jueves, 26 de junio de 2008

La pizza es con muzzarella

El queso fresco no hace que parezca más casera: sólo más fea.

Los Sliderboys

My baby left me…
My baby left me,
my friends are hidden
behind an answer machine,

And I’m alone,
all fucking alone,
with my faithful blues.

My bed is empty…
My bed is empty,
my room is cold,
there’s no phone numbers to call,

And I’m alone,
all fucking alone,
with my faithful blues.

The sun is rising…
The sun is rising,
the night has gone,
another day is dawning,

And I’m alone,
all fucking alone,
with my faithful blues.

When I am sleeping,
when I’m awake,
when I am talking
to anyone,
they’re with me the entire time,

And I’m alone,
all fucking alone,
with my painful blues.

If they don’t leave me…
Don’t leave me soon…
I won’t be able to breath… anymore

Este tema hubo de formar parte del primer disco de los Sliderboys, “Blues austero”, que también hubo de incluir dos covers: “Cars hiss by my window” de los Doors y “Sacúdeme la vida” de Manal.
Pero nunca aprendí a tocar la guitarra como Robby Krieger ni como Peter Green; ni siquiera como Jeremy Spencer…

Casa tomada

Los estrepitosos ronquidos de la vieja conchuda de arriba me despiertan en el medio de la madrugada. Luego de maldecirla en silencio por infinita vez, me muevo en la cama. ClondePamela (cuando está desnuda) está despierta y me dice algo: los ronquidos no me permiten entender. “¿Qué?”.
–¿A vos también te despertó la vieja?
–See.
–Está enferma. No puede roncar tanto…
–Seee.
El perro hace unos ruidos, como saltando de la cama, y corre nervioso, dejando oír el sonido de sus uñas contra el parqué. Los ronquidos cesan, y, después de un lapso, inconmensurable en la oscuridad, comienza el toc toc de los pasos rumbo al baño.
Se oye el ruido del meo cayendo en el lago artificial del inodoro, un silencio, la descarga del depósito, que termina simultánea con el toc toc del retorno.
Los pasos concluyen justo sobre mi cabeza.
ClondePamela se mueve en la cama, tal vez girando sobre el eje de su cuerpo y acurrucándose, y trata de volver a dormir. En un par de horas el despertador perruno, o el teléfono sonando con la campanilla en máximo, nos obligará a levantarnos.
(Y, dormidos o despiertos, seguirá rebotando en nosotros el aire que esta vieja desplaza; seguirá su presencia, permanente y fatal, en mi casa).

Iris Cantante

Esto es re de pendejo jeropa, pero es así.
A veces uno se cuelga mirando un programa de tele porque le gusta una minita que aparece en él. Y no hablo de las terribles bestias que muestran el orto en lo de Tinelli. Son minas más comunes, que están buenas y ameritan unas pajas, y, dios lo permitiera, unos buenos pijazos; pero que interpelan desde la normalidad de su belleza.
A alguno le gustará Maby Wells; a otro, alguna de las hermanas Pais, o Paula Fatic (la personal trainer del programa de la Fulop), o una novata panelista de un programa de chimentos, o una cocinera de Utilísima o la chica del curso de computación de canal nosécuánto.
Bueno, yo descubrí a esta mina, Iris Cantante, que es una decoradora, o algo así, que participa en un programa de canal Gourmet donde reforman restaurantes para ponerlos de nuevo en valor. Y la guacha me pudre la cabeza, está bárbara!!!!!!!! Es re linda de cara, y uno pagaría por más primeros planos, y hasta es tan “común”, pese al piercing en la nariz y al tatoo en la muñeca, y al design que la signa, que tiene una media ausencia en el comedor, arriba, a la izquierda.
Casi siempre usa ropa holgada, como si estuviera embarazada (ñam ñam); pero no es así. En algunos programas apareció con jeans y ropa al cuerpo, y no tiene kilos de más que ocultar: está para darle como rengo a la muleta.
Me re ultra super mega archi recontra cabe, y encima con ese acento extranjero, que presupongo francés, pero que no se distingue del todo, que la hace más interesante, vení que te enseño a hablar en porteño, te enseño a pedir basta, perra!!!!!!!
Bueno, hasta aquí lo que puedo decir de ella. Ahora me voy a clavar otra en su honor.

Ahí mataron a Vandor

La anchura adoquinada de Brasil parece detenida en el tiempo. Ayuda el marco: el tránsito escaso, de personas y de autos, salvo la incesante frecuencia del 32; los árboles, casas viejas, casi centenarias, edificios de otra época, del boom edilicio que parece haber vivido el barrio a finales de los 60 o principios de los 70.
Doblando por Rioja, a mitad de cuadra, las chapas pintadas de verde protegen un baldío. Se ve un portón de madera con el número desdibujado en tiza, y el cartel de la inmobiliaria “vende”, semicubierto por otro, “vendió”.
Seguramente construirán un edificio de departamentos.
Ahí mataron a Vandor.

La mentira del silencio en el tenis

Nos venden que el tenis es un deporte de suma concentración, donde hay que hacer silencio desde que el jugador saca, y si cae un papelito en la cancha, se para el partido y el punto se juega de nuevo, y toda una parafernalia de silencio, con periodistas murmurando y aindamáis… “¡Silencio, por favor! Gracias…”.
Pues bien, el otro día estaba mirando Wimbledon, y, como en otros torneos grandes, las canchas están una junto a la otra, como se ve en las tomas aéreas, y las tribunas, a veces muy pequeñas, espalda con espalda unas con otras. Así, cuando hay exclamaciones, aplausos, ovaciones en una de ellas, se escucha en la cancha de al lado.
Y los de esa cancha de al lado… siguen jugando como si nada. Es más: a mí, como espectador pavloviano –que ha incorporado indisociablemente la secuencia punto terminado/aplauso–, me descolocaba ver que seguía el juego cuando había un aplauso de fondo, pero a Del Potro y a Wawrinka parecía no incomodarlos en absoluto.
Por cierto, Del Potro parecía un clon de Palo Pandolfo… (Y Palo cada vez se parece más al Gallego González).

