hubiese nadie a su alrededor. Y mi frustración crece a medida que no encuentro cómo solucionar el problema. Y desde una soberbia que violenta, descalifican, denigran e insultan, y pinchan muñequitos onda magia negra…
En el diario aparece una nota cuyo título dice “El ‘agotamiento vital’ podría alertar a algunas personas de un infarto inminente”. Dice que sus principales características son la pérdida de la energía, el aumento de la irritabilidad y un sentimiento de desmoralización, y llama a conservar la calma por las mañanas (sí, justo cuando me despiertan una y otra vez), ya que a esa hora aumenta la producción corporal de sustancias vasoconstrictoras llamadas catecolaminas. Y añade que numerosas investigaciones asocian ciertos estados psicológicos con episodios coronarios agudos, como el infarto, el preinfarto y la muerte súbita.
Mientras, sigo agobiado en el desasosiego, con esa presencia continua –ahora mismo los oigo hablar aunque tengo las ventanas cerradas– en mi casa, que dejó de ser mía. Sin control sobre mi sueño, mi salud, mi calma, veo cómo trizan mi calidad de vida, haciendo crecer mi odio hasta que se me vuelva inmanejable.
Hace unos meses advertí que estaba por enfermarme, y nadie me dio pelota. Y me enfermé. Lo volví a advertir en febrero, y siguen ignorándome.
Hay gente más joven que yo que ya palmó de golpe. Espero no ser el próximo, pero me temo que esto va a terminar mal.

Carta a Ricardo Roa, de Clarín

Acerca de su nota del jueves 10 referida a la prostitución y al escrache protagonizado por diversas personas y organizaciones en un prostíbulo ilegal (como si hubiese prostíbulos legales…), quiero señalar mi profunda discrepancia acerca de algunos de sus juicios y mi asombro por la omisión de algunos datos.
No se trata de una cuestión moral, como la que lleva a Clarín a evitar –¿censurar?– palabras como “cola”, “lolita” o “burro” en los avisos que a diario llenan una página en el rubro 59 (redituándole cerca de 40000 pesos por día, IVA excluido); no es una cuestión de moral, o de moralina, o de discriminación, como la que lleva a ese diario a no publicar avisos de prostitutas embarazadas. Es una cuestión de actuar cuando se comete un delito, como la misma nota describe, al menos el de reducción a la servidumbre, obligando a las mujeres a vivir en “cubículos de 1,20 por 2 metros, con un inodoro, un lavabo y poco más”.
Defender el papel de la Policía, que “hizo lo lógico, mantenerse al margen”, sin mencionar lo que es vox pópuli, la connivencia de la Policía con los proxenetas (cuando no la convivencia en la misma persona), la cual incluye también a miembros del Poder Judicial, es inexcusable.
Mezclar, como Ud. hace, la prostitución con las redes de explotación, poniendo nuevamente el tema en el terreno de la moral, es incurrir en una falacia. La prostitución, como Ud. dice, es un hecho, y seguirá siéndolo, como lo es el deseo sexual. Las redes de explotación, que violan sistemáticamente los DD. HH. ante la impavidez del Estado –la que sin malicia puede entenderse como anuencia–, son otra cosa.
La ilusión de que las mujeres que ejercen la prostitución son “trabajadoras” tal vez sirva para calmar las conciencias de algunos; la realidad las muestra ahorcadas económicamente, sin otro saber en la mayoría de los casos, prostituyéndose muchas veces en lugares donde se las obliga a prácticas sexuales riesgosas para su salud y la de los clientes; “viviendo” en el prostíbulo, eufemismo por una cuasi esclavitud, que en muchos casos prescinde del “cuasi”; expuestas a un sistema donde son rápidamente desechables, donde por cada una que se enferma, se rebela, se deteriora mental o físicamente, o es asesinada, hay 10 o 20 que pueden reemplazarlas, paraguayas, dominicanas, misioneras, formoseñas, del tercer cordón del GBA, de todos lados…
Efectivamente, la cultura del escrache se ha extendido y ha servido como excusa para el surgimiento público de patoteros, autoritarios y otros impresentables. Sin embargo, debe decirse que esa forma de reclamo surge cuando todas las vías orgánicas han sido agotadas y estas no han dado respuesta; muchas veces, ni han prestado atención.
Por lo demás, la nota de la página central y su columna nada dicen acerca de la veracidad de las denuncias: parecen limitarse a la descripción y a la opinión, dejando de lado la información y la investigación.