lunes, 23 de junio de 2008

Pequeña estafa en un cyber

En Caseros entre Catamarca y Esteban de Luca, justo donde dobla el 134, hay un locutorio y cyber. Un papel pegado en la puerta anuncia los precios: 1,25 la hora; 1 mango, 45 minutos. Es barato, tiene el precio en la puerta, muy bien, entremos.
El chabón que atiende, un pibe joven, de barba, que habla de un modo afectado, me trata de usted y me asigna la máquina 1. Me llama la atención que la compu no tenga la barra que suelen tener las máquinas de otros cyber, en la parte superior de la pantalla, donde se indica el tiempo y el dinero consumido. Me fijo en el reloj de la compu, y son y 53.
Hago lo mío, e y 37 me levanto y, retóricamente, le pregunto al chabón, que se llama Federico, según lo oí, cuánto tiempo pasó. Hace un gesto, como concentrándose, o tratando de recordar, mientras levanta la cabeza y ¡mira el reloj que está en la pared, cuyas agujas marcan que son menos veinticinco pasadas!: me dice que en cinco minutos se cumple una hora. Es decir, me está cobrando 1,25 por 45 minutos; es decir, me está afanando 25 centavos o 10 minutos.
Es su palabra contra la mía, y es un módico estafador. Calculo que no vale la pena discutir por 25 centavos (pero sí contarlo), aunque el estupor malhumorado que me acompañará en las cuadras siguientes hace que me cuestione mi decisión.
Le digo que me quedo esos cinco minutos, boludeo un toque, le pago y me voy.

Apología de la adicción

“A que no podés comer sólo una”.

Mogólicos

Algunos bienpensantes, o biendicentes, se escandalizaron con las declaraciones de Pergolini acerca del ciego que baila en el programa de Tinelli y con su sugerencia de “poner mogólicos” a bailar para estimular más el morbo de los espectadores y tener más rating.
(¿Viste, Mario?: todavía escandalizás).
Y otros muchos en los medios aprovecharon la movida para pasarle facturas a Mario Daniel, para quedar bien con Tinelli, para llevar agua para su molino; lo del noticiero de canal 13 me hizo acordar a Jacobson dando información de Gran Hermano en el noticiero del 11. Hasta Lanata opinó (boludeces), diciendo que “es mogólico, sí, y quiere bailar, ¿no puede?”. (Más o menos como una ignota chimentera del cable que decía: “Si Serafín quiere bailar, ¿no puede participar?”, porque en esa lógica todos se llaman por el nombre de pila). Y otros bienpensantes, los de siempre, alentaron el debate: ¿qué nos pasa a los argentinos?
La verdad que no entiendo cuál es el problema. Y me descorazona que haya sido EL tema en los medios, trascendiendo el micromundo cada vez más extendido de Tinelli y sus repetidoras. Ponele que realmente no hayan entendido lo que entendí yo. ¿Qué molesta? ¿Decirles mogólicos a los mogólicos? ¿Decirle ciego a un ciego? ¿O es que no se usó la expresión políticamente correcta, “capacidades diferentes”? ¿O es que estamos re a favor de la integración y la no discriminación, pero hay cosas que siguen siendo innombrables? ¡Yo también soy no vidente, porque no soy vidente!
(Por lo demás, ¿de qué capacidades diferentes me hablan? ¿De la de poder empujar la silla de ruedas? ¿De la de hacer toc toc con el bastón blanco, de la de leer Braille? ¿O del desarrollo de la intuición de los ciegos para evitar pisar la caca de perro en la calle? Todos tenemos capacidades diferentes de las que tienen los demás, y para tener la capacidad de hablar por señas no hace falta ser hipoacúsico).
De este modo, María José Lubertino, directora del INADI, encontró una oportunidad inmejorable para cultivar su vocación mediática, y salió por todos lados, y hasta lo citó a Pergolini para que aclare sus dichos, o algo así. (La última vez que Lubertino se presentó en elecciones sacó 2100 votos. Y fue premiada con este cargo, que le permite tener un programa en el cable y satisfacer sus deseos de Figuretti progre).
El funesto Tinelli sigue lucrando con el morbo de los ciegos, los pijudos y los ortos de fantasía, y encima queda como el progre, cuando fue él quien llevó a un deficiente mental a bailar a otro programa que tenía y se le cagó de risa en la cara.
El yoyega se mandó un speech prefabricado y habló de lo superadas que están estas cosas en su país y de la integración que hay en la sociedad española. Claro, se olvidó de que España construyó un muro en las colonias de Ceuta y Melilla para que los africanos no ingresen en su territorio; de que en su país se agrede, se insulta y se esclaviza a los africanos y a los latinoamericanos; de que su propio Gobierno progre tiene un cupo de gente a la cual deportar desde el mismo aeropuerto, aunque tenga los papeles en regla… Tal vez le haya afectado la memoria todo el ruido del show, o Tinelli (sí, el mismo que escupió a un empleado en cámara) hablando de que somos “subdesarrollados en algunos aspectos”, o la voz de fondo de Marcela Feudale diciendo “bravo”.
Y Canal 13 continúa exhibiendo gordos, poniéndolos en situaciones ridículas, humillantes o “emocionantes”; y expone a una mina que llegó a comer de la basura: “La peor humillación” subtitula, mientras emite una “dramatización” de cómo la gorda rescata comida del tacho para morfársela…
Más que subdesarrollado, me siento subestimado; y me gustaría que hubiera un organismo que me defendiera, que defendiera a toda la gente, con capacidades diferentes o iguales, que es vejada por esta mierda masiva.
Pero, es cierto, los mogólicos tienen derechos: tienen derecho a que McDonald’s los explote quedando como paradigma de integración, tienen derecho a que Tinelli los muestre, riéndose de ellos y lucrando con ellos. Y los ciegos, y los paralíticos, y todos los otros minusválidos. (El corrector de Word también es políticamente correcto, y cuando escribo “mogolico”, subraya la palabra en rojo, pero las opciones que da son “mogolito” y “mogolillo”).
Por cierto, parece que la apuesta por el morbo viene incluida en el formato televisivo importado por Marcelo Hugo: en no sé qué país participó la ex mujer de Paul McCartney, a quien le faltan las gambas y usa prótesis… (Al final, la ironía de Pergolini se cumplió, y pusieron a bailar tullidos).

La mejor síntesis la encontré en un chiste de Sendra:
–Viste el ciego que baila…
–Sí, baila por el sistema de puntitos.
–¿El Braille?
–No, el rating.

Y luego todo se diluyó, con la fragilidad de estos temas que se instalan y se desinstalan cuasi mágicamente…

Bajó el papel

El precio del kilo de papel de diario bajó de $ 0,25 a $ 0,18, es decir, un 28%. De este modo, el precio es inferior al que se pagaba en 2003, cuando los depósitos se lo compraban a los cartoneros a $ 0,20.
También bajó el cartón, que a fines del año pasado se cotizaba a $ 0,50 el kilo, y la última vez que vendí me lo pagaron $ 0,35. Y bajó el kilo de papel blanco, a $ 0,65. Entre los metales, sólo bajó el plomo, pero el aluminio, por ejemplo, hace más de un año que se compra a $ 4,20.
Con estos precios, un cartonero tiene que juntar casi un 30% más de diarios para acceder a la misma cantidad de dinero. Y esa cantidad, además, le rinde menos que antes, debido a los continuos aumentos de precios, en especial los de los alimentos y demás artículos de primera necesidad, que suben más que el resto.
¿Será una forma de desalentar el cartoneo, de “limpiar” la ciudad de su presencia incómoda?

Mala transa

La otra vez me relacioné ocasionalmente con unos pibes que, en un momento, pelaron un fasito y lo compartieron. Hacía mucho que no fumaba y estaba fuera de training; no sólo en cuanto al manejo del humo: también en lo referido a dónde comprar, al margen que deja la cana antes de empezar a joder, y eso. Cuando se lo comenté, los pibes estos me pasaron el teléfono de un peruano, Marcelo, y me dijeron que lo llame de parte de ellos.
Una noche me pintó la voluntad de la calma y la despreocupación canábica, ya que de otro modo son casi imposibles de lograr, golpeado diariamente en las paredes por los vecinos de mierda cuyos cadáveres querría mutilar ritualmente para clavar partes de sus cuerpos en picas que sirvan de advertencia a los nuevos inquilinos o propietarios. Corte que llamo desde un público, me atiende, le digo que le hablo de parte de Camilo y Leandro, y me dice que podemos vernos en un edificio por Caballito y que lo llame media hora antes de pasar, así me da bien la dirección y me espera con la mercancía.
Tipo once y media me lleno de colonia y comienzo el operativo. Lo llamo para ultimar los detalles de la transacción: “30 mangos de faso”, “Carlos Calvo cuarenta y tres (no me acuerdo cuánto)”, un edificio alto cerca de la esquina de Muñiz, mano derecha viniendo desde avenida La Plata. “¿Qué departamento?”, le pregunto, inocente. “Llamame cuando llegues, así bajo”. “OK, calculo que en media hora, cuarenta minutos, estoy”.
Esa zona, en realidad, es el límite entre Boedo y Caballito, pero seguramente las inmobiliarias ya deben de estar llamándola “Caballito Sur”, y levantan en sus inmediaciones edificios nuevos que tratan de seguir la línea de los de Goyena, pero un poco, o un mucho, más clase media. Bajo del bondi, encuentro un público y lo vuelvo a llamar. Me dice que me espera en la puerta, que va a estar con una camiseta de Boca, y me pregunta cómo reconocerme y si estoy solo.
Camino esa cuadra y media, y, más pendiente de la camiseta que de la numeración, lo reconozco. Me dice de pasar, que lo siga, y cuando encaro hacia la puerta noto que no es un edificio en construcción, como parecía, sino un edificio tomado. No una casa tomada: un edificio de departamentos, alto, ocho o diez pisos, tomado.
El porcellanato de la entrada rápidamente concluye en un pasillo de cemento ex alisado iluminado por una bombita. Lo sigo, esquivando líquidos que discurren por el piso y otros objetos, y, detrás de él, subo por una esquelética escalera hasta el segundo piso. Entramos a un departamento que tiene la puerta abierta. Dos niños y dos mujeres jóvenes –ninguna atractiva– de cara y contextura peruanas miran dibujitos en el cable (soy un Lombroso en potencia…). El quía me dice que espere un momento, y antes de terminar de decirlo ya está de vuelta en el comedor, con la bolsita. Hacemos el intercambio comercial, y me despide.
Bajo –no podía perderme–, y en el pasillo de la bombita me abordan dos extranjeros: lo distingo en su acento, ya que no en sus rasgos, secretos en la penumbra y la sorpresa. Me solicitan, sin mucha amabilidad, el dinero.
–No, flaco, no tengo: traía la guita justa.
–El celular, dame el celular –se precipita uno.
–No tengo celular. (Y es cierto).
–Concha tu madre –grita el líder, y, como si fuera un muñeco, me pone contra la pared y me palpa los bolsillos.
Encuentra la bolsita, me mete la mano en el bolsillo y saca la mano y la bolsa. “Pero… ¡eh… no!”, alcanzo a musitar, en una situación que no daba margen al heroísmo, sin que asomara el lagrimón que se me escapa justo ahora, al recordarla. Más bien, la adrenalina me había secado la boca, y aunque tratara de no hablar para que no se notara el cagazo en mi voz –y porque no había mucho para decir, tampoco–, calculo que mi caripela lo denunciaba.
“Las zapatillas, dame las zapatillas”, simula enfurecerse el otro cholo. “Están hechas mierda, boló, fijate”. Y exhibo esas Adidas modelo 2001 semiderruidas, con la suela desprendiéndose y el blanco trocado en marrón gastado y mugre acumulada.
Sus llantas con resortes son más nuevas y espectaculares que las mías. Eso, u otra cosa, los lleva a desistir, y me dicen “vete, vete” (sic) con un empujón que me hace trastabillar hasta la vereda.
Emprendo el largo retorno, a patas, con el aturdimiento que produce volver a estar en el núcleo de la cotidianeidad justo después de haber atravesado un accidente. Una vez recuperada casi por completo la frecuencia cardíaca normal, fantaseo con cultivarla en mi jardín y anhelo el día en que, sin paranoia, pueda comprarla en una verdulería. Y me dirijo a otra mañana de despertares sobresaltados.
Días después volví a llamarlo a Marcelo, y le descerrajé una buena y vana puteada.