Fin de año

Este es el verdadero fin de año. Cada noche empieza un toque antes, cuando aún rige la lógica vespertina, y cada vez más temprano coexisten la luz solar con la artificial en las calles, lo que me angustia de manera indecible.
Se va en fade, sutilmente, sin brindis ni pirotecnia; sin balances, proyectos ni otras palabras de la terminología económica; sin payasadas rituales, vacías de contenido, como todas las ritualidades.
El túnel de un nuevo invierno acecha, oscuro e incierto, mientras ponemos en circulación las frazadas y comenzamos a engrosarnos con pulóveres y camperas.
Cada calorcito puede ser el último. Te cae la ficha una tarde cualquiera, en el cíber de la mamá de Martina, cuando la luz cambia entrando por los ventanales a eso de las 6 y poco, o cruzando una avenida: los autos que vienen ya encendieron sus luces, y también los negocios de la vereda a la que vas llegando, aunque todavía sobrevive la luz solar.
Desde el primer asiento de un viejo 134 ves cómo se agrisa el cielo en el oeste, se arrebola, y en veinte minutos se escapa el día y se instala la que puede ser la última noche de remera. Así de rápido e ineluctable se fue el año.
Para mañana está anunciada lluvia.

Beast of burden

Pegado a la vereda izquierda de la avenida, un chabón de pelo corto, que difícilmente tenga más de 20 años, reducido a la condición de bestia de carga, tira de su carro a eso de la 7 de la tarde: las dos manos empujan el travesaño a la altura de su pecho.
Lo acompaña una mujer, morocha, o sucia, o ambas cosas. Está embarazada, tal vez de 6 meses, y su panza escapa bajo el pulóver marrón que se engama perfectamente con su pelo, su piel y la bolsa del carro.
Los para el semáforo de Boedo, como al 97. Antes de que la luz cambie a verde comienzan a cruzar, y se detienen en la otra esquina: ella se agacha y revuelve la basura: rescata algo, descarta lo otro, mientras su bestia de carga espera.
Y siguen caminando. Y deteniéndose.
El colectivo retoma su marcha y los pierdo de vista.
Desde el bondi sí se ve. Desde al lado parece que no.
Solo se verá la consecuencia en forma de bolsas rotas y desperdicios desparramados que darán letra a la remanida queja. Tal vez si los miles de cartoneros tomaran las armas, si asaltaran la ciudad, si todos, en vez de hurgar entre nuestros desechos, salieran a robar lo que no desechamos, los veríamos mejor.

Haiku nipón-misionero

Hombre feliz
no usa camisa.

El oscuro agujero de la infancia

Toda mi infancia no fue otra cosa que una época de desesperación. Mis padres no me querían y yo tampoco los quería. No me perdonaban el haberme hecho. En toda su vida no me perdonaron el haberme hecho. Si existe el infierno, y naturalmente que existe el infierno, dijo, entonces mi infancia fue el infierno. Probablemente la infancia es siempre un infierno, la infancia es el infierno, dijo. Da igual qué infancia sea: es el infierno. La gente dice que ha tenido una hermosa infancia, pero, sin embargo, fue el infierno. La gente lo falsifica todo, y falsifica también la infancia que tuvo. Dice: “Tuve una hermosa infancia”, y, sin embargo, solo tuvo un infierno. Cuanto mayor se hace la gente, tanto más fácilmente dice que tuvo una hermosa infancia, cuando, sin embargo, no fue otra cosa que el infierno. El infierno no va a venir. El infierno ha sido, dijo, porque el infierno fue la infancia. ¡Cuánto me costó salir de ese infierno!, dijo ayer. Mientras vivieron mis padres, fue para mí un infierno. Mis padres impidieron todo lo que había en mí, interior y exteriormente. Me protegieron casi hasta matarme con un continuo mecanismo de opresión, dijo. Mis padres tuvieron que estar muertos para que yo pudiera vivir. Cuando mis padres murieron, reviví yo. […]
La infancia es el oscuro agujero al que se es precipitado por los padres y del que hay que salir otra vez sin ninguna ayuda. Pero la verdad es que la mayoría de los hombres no consigue salir otra vez de ese agujero que es la infancia. Durante toda su vida están en ese agujero y no salen y se amargan. Por eso están amargados la mayoría de los hombres que no salen del agujero de su infancia. Hace falta ya un esfuerzo sobrehumano para salir del agujero de la infancia, y si no salimos suficientemente pronto del agujero de la infancia, de ese agujero más oscuro que ninguno, nunca saldremos de él, dijo. Mis padres tuvieron que estar muertos para que yo saliera de ese oscuro agujero de mi infancia, dijo. Tuvieron que estar definitivamente muertos, realmente, para siempre, ¿sabe usted?, para salir del agujero de la infancia. Mis padres hubieran preferido meterme inmediatamente después de nacer en su caja fuerte, con sus joyas y sus valores, dijo. Yo tuve unos padres amargados, dijo, que padecieron toda su vida esa amargura. En todos los retratos que tengo de mis padres y siempre que los veo, veo su amargura. Casi no hay más que hijos de padres amargados, y por eso todos los padres parecen tan amargados. La amargura y la decepción marcan todos los rostros. Apenas se pueden encontrar otros. Se puede andar por ejemplo durante horas por Viena viendo sólo amargura y decepción en todos los rostros, y en el campo no es distinto. También los rostros del campo están llenos de amargura y decepción.
Mis padres me hicieron y cuando vieron lo que habían hecho se asustaron y hubieran preferido hacer que no hubiera sido hecho, y como no podían meterme en su caja fuerte, me arrojaron al agujero negro de mi infancia del que mientras vivieron no volví a salir. Los padres hacen siempre sus hijos en una forma irresponsable, y cuando ven lo que han hecho, se asustan. Por eso, siempre cuando nacen niños vemos solo padres asustados. Hacer un niño y dar una vida, como se dice hipócritamente, no es al fin y al cabo otra cosa que traer al mundo y echar al mundo una abrumadora infelicidad, y de esa abrumadora infelicidad se asustan todos una y otra vez. La naturaleza ha hecho siempre necios de los padres, dijo, y de esos necios, niños infelices en oscuros agujeros de la infancia.
La gente dice con mucho desenfado que tuvo una infancia feliz, mientras que, sin embargo, tuvo una infancia infeliz, a la que solo escapó con el mayor esfuerzo y por esa razón dice que tuvo una infancia feliz, porque se escapó del infierno de su infancia. Haber escapado de la infancia no quiere decir al fin y al cabo más que haber escapado del infierno, y entonces se dice que este o aquel tuvo una infancia feliz, y se es así indulgente con los progenitores, los padres, con los que no hay que ser indulgente. Decir que se ha tenido una infancia feliz y ser así indulgente con los padres no es al fin y al cabo más que una bajeza sociopolítica. Somos indulgentes con los padres en lugar de acusarlos durante toda la vida del crimen de engendrar seres humanos, dijo ayer. Treinta y cinco años estuve encerrado por mis padres en el agujero de mi infancia, dijo. Treinta y cinco años me oprimieron por todos los medios posibles, me torturaron con sus métodos espantosos: no tengo por qué tener la menor consideración con mis padres, no se merecen la menor consideración, dijo. Cometieron conmigo dos crímenes sumamente graves, dijo; me engendraron y me oprimieron. Me engendraron sin consultarme, y cuando me engendraron y me arrojaron al mundo, me oprimieron. Cometieron conmigo el crimen del engendramiento y el crimen de la opresión, y me arrojaron en el oscuro agujero de la infancia con la mayor brutalidad paterna posible.

(Maestros antiguos – Thomas Bernhard)

El oscuro agujero de la infancia (bis)

Me dijeron que me calle,
que no hay mucho más que ver.
Me dijeron que me vaya,
que me deje de joder…
Me metieron en un rollo
que al final no sé muy bien cómo se sale…
Me pregunto en qué pensaban
cuando estaban por coger.
No, no, no…

Que te escupan en la cara,
que te duela hoy más que ayer;
que te chupen en la cana,
que te enseñen a perder…
Ya no quiero levantarme paranoico
en el medio de la noche.
Ya no quiero que me agarren esta vez…
No, no, no.
Esta vez no.