Dos personajes perdidos de Peter Capusotto

El rock ha dado grandes músicos, fortuitos creadores de una única gran obra, extravagantes mediocres que se han asegurado la posteridad gracias a la generosidad de este movimiento, en el que el talento no garantiza la perduración.
Todos ellos han contado con la ayuda imprescindible de los periodistas de rock, que han construido héroes y mitos, inmortalizado discos y carreras, rescatado del olvido a desconocidos y a estrellas de un día.
Entre ellos, dos se destacan con luz propia: el periodista erudito Alfredo Grosso y el periodista chupamedias Bobi Noseumpomo.
Para ellos, y para todos los que están en el rock, nuestro saludo.

I’d rather be deaf

Sí, para no escuchar todos los ruidos que carcomen mi paz y mi salud. El perro, todos los perros, y sus desgraciados ladridos; los pelotudos mentales botelleros con parlante en sus carros tirados por caballos, que pasan, turnándose, atronando y distorsionando, de lunes a domingo por la mañana: no estamos en el campo, boludos, no estamos en la villa, las conchas de sus madres (lo mismo vale para el pelotudo mental de la Traffic publicitaria con parlante).
Y vos, vieja de mierda, y tu perra histérica, y tu cohorte de fabricantes de ruido y crispación, que hoy me despertaron nueve veces, muéranse ya, no de cáncer, sino de muerte súbita; vos y la familia disfuncional de Elbio Lento, que ahora mismo amenaza con cagar a trompadas a su hijo (una y otra vez, y otra más), y todos los demás.
El pip pip, que no sé si es del garaje, de un jueguito de la compu o de dónde; y el pelotudo de la motito, y los colectivos con su motor de 210 caballos y el siseo rompetímpanos de la suspensión neumática. Y Pomelo, con su moto, y el otro Pomelo, con su Gol tuneado con escape deportivo, y todos los que hacen ruido. Y el helicóptero de la yuta, y el que tira baldazos por el balcón, y el que mira “Fútbol de Primera” y grita los goles en diferido… Y los ronquidos de la vieja esa, que parece talar el Amazonas en el medio de la madrugada; y el que escucha sonidos marchosos que laten en mí, en el medio de la madrugada, a 150 beats por minuto.
Pero, finalmente, sería inútil: aunque fuese sordo, estaría bombardeado y sacudido por la vibración ajena y enfermante que producen los abusadores del aire: lo agitan, lo sacuden, lo convulsionan, y me revienta en el cuerpo. Sus ondas chocan contra mis oídos, mi cabeza, mi pecho, mi vientre, pasa el avión rumbo a Aeroparque y tiembla la ventana incluso cuando ya no se oyen las turbinas, me cimbran, me crispan, me doblegan.
Con fatídica puntualidad, a una hora que no sé, la bomba sónica volverá a explotar, despertándome taquicárdico, una, dos, diez veces, hasta que no me pueda dormir de nuevo, hasta que tenga que levantarme y perder otro día de mi vida, viviéndolo cansado, agotado, torpe y soñoliento; y si estoy despierto también debo vivir al ritmo de ellos, vibrar al ritmo de ellos, de cada golpe en el techo, en la pared, que me pega en las sienes, en los senos, en el plexo.
Estamos bombardeados como protones por el ruido, por la contaminación visual, por la contaminación electromagnética, que nos atraviesa sin que lo notemos; y después uno palma, y la gente se sorprende… Te pinta un tumor, o un derrame cerebral, o la puntada en el cuello con la que me desperté el otro día, y dicen: “¡Era tan joven!”, “¡Se cuidaba con las comidas!”, “¡No fumaba!”…

Y todo lo que no soy yo la acompaña

–¿Me queda bien esta remera, pa?
–Es un poco escotada, ¿no?… Pero sí, te queda bárbara. Estás muy linda.
–¿En serio?
–Sí, xxxxx. Sos muy linda.
–¡Ay! ¿Te gusto?
–Te dije que sos muy linda.
–No me contestaste la pregunta…
–¿Qué querés que te diga?
–Si te gusto…
–Sos mi hija, xxxxx…
–Y si no fuese tu hija, ¿qué?
–No sé, te invitaría a salir o algo.
–Y dale, invitame. Vos también me gustás.

Andy Kool-nestoff

El otro día pasé por el programa de este muchacho en el zapping. Hacía la obligatoria nota sobre el programa de Tinelli, y en un momento el chiste pasó a ser que un puto les tocaba las tetas y el orto a las minas, como la Callejón y otras. El trolo este, diseñador de moda según creo, con la cara notoriamente operada, les mandaba mano a lo bestia, mientras todos se cagaban de risa, y él decía: “Yo puedo, vos no”, lo que suscribían la Callejón y los otros togas… (¿Será eso la discriminación positiva?). Y Andy se reía y se lamentaba de su heterosexualidad.
Después agarró al ciego e hizo algo parecido, haciendo que apoyara de frente a una tetona. Ese gag ya lo había hecho antes: lo recuerdo con su amiga Nazarena Vélez y un estudiante ciego de TEA, años ha, tal vez en CQC.
En el bloque siguiente vino la inexorable nota seria, sobre la violencia estudiantil adolescente, aprovechando que el casi cuarentón Andy todavía da joven/hermano mayor y los chicos se sienten en confianza, y así podemos ver de primera mano cómo es que se cagan a palos y por qué; entonces nos ponemos serios, y los chicos también, y reflexionamos, y ellos mimetizan la razonabilidad y el argumento políticamente correcto de un modo que fácilmente revela que se te están cagando de risa en la cara y que van a hacer lo que se les cante el orto, y alguno incluso no puede reprimir la risa, y otros se ponen reveladores y funcionales al show, y baten cuán zarpadas son las peleas, y dan el ejemplo extremo extremándolo.
Espero que no se muera pronto, porque si no canal 13 lo va a canonizar como otro genio, un transgresor que cambió la manera de hacer tele…

Herejía

Las pizzerías donde la pizza de anchoas sale con los pescaditos… ¡sobre la muzzarella!