A la luz de las estrellas,
a las piedras de Belén…
A las tetas de Gioconda,
a los múltiplos de tres…
Me dirijo hacia ese punto donde hay algo
y a la vez no existe nada.
Me pregunto qué otra cosa puedo hacer.
No, no, no…

(A las piedras de Belén - Pito Fáez)

Despenalización

Toma vuelo, y es vista como señal de progresismo en algunos sectores, y con una sonrisa china en otros, el proyecto de despenalizar el consumo de ciertas sustancias que impulsa el Gobierno y que tiene en el ministro ex prófugo Aníbal Fernández a su principal vocero.
Ayer paso por el Cenareso y descubro en un panel desvencijado qué quiere decir esa sigla: Centro Nacional de Reeducación Social…
Mientras, los lugares privados análogos suelen escudarse en lo religioso, en el nazismo llamado conductismo o en la psiquiatría que admite el tratamiento electroconvulsivo para ciertas enfermedades.
Mientras, en algunos de esos lugares, como los sucedáneos de la granja del pastor Novelli, la fucking “clínica” de Ibicuy y tantos otros, se violan descarada e impunemente los derechos humanos con “tratamientos” basados en la humillación, la despersonalización y la degradación, e imperan normas absurdas y arbitrarias impuestas y controladas por desdentados descerebrados con la cabeza quemada (no por las sustancias cuyo consumo se jactan de haber abandonado, sino por su propio modo de ser, adquirido o no), movidos por la fe de los conversos, la insensatez de los movimientarios y la embriaguez que produce el poder, esa clase de poder, en esa gente.
Mientras, el caso de los policías de la custodia de Aníbal que volcaron en Salta con una camioneta llena de merca sigue en el limbo.
Al respecto, yo sólo puedo decir una cosa.
Alza las manos si quieres fumanchear, alza las manos…
Alza las manos si tú quieres jalar, alza las manos…



Perdón, no puedo seguir escribiendo: tengo las manos levantadas.

Buenos Aires-Grozny

Hay zonas de Buenos Aires que se parecen a Grozny, o a Beirut, después del bombardeo, en la época de la reconstrucción: edificios demoliéndose, terrenos vacíos, cimientos erigiéndose, retroexcavadoras y camiones hormigoneros a full.
La reactivación económica sigue la huella de su antecesora modelo noventa y poco, y Caballito, Villa Urquiza y otros barrios son despojados de la fisonomía que se hizo tradicional e injertados con edificios todos iguales, ventanales, columnas, cámaras y guardias de seguridad, estacionamientos cuya chicharra compite con la del garaje de al lado, balcones aterrazados, ladrillo a la vista, madera, espejo y grasa…
Lo que hasta hace poco salpicaba la imagen de esos barrios y le daba un toque más, ahora va por la homogeneidad, borrando cada vestigio, cada recuerdo del barrio, tornándolo doblemente irreconocible: irreconocible porque en él no queda nada del pasado cercano, e irreconocible porque no puede distinguírselo de otro barrio.
Sin embargo, en Achával y Bilbao descubro un jazmín en flor y en perfume en abril; y en Puan persisten la casona que recordaba y su floripondio, más rosa y menos amarillo que en mi memoria, ahora al lado de un edificio nuevo cuya medianera cae en picada, vertical y gris, junto a las plantas.

Busco venganza

Me enferman algunas situaciones. Me enferma alguna gente.
Me enferman literalmente, me joden la salud, aniquilan mi calidad de vida, me hunden en la anemia y el desánimo.
Me enferma no poder resolverlas, no poder crear un consenso que ayude a resolverlas.
Pero lo que más enferma es no encontrar la forma de vengarme de los miserables de mierda que me enferman.

Señalética necrofílica (II)

Frente al hospital Garrahan, en la calle 15 de Noviembre, está el Comando de Sanidad del Ejército Argentino, donde el conscripto de guardia Hernán Invernizzi, quien militaba en el ERP, entregó su puesto permitiendo el avance de un grupo de ese ejército que pretendía tomar la unidad militar.
En el combate subsiguiente murieron integrantes de las fuerzas del Estado. Posteriormente, el gobierno constitucional condenó a muerte a Invernizzi por traición a la Patria, y luego la pena fue dejada sin efecto.
A una cuadra del Departamento de Policía, por la calle Moreno, está el edificio donde los Montoneros pusieron una bomba que mató a 24 personas, el atentado con explosivos más mortífero en la historia del país hasta que ocurrió el de la AMIA.
En ninguno de los dos lugares hay una placa que recuerde estos hechos ni a los agentes estatales que murieron en esas acciones guerrilleras, ni cualquier otra referencia a tales acontecimientos.

¿Por qué no la antropofagia? (II)

En el campo suele comerse vacaray, es decir, ternero nonato.
¿Y por qué no comer humano nonato? Mataríamos dos pájaros de un tiro: ayudaríamos a mitigar el hambre y sumaríamos una razón para despenalizar el aborto.

Pettinato dixit

Yo no pierdo con Tinelli.
La que pierde con Tinelli es la patria.

Bajó el cartón

Mi encarnación cartonera va a vender cartón. Acomoda las cajas desarmadas y dobladas en sendas bolsas de Lave-Rap y comienza a caminar las 23 cuadras que la separan del depósito.
La última vez que lo hizo fue en diciembre, y estaba a 0,50 el kilo, lo que, sumado al hecho de que había llevado siete kilos y medio sin sentir que realizara un gran esfuerzo, la alentó a rescatar cajas de las calles, y no solo diarios, más prácticos para cargar por su tamaño, y papel blanco, más caro.
En el camino encontró un par de cajas más en una zona de negocios, y las cargó, medio a las apuradas, no fuera cosa de que estuvieran reservadas para otro colega. Mi encarnación solo cartonea part-time, y no tiene 100% claro el tema de las reservas, los códigos, las zonas con dueños de hecho…
De pronto, una bolsa cede, y la que llevó como repuesto no sirve para nada, pero las manchas granates en ella revelan una herida sangrante: se cortó un dedo, seguramente desarmando una caja, con la trincheta o con la misma caja, e iba chorreando sangre sin notarlo. Debe cargar la bolsa rota bajo el brazo, forzando la cara interna del codo, y así sigue andando.
(Durante el trayecto, una nena de 3 o 4 años le clava los ojos y le sonríe, y ella-él-yo le devuelve la sonrisa y la saluda. Más adelante, mira a una chica razonablemente linda, que le corresponde la mirada y le dice “hola”, y él-ella-yo, cargado e incómodo, solo dice “hola”, y no atina a seguir la conversación, pedirle el teléfono, algo…).
Llega al depósito, extrañamente vacío, y luego de unos instantes el empleado nota su presencia, y ella-él-yo, la de él, y lo atienden: “Cuatro y medio”, sentencia, y la cajera, Pámela (sí, con acento), que bajó de peso y está más interesada en charlar con un tipo que en saludar, saca la cuenta en la calculadora, anota 1,55 y me paga 1,50.
Me voy. Encuentro unos travas, alguno interesante al golpe de vista (pero no da mirar mucho), charlando en la otra esquina, huelo un olor dulce y saco la cuenta mentalmente: 0,35 el kilo de cartón.



En el descampado frente al Garrahan unos chabones, botella de cerveza en la mano y sol en el torso, me piden una moneda: “Estoy caminando”. “Dale, una moneda”, insiste el vocero del grupo, tal vez el único que reparó en mí, comenzando un movimiento hacia la vereda. “Vengo de vender cartón”. “Ah, todo bien”, dice, o algo así, y me da su enhorabuena de pulgar. “Y encima bajó el precio…”. “¿Qué?”. “Que bajó el precio: 0,35”, digo yo, subiendo la voz para que me oiga sin tener que acercarme, mientras me arrepiento de no haber concluido el diálogo con su ademán, y dibujo un saludo en el aire para dar por terminada la charla antes de que los demás me noten. Ya sabés, no soporto a la gente.