Una judía de mierda y el guitarrista blanco Jeff Healey

Hay insultos que se han transformado en indecibles. Lo más hipócrita es que insultos análogos no lo son. Así, los partidos de fútbol se suspenden cuando a los hinchas de Atlanta les gritan “judíos hijos de puta”; pero nada sucede cuando a los de otros equipos les dedican palabras semejantes, como ese conocido cantito que habla de los “negros putos de Bolivia y Paraguay”. El ambiente futbolero bienpensante se consterna cuando insultan a los de Atlanta, y la mediática y persistente dirigencia de la comunidad israelita se entrevista con Grondona, y toda la sanata; pero cuando putean a los de Boca, ni la comunidad homosexual, ni la de afrodescendientes, ni las comunidades boliviana y paraguaya son recibidas por dirigentes del fútbol, o de otro ámbito, ni la preocupación por el estado de nuestra sociedad es la misma. Y cuando insultan a los árbitros, AMMAR no dice nada…
Decirle judío de mierda a un señor de origen judío que es una mierda no tiene nada de malo, según veo. Por ejemplo, un señor que en su programa de televisión (luego de especular durante toda su emisión con el tema, subordinándose, incluso, a una consulta al público de resultados incomprobables para decidir si lo exhibe o no) muestra el accidente de un actor en el que este pierde la mano, y que ulteriormente también le costará la vida, sin duda es una mierda de persona. Y si es de origen judío, por lo tanto, es un judío de mierda.
¿Y por qué poner el acento en su condición de judío?, se preguntará un bienpensante. “No lo hacen si es católico”, dirá. Amigo, estimado, pelotudo: porque cuando uno se refiere despectivamente a otro lo hace tratando de diferenciarse lo máximo posible. ¿Qué querés que le diga? ¿“Sos una mierda, pero sos igual a mí”? No estamos hablando de corrección política, flaco, estamos hablando de expresar rechazo vivamente…
Y ese establecimiento de diferencias se da desde el mismo momento de nombrar a las personas: si queremos referirnos a alguien cuya característica más evidente es la carencia de pelo en la cabeza, tarde o temprano diremos “pelado” porque es pelado. Y si ese pelado nos despierta cada mañana de domingo con su música altísona, lo llamaremos “pelado de mierda” porque es una mierda y es pelado. En cambio, si queremos referirnos al otro que nos despierta (adrede, con mala leche y aviesa intención) con la música al palo, que no es pelado, se nos hace imposible hacerlo en términos similares porque no hay expresiones comunes, si es que hay alguna, para nombrar al que tiene pelo. Los que tienen pelo son mayoría, y no hay palabras que los nombren; los pelados son minoría, y hay varias denominaciones para ellos: calvo, pelado, dolape, alopécico, pelón…
Análogamente, en Israel, donde la mayoría es de origen judío, no tiene sentido decir “judío de mierda”, sino que el blanco principal a la hora de insultar diferenciándose es la minoría árabe, aun cuando el que reciba el denuesto tenga ciudadanía israelí. Y entre hombres homosexuales carece de sentido el término “puto” como diferenciador, y la distinción despectiva se marca entonces con palabras como “loca” o “pasivo”. Del mismo modo, en Nigeria o en Angola no tiene sentido decir “negro de mierda”… Vemos así que todo aquel que se aleja de un estándar, aun cuando este sea impreciso, imaginario y cuestionable, tendrá más vocablos que lo nombren que quien se perciba dentro de la mayoría. Además, ese estándar presenta diversos puntos de posicionamiento desde los cuales establecer las arbitrarias diferencias.
A la hora de caracterizar a un otro que juzgamos condenable, del que queremos diferenciarnos, también juega un papel importante la sonoridad de la expresión: “hipocondríaco de mierda” es más largo y menos eufónico que “negro de mierda”. A la vez, en situaciones como las descriptas, esta última es más práctica que una palabra breve pero esdrújula como “árabe”. Y si bien no tenemos registro de un “árabe de mierda”, sí lo hay con el término “turco”, más apropiado para el caso. Lo mismo ocurre con los improbables “amarillos de mierda” que en sus restoranes sirven rata en lugar de pollo, según dice la leyenda urbana; más bien, serán “chinos de mierda”, y no importa si son taiwaneses, de la China continental o incluso coreanos. Y cómo olvidar los cantitos dedicados al “gorila musulmán”, que no merecieron condena por parte de ningún organismo antidiscriminación.
Pero no somos inocentes y sabemos que no solo por la eufonía se eligen las palabras a la hora de insultar: hay un entramado ideológico, cultural, que subyace y complementa la importancia de la métrica. Eso es más notorio en el caso del fútbol, donde el otro es plural, lo que facilita generalizaciones como “los de Racing son todos putos”, cuando, en realidad, solo algunos de los de Racing son putos (Guillermo Andino, el Polaco Bastía…).
Aun sin la voluntad de denigrar, se pone también el acento en lo diferente cuando se hace referencia a un basquetbolista estadounidense blanco, porque la mayoría de los basquetbolistas estadounidenses son negros, y así se dice: “El norteamericano blanco de Atenas”. O cuando nos referimos a guitarristas de blues como Stevie Ray Vaughan o Jeff Healey solemos poner de resalto su condición de blancos porque la mayoría de los guitarristas de blues son negros; y decimos “el extraordinario guitarrista blanco Jeff Healey”, pero no decimos “el guitarrista negro Freddie King”, por ejemplo.
Una cosa bien distinta es decirle puto de mierda a alguien que no es puto, o hijo de puta a quien no lo es, a partir de considerar que los putos o las putas son despreciables, indignos, inferiores, pecadores mortales, etc. No estamos hablando de eso acá, ni estamos diciendo que todos los judíos, o todos los negros, o todos los chicatos, sean una mierda: estamos hablando de cuando nos referimos a una persona que es una mierda de persona, y en una básica operación de diferenciación de ella señalamos una característica evidente que la hace distinta de nosotros.
Luego es más sencillo decir que Mauro Viale es una mierda que narrar todas sus hazañas televisivas (y personales). Y si sabemos que es sionista –como refleja cada vez que habla del conflicto de Oriente Próximo, y de sus repercusiones en la Argentina–, diremos que es un sionista de mierda. Aunque esta expresión constituye una tautología, y alcanza con decir “sionista” para caracterizar su ruindad.