Sensación muy agradable

¡Estrenar un par de medias!

viernes, 4 de abril de 2008

Hablando por fonética

El otro día paso junto a una cancha de papi fútbol a la vera de la autopista. Un gato blanco, todo blanco, el único habitante de la cancha a esa hora de la tarde, se arrima lentamente hacia el alambrado que la separa de la vereda. Yo maúllo, como suelo hacer cuando me encuentro con un gato: ellos, entonces, se acercan, o miran y mueven las orejas, a veces me contestan los maullidos y hasta me siguen.
El gato blanco de paso majestuoso se acerca al alambre, hincha el lomo, se frota contra las cuadrículas de la cerca, deja que le haga una breve cosquilla.
Como siempre que hablo el idioma gatuno por fonética (como siempre que en la calle le devuelvo la sonrisa a un bebé, o se la busco), rápidamente la comunicación se choca contra su misma imposibilidad; entonces, comienzo a caminar, y él me sigue, separados, los dos, por el tejido. Sigo maullando mientras caminamos en paralelo. Al final, se acaba la alambrada, hincha de nuevo su lomo y lo pierdo de vista siguiendo mi camino hacia la nada.
Esto iba a ser otro post, pero tiene que ver: el día después del primer cacerolazo leo un blog que suelo leer, y su autora lo critica con argumentos que me resultan tan lejanos, cuando no absurdos (“patriciado terrateniente”, “la gente defiende al campo y sus latifundistas”). Hay un enlace en un comentario, y en el blog enlazado no solo se lo critica, sino que se cae en el maniqueísmo y la puerilidad: “conmovedor cacerolazo careta”, “los barrios opulentos de la capital” y la cantinela de asociarlo con los que golpeaban las puertas de los cuarteles. (Faltaba que hablen del “paro extorsivo”, como C5N).
Basta para mí.
Unos días antes, la autora de aquel blog responde un comentario mío escribiendo su comment en un post que no escribí yo, en la transcripción de una canción…
Y este blog, que carece de etiquetas, de imágenes y de lectores (al menos, de lectores que dejen comentarios, salvo la gentil susodicha), tan al pedo y tan pelotudo, o no, pero siempre invisible, me hace sentir muy solo, muy incomunicado, hablando por fonética…
Mientras, escribo esto una mañana en la que no me despierto sobresaltado por los ladridos del perro de la vecina únicamente porque no pude dormir por la angustia y la opresión en el pecho que me produce la certeza de que me van a despertar todas las veces que sean necesarias hasta que ya no pueda volverme a dormir. (Y también son fonética las palabras con las que me quejo de esa reventada gorda de mierda y su cancerígeno séquito).
La intersección (la mímesis) de lo formal da lugar a un atisbo de comunicación que termina diluyéndose inexorable y repetidamente, agobiadoramente, en su propia ajenidad.

Cuando yo me propongo algo

Nunca lo consigo.
Hincho las pelotas, termino molestando y dando lástima. O vergüenza.
Pero conseguirlo, never…

Plaza 9 de Julio, Posadas

La tarefa sucede en cualquier parte.
De voz en voz circula la noticia
y en camiones sin baranda,
en carro, a pie,
va la familia entera
con los trastos a cuestas.
El sol ya los sorprende con las manos
en los gajos, las hojas
de la yerba,
cuando no es el tabaco,
la carpida
o lo que venga.
Duermen bajo el sobrado
y a puro tereré, mate y reviro
desgranan las jornadas.
Suerte de pobres, dicen.
Sin infancia, los hijos.

Y como no hay cosecha
–los piquetes, los cortes de la ruta–,
se han venido a la plaza, en este invierno
tan crudo y cruel y despiadado
como en el monte o en el campo.
Sólo que allá ya no tenían qué comer.
Ni qué ponerse.

La gran ciudad los mira,
pero no los quiere ver.

Y por si fuera poco el sufrimiento,
la fatiga y el hambre,
esta mañana gélida una niña
ha dado a luz.
Es una beba, dicen.
(¿Del Yasí, del Pombero?).
La niña madre acuna a esta otra niña
que habrá de repetir la misma historia
de su madre y su abuela.

Si es que llega.

(Rosita Escalada Salvo)

Macri es puto

Macri es peor, es amigo de Videla (y PRO es gatillo fácil), es racista, va a privatizar el polideportivo, es puto, tiene plata porque roba, va a aumentar el bondi, es amigo de Menem…
Todas esas cosas, y muchas más, es Macri para quienes mandaron pintar casi todas las paredes de, por lo menos, los barrios que más camino.
Extrañamente, no les resulta contradictorio que, cuando todos hablan de inseguridad –y él mismo se hace eco de las demandas vinculadas a ese tema tomando el asunto como una bandera de su discurso–, el gobierno municipal levante los corredores de seguridad que se habían establecido en inmediaciones de varias escuelas de distintos barrios.
¿A quién le vas a ir a cantar si violan a una pendeja o atropellan a un pibe? ¿A Telerman, a Ibarra o a Gardel?
Cuánto cartón pintado, Mauri. -- ¡Cuánto marketing ecuatoriano!
Te veo poca vida.

You can’t call her garca

Te da laburo en negro.
No te dice que los pagos pueden atrasarse.
Y los pagos se atrasan cada vez más, cada mes más.
Primero te da la nota desgrabada; después, tenés que desgrabarla vos: ella se ahorra pagarle la desgrabación a la otra, pero a vos no te paga más.
Te hace ir cuatro veces para garparte 200 mangos de a puchitos (100, 50, 0, 50).
Te bardea diciéndote “genio”, “le vamos a dar el premio Nobel”, etc.
Abusa de una confianza que nadie le dio.
Te paga con un billete de 50 que tiene las medidas de seguridad adulteradas y te lo da doblado en cuatro para que no te des cuenta.
No te hace firmar ni un recibo informal.
Te vende todo el tiempo la posibilidad de que surjan nuevos laburos, de los cuales se concreta solo uno, por el que te paga 15 mangos (no, no hay errata). Es decir, el equivalente a menos de dos horas de trabajo doméstico.
Para tapar las mentiras que inundan su modus operandi, decide que las notas dejan de ser anónimas, pero, inconsultamente, ella o su obesa adlátere deciden que se firman con seudónimo. (Y seguís siendo tan invisible como cuando eran anónimas, y, salvo ella y la gorda bailarina, nadie sabe que laburás ahí, y no tenés modo de reclamar judicialmente, no solo por eso, sino porque es “antieconómico” recurrir a la justicia por 400 mangos, según dice el abogado que consulté).
No te dice que va a dejar de darte trabajos, pero lo hace, sin haber pagado los trabajos realizados y sin decir cuándo va a pagarlos.
Tenés que dejarle varios mensajes en el contestador –porque nunca atiende el teléfono– preguntando qué pasa, hasta que por fin dice (en realidad, le hace decir a su obesa empleada) que “la semana que viene” va a pagarte. “La semana que viene” es la semana más larga de la historia: dura más de dos meses.
Se escuda en la fama de quien la emplea y dice que el tipo no le garpó.
Tarda dos meses en pagarte 15 pesos (sí, no hay errata).
Arguye que se confundió y por eso te pagó de menos (bueno, lo arguyó su rechoncha esbirra) cuando pagó 115 de los 415 que correspondían según lo acordado verbalmente al comienzo de la relación, aquella noche en que, mientras hablábamos por teléfono, yo veía el capítulo de los Simpson en el que van a adoptar un bebé chino y, cuando me preguntó si quería cobrar por nota o por mes, le dije “por mes”.
Te amenaza con que va a contar que le reclamaste el pago y no vas a trabajar nunca más.
Te dice –con una convicción patológica– que hizo famosos a no sé cuántos y que la llaman desesperados para pedirle que les dé aire.
Te dice “poco profesional”, pero la que escribe mal los nombres de los periodistas es ella (y vos tenés que googlear medio internet para saber cómo se llama el chabón en cuestión y su ignoto programa o para averiguar si se trata de María Esther Sánchez o de María Isabel Sánchez, porque hasta eso confunde).
Finalmente, te dice que quiere verte para pagarte, pero varias veces te cambia el lugar y la fecha y la hora.
Te hace ir a un lugar y no está.
Te dice que te llama a tal hora, y pasan más de dos horas y no llama, y pretende que estés como una novia ansiosa esperando su llamado porque se enoja cuando finalmente llama y no la atendés.
Te dice que delegó en la otra persona el pago, usando el argumento que le diste en un mail que le mandaste (¡sé más original!). Eso ocurre en una conversación telefónica que, según la abogada con la que hablé después, seguramente estaba grabando.
Te llama siete veces seguidas –pero seguidas, eh– cuando durante meses no te llamó ni para decir que el laburo terminaba o seguía o qué pasaba.
Te manda un mail firmado por un abogado, “encargado de asuntos legales” de su empesa unipersonal, amenazando con acciones legales.
Te denuncia porque inventa una historia cibernética –sí, con los mismos argumentos del mail– y tenés que ir a la comisaría, ensuciarte los dedos, etc.
No podés probar nada de lo que decís acá, salvo, quizá, la relación laboral. Y ni siquiera tengo certeza de eso porque, casualidad, el 99% de los mails fueron con la gorda que laburaba para ella, no con ella.
Y encima no podés decir que es una garca del orto.
Ni una mafiosa.
Ni una judía de mierda.