Pampero

Necesito que sople el pampero sobre mi cabeza,
que desencapote la cerrazón que me abruma.
Que renueve el aire, contaminado, que me ahoga.
Que refresque y limpie, mi cuerpo y mi alrededor.

Si hubiera querido, no se enteraban

Un periodista especializado en temas policiales refería en la tele una declaración del austríaco que secuestró a su hija y le hizo varios hijos/nietos, quien dijo que “no soy un monstruo; podría haberlos matado a todos y nadie se enteraba”.
El comentarista aprovechó la ocasión para recordar una frase similar (“si él la hubiese matado, no encontraban más el cadáver”) pronunciada por el entonces diputado por Catamarca Ángel Luque, refiriéndose a su hijo Guillermo y a María Soledad Morales. A raíz de esa declaración, Luque fue expulsado de la honorable Cámara de Diputados de la Nación.
Años más tarde, uno de los que votó su expulsión, el diputado por Entre Ríos César Jaroslavsky, pronunció la misma frase en un programa de Canal 2 que conducían Any Ventura y Osvaldo Quiroga. Lo hizo refiriéndose al crimen del fotógrafo José Luis Cabezas y al oficialmente muerto empresario Alfredo Yabrán, su coterráneo. “Pero, ¡por favor! –dijo, enrojeciéndose–, si Yabrán hubiese tenido algo que ver, no se enteraban más”.
Ni los conductores ni los panelistas repreguntaron, ni su declaración se inmortalizó como la de Luque. Jaroslavsky, líder de la bancada yabranista en Diputados, fue leal con su jefe aun después de que este pasara a mejor vida.

Free Bartolo, NOW!

No me preocupa que Mauricio Macri y Eduardo Feinmann, entre otros, tengan la misma postura que yo ante el cierre de la calle Bartolomé Mitre. Sería bastante pelotudo de mi parte cambiar mi modo de ver un tema a raíz de lo que dicen personajes antipáticos.
Además, tanto Macri como Feinmann no se animan a decirles a estos tipos, los “familiares de Cromañón”, que son unos patoteros extorsionadores llenos de culpa que usan argumentos falaces e inadmisibles, cambiando, por ejemplo, el tema de la discusión: “Hay razones de memoria y de justicia para que no se abra la calle”, dijo el extorsionador Iglesias, y junto con otros denunció que en las inmediaciones funciona un hotel alojamiento donde “se hace trata de blancas”, venta de drogas en la plaza y una terminal de ómnibus “clandestina”. “Parece que lo único que preocupa es el tránsito”, señalaron. Del mismo modo, podríamos decir que lo único que les importa a ellos es esa zona, y no todos los lugares similares que hay en la ciudad. (Y otro boludo de los que dice que “la calle Mitre es de los pibes”, uno de esos que siguen usando la palabra “masacre”, amenaza con “ponerse en campaña” si se reabre la calle. ¿Campaña de qué, pelotudo?).
Últimamente, estas personas hablan de ceder el control de la calle cuando termine el juicio. Y si el juicio, como supongo, no termina en un veredicto que ellos puedan llamar justo (básicamente porque lo único justo para ellos es el linchamiento de Chabán), se rasgarán las vestiduras y las pancartas, y las zapatillas colgadas de los cables, y seguirán usurpando el espacio público.
La verdad, la realidad, la memoria, la justicia son construcciones, arduas y afanosas construcciones; no va a descender un deus ex máchina para determinar, impoluta y perfectamente, las responsabilidades de cada uno en porcentajes centesimales. Y la construcción que parece prevalecer es la de que Chabán ha tenido suficiente encarcelamiento, y tendrá suficiente condena social (y espiritual) el resto de su vida, y, así, finalmente será condenado por un delito leve. Esto se presume a partir de la decisión política de no revelar su paradero con el fin de protegerlo del desenfreno iracundo de estos manifestantes. (Desenfreno que tomó como modelo otros desenfrenos permitidos y alentados desde los medios, el poder político y el bien pensar setentista, que, a la hora de escribir estas líneas, temo que le depare más horas aciagas al conjunto de los habitantes de este país).
Estos cortadores de calles procuran, a su vez, imponer su construcción simplificadora y simplificada, que los exculpa, a ellos y a los suyos, dejando solo dos responsables, Chabán e Ibarra, quien encarna la abstracta corrupción que “mató a nuestros chicos”… Nada que ver tuvieron los muertos (todos “pibes”, según su relato), sacrosantos e intocables, ni los sobrevivientes, ni ningún familiar, esos que no hicieron ni el más mínimo mea culpa, que no admiten responsabilidad, porque el hijo de nadie estaba de la cabeza, el hermano de nadie prendía bengalas en lugares cerrados, el amigo de nadie pudo pensar en la consecuencia, no en la puerta cerrada, eso puede ser impensable, pero en que es un poquito peligroso usar pirotecnia en lugares cerrados.
No tuvieron nada que ver esos padres que ahora se preocupan por sus hijos, pero que cuando estos llevaban a sus nietos a un boliche lleno de humos, y los dejaban en una guardería en el ñoba, no se preocupaban. Esos mismos padres patoteros que creen que el argumento del dolor les da carta blanca, que amenazaron con a ir a escrachar a los recitales a Farías Gómez y que pretenden erigirse en fiscales del Estado.
Ni tuvo nada que ver toda la parafernalia que rodea al rock, cuyo exponente más patético es el tan cool Juan Di Natale diciendo que las bengalas eran la frutilla de la torta (y ahora recuerdo a esos músicos del orto en la tele tratando de explicar que esa frase no quería decir eso, sino otra cosa); ni todos los otros que celebraban la colorida fiesta de las bengalas, ni los medios que no son del palo, que, como el cronista de Clarín, narraban con toda naturalidad la concurrencia de niños de 8 años al show de Árbol en Obras una semana antes del accidente y el encendido de bengalas en el lugar.
No tiene nada que ver, y seguro que es casualidad, que una generación, o dos, no valoren su/la vida, y que el descontrol, o la temeridad, o la pelotudez, sean su faro.
Y solo para algunos tienen responsabilidad esos músicos truchos que no resisten ni medio archivo, que cambiaron sus declaraciones públicas todas las veces que lo creyeron necesario, esos mismos que trataban al público como a nenes de cuatro años (“¿Se van a portar bien?”), esos que no sabían dónde estaban parados y solo querían aprovechar su cuarto de hora. Son aquellos a los que no les pesa tanto el fanatismo de sus hijos por Callejeros, y pueden, entonces, ver algo de sus responsabilidades, las que, sin duda, se habrían esfumado si alguno de los músicos hubiera muerto. (Y bastante tenemos con soportar su manipuleta cuando dicen “cómo vamos a ser responsables si murieron familiares nuestros”).
Ya padecimos el circo romano que fue el juicio político a Ibarra, con los padres patoteando y extorsionando, y festejando cada voto destituyente como un gol. Es totalmente previsible que el juicio a Chabán y los demás sea otra puesta en escena, con insultos a los imputados, barras bravas de padres culposos, escraches, apretadas y la concha de la lora, que algunos condenarán tibiamente aunque no hayan condenado a los Hijos, con o sin puntos, en situaciones análogas. Ya vimos la especulación política desde el mismo momento del hecho, con el miserable de Enríquez haciendo declaraciones en el lugar cuando aún sacaban cadáveres del boliche. Ya vimos la voracidad política de todos los revueltos políticos porteños en aquel juicio que llegó a un final anunciado, no vinculado con la justicia o con evitar la repetición del hecho, sino porque montándose en el reclamo de los familiares podían despojar del poder a un tipo que nunca tuvo un partido alrededor. A ver si alguien piensa que iban a destituir a un intendente del PJ…
Por cierto que es evidente –para mí– que Ibarra tiene responsabilidades políticas. Pero nadie se pregunta si es responsable de tener esas responsabilidades. Es decir, falta de control, funcionarios amigos, “tropa propia”, vista gorda, etc.: es cierto. Pero ¿puede gobernarse esta ciudad de otra manera? ¿Puede sobrevivir en el poder alguien sin transas, matufias, roscas? Macri habría estado en la misma situación, ¿cuánto habría durado Zamora sin avenirse a hablar con esos grupos de poder=mafias? ¿Esos legisladores que lo juzgaron vinieron de Suecia?
En aquel juicio se tuvo la ocasión de ofrecerle a la sociedad, en especial a los familiares, que parecen querer ser la conciencia de la sociedad, la cabeza de Ibarra. Difícilmente se les ofrezca la de Chabán porque saben que es una locura condenarlo a 25 años. Y el que tiró la bengala fatídica, o está muerto (ojalá), o está cagándose de risa, seguro de su impunidad, y tal vez manifestando en favor del corte de la calle. Pero ese no importa. Como no importan todos los que tiraron las otras bengalas, las que no provocaron ninguna tragedia. Solo tienen que pagar Ibarra y Chabán. Para, de paso, no profundizar en otras responsabilidades. Nadie más tiene nada que ver (de hecho, en aquel juicio, por ejemplo, se ignoró la responsabilidad nacional, porque es el ministerio del Interior el que tiene a cargo la policía, y hay canas acusados de coima, y el ministro del Interior no fue citado a declarar).
Fue una tragedia, sí, (no una masacre, como repiten psitácidamente), y debe de ser un espanto vivir con eso, haber pasado por eso. Pero, a la vez, es un reflejo de un país donde la vida vale casi nada, donde, pese a ese accidente, se siguen permitiendo, y hasta alentando, infinidad de situaciones que están a un tris de repetir esa catástrofe.

Footlight MT Light

Hace tiempo que el Word no trae este tipo de letra. Lo tenían las versiones viejas, tal vez las que venían con Windows 95, o incluso con el 3.11. Y realmente me gustaba, aunque no tenía cursiva.
Lo recordé al encontrar impreso un esbozo de TP de la fuck…

Debutó con un pibe

En no sé qué programa de refritos televisivos pasan un fragmento de la nota que una rubísima y embobadísima Dolores Barreiro le hizo en El Rayo (¿te acordás?) a un gordísimo y exaltadísimo Diegote. Y el quía, re Pomelo, mandó, cual revelación de las Escrituras, que Pelé había debutado con un pibe, supongo que para desacreditarlo.
Tanta merca y tanto alcohol seguramente le afectaron la memoria y le impidieron recordar que él y su amigo Guillote se empernaban a Cris Miró, o viceversa (lo cual fue hecho público por su amigo Mauricio Goldfarb=Mauro Viale, quien difundió en alguno de sus excrementicios programas escuchas telefónicas de estas personas, conseguidas vaya a saberse cómo).
Y también es probable que se haya olvidado de que cuando lo agarraron en el departamento de la calle Franklin estaba en la cama con un chabón, según dejó saber la canaveri, versión de la que se hizo eco El Gráfico.
Eso, para no hablar de su relación con Guillote y con el Cani.
Pero, sí, el grone debutó con un pibe. Y a Xuxa le gustan las minas… Es así.