(¿Ves? No se puede).

Me signan la carga y el rencor

Cuando te fuiste
y el ángel me gastó,
invencible,
conté los minutos
de ese increíble
rato de dolor.

Resistiendo el frío
y la tormenta roja,
se destruye
la ya conocida,
la que huye,
la parca que moja.

Vi ensordecido
la negación.
Guerra tras guerra
marchan tus labios
y esos ojos enredados.
Lo dicho ya está jugado.
Practico el olvido,
practico el perdón,
practico la carga y el rencor.

Practico el olvido,
practico el perdón,
me ganan la carga y el rencor.

Termino furioso,
tiempo encarnado en sal,
y rebusco
sin perder el paso.
Cayó en desuso
tu cariño, tu bien y tu mal.

Vi ensordecido
la negación.
Guerra tras guerra
marchan tus labios
y esos ojos enredados.
Lo dicho ya está jugado.
Practico el olvido,
practico el perdón,
practico la carga y el rencor.

(Los Visitantes – Guerra tras guerra)

Jack Bauer

La serie “24” ya es de culto, y Jack Bauer aparece hasta en los re conservadores Simpson (ya hablaremos de eso).
Me llama la atención que el nuevo héroe, incluso de los que buscan en la tele cierta novedad pretendidamente intelectual, sea un tipo que tortura a otro hasta que se le muere, y entonces lo revive con una inyección en la garganta para seguir torturándolo; un tipo que, atado a una silla, mata a su captor –árabe– mordiéndolo en la yugular; un tipo que por teléfono le da instrucciones a otro sobre cómo matar a un malo, cómo agarrarlo por la espalda, cómo inmovilizarlo, cómo y dónde cortarle el cuello.
(Y eso pasó sólo en los dos o tres capítulos que vi haciendo zapping cuando Fox puso en el aire veinticuatro horas consecutivas de “24”).
Aquí, un párrafo de Fabián Casas al respecto:
Algo en el pathos de la saga es similar a ver un partido de Rafael Nadal. El tipo es una máquina anatómica que llega a todas (puede jugar un partido entero sin parar de correr, como Bauer), un superhombre que se la pasa festejando hasta los tiros que envían sus adversarios a la red. Un infradotado que me hace extrañar a ese personaje beckettiano de los setenta: el sueco Björn Borg. Alguien con elegancia en el sufrimiento, como pedía Hemingway.
(El resto, en el sitio del autor).

Para torturadores y parapoliciales, prefiero a George Cowley y sus lacayos Bodie y Doyle.

Cumpleaños

¿Quién fue el pelotudo que inventó la celebración de los cumpleaños?
Ahora que vemos cómo se inventan celebraciones, tipo San Valentín, Halloween y demás boludeces, me pregunto cuándo habrá sido, y por qué mierda prendió en la gente.
Los regalos, los gritos, porque cada vez más parece que no puede festejarse sin gritar ni hacer quilombo, la alegría obligatoria…
Eh, boludo, ¿no tenías otra cosa mejor que hacer, la concha de tu madre?

Pintada

Paso por Bonifacio y Miró, y la casa de la esquina, que debe de estar abandonada, o, al menos, muy descuidada, sigue en pie entre todos los nuevos edificios.
Como siempre que la vi, su frente está colmado de pintadas. Me reencuentro con una, que está allí al menos desde 1996, y que me vuelve a interpelar, ahora doblemente: “Ando ganas… Llora mi pena por vos”.
La miuurrrda que pasa el tiempo.

Marketing

“Seasen flete”, se lee, pintado a mano, con pincel y pintura negra, en la caja de la F-100 vintage que traslada una columna de cartoneros desde el Sur del Sur del conurbano.
¡Si hubieras puesto el teléfono, te hacía la publicidad acá, master!
Pero el marketing suburbano se basa en el boca a boca.