La KGta de Vanucci



Me enloqueció la actitud de la mina, pelando cajeta a full y abriendo las patas como esperando que una cárnea máquina lanzapelotitas comience su trabajo. Eso provocó en mí una pérdida de líquido preseminal que pegoteó la cabecita al calzón cuando se secó, y al despegármela para mear me produjo un pequeño pellizco en el glande que me dolió. Se nota que la fuerza reactiva vino concentrada, y parecía Suprabond.
¡Qué guacha hermosa! ¡Qué ganas de entrarle por todos los agujeros en el césped del court central de Wimbledon, y después, ya exhausto, colmar sus oquedades con el mango de la raqueta hasta saciar su voracidad vergal!

Traidora

“Si hubiera tenido hijos, y ya no voy a tenerlos, me gustaría que fuesen como vos”, me dijiste una vez. Y si hubieras tenido hijos y se hubiesen salido un 0,001% de tu plan, seguramente los habrías abandonado en la puerta de una iglesia (católica).
Me dejaste en banda del peor modo, te cagaste en todo lo que dijiste, en el cariño y la confianza que había, en mí, para reducirme a la categoría de ser patético y molesto, así después podías decir “ves que sos patético y molesto”.
No tenías ningún derecho a no tratarme como una persona. No tenías derecho a hacerme doler del modo en que –sabías– más me iba a doler; no, conociéndome y conociendo el lugar de dónde venía. Justo vos, que hablabas de “cuidar” al otro… Ni a sabrinearme, a usarme como me usaste/como me siento usado y descartado por vos.
Al final, ¿qué querías? ¿Aprobar una tesis, tener un caso de estudio para el sorete de tu primo, llenar algunas carencias por un rato? ¿Hacer experimentos con gente? ¿Quién mierda te creés que sos, en tu altar ínclito e inaccesible? ¿Te creés en serio que sos la virgen María?
Yo no esperaba de vos nada más que lo que dijiste que ibas a dar: dijiste “lo hablaríamos”, y a partir de eso creí en vos. Y fue mentira. Sin huevos para hablar (porque compartís la idea de mi viejo de que conmigo no se puede hablar), usaste como espantagente durante todo un año al pelotudo del Taunus verde, ante quien me habrás pintado como me describiste a otro del cual me contaste.
“Los alumnos pasan y los profesores quedan”, dijo la otra, justificando que no enfrentaran a tu directora robaactos. Y vos pensás así: somos alumnos y profesores; no somos personas, no estamos a la misma altura, parece. Hablando de la otra: la usaste como vocera para hacerme saber que pensabas que yo estaba enamorado de vos. (Como si eso fuese merecedor de castigos y destierros, como si fuésemos de castas distintas. Y sigo pensando que no, que si realmente hubiera estado enamorado de vos, sea lo que fuere eso, te habría querido muchísimo más). Le reenviaste el mail que te mandé, y, seguramente por solidaridad de género, me mandó a la mierda también ella. “Me das lástima”, dijo, y no me escribió más.
Bueno, tal vez te borraste porque a vos se te movía el piso conmigo. No hablo de tu histeriqueo, de cuando agitabas con tu virginidad treintañera, ni de cuando me invitabas a cenar a tu casa, de cuando me hablabas días y semanas de ir a tu casa, y me hacías hincharte las bolas con eso, preguntándote cuándo, y, de la nada, un día me decías “mañana nos vemos”. Siempre recuerdo una noche que hablamos mucho, como hablábamos cuando hablábamos, y dijiste que no sabías qué hacer con el cariño que yo te daba, y saliste corriendo por el teléfono, por el auricular vi la polvareda que levantaste en tu huida, y nunca más fuiste la que eras.
Te regodeaste humillándome. Mintiéndome “llamame, que si estoy te atiendo”; haciéndome pedirte las fotos del acto por meses, para terminar mandándolas por correo certificado a mi laburo en un sobre que además contenía ¡una hoja en blanco!; poniéndome en el mismo peldaño con la que quiso hacerme abandonar, porque, claro, éramos de la misma casta, de la casta de los alumnos…
¿Eran necesarios tanto agravio, tanto daño? ¿Eran necesarios la negación de la palabra y el destierro? ¿Era necesario, la puta que te parió?
La enfermedad es contagiosa, y cuando uno necesita un lugar sano (un final sano, un chau sano si es el caso; acceder al know how de relaciones sanas), encontrarse con más enfermedad no ayuda, hunde. Ya lo dije: no tenías ningún derecho a no tratarme como una persona.
Etcétera…

Letras de Don Cornelio y La Zona

Ataco
Bajaremos
Botes quebrados
Cabeza de platino
Cenizas y diamantes
Conversación triple
Creo que no
Dormís sola
Ella vendrá
El rosario en el muro
Espirales
Imagen proyectada
La primera línea
Luna de fuego
Patearte hasta la muerte
Realmente
Reventando
Sangre amarilla
Soy el visitante
Tarado y negro
Tazas de té chino
Visores

jueves, 5 de junio de 2008

Autoantología semestral y pajera

Amigo
Submarinos
Formulario (I)
Espíritu olímpico
Aborto legal ¡YA!
Terrazas del silencio
Señalética necrofílica
Two States living in peace side by side
(Falta de) Reciprocidad
Llamador de ángeles
¿Tragás o escupís?
Despenalización
El loco turbina
¡Cavallo vive!
Pelado

Lluvia grisácea
Gonzalo
Luna de cobre

Un cacho de cultura

Suplemento Espectáculos de Clarín, 3 de mayo de 2008, pág. 20 (contratapa).
Entrevista al actor Arturo Bonín realizada por la ¿periodista? Silvina Lamazares.
En un recuadro dice: “Mientras filmaba ‘Otra historia de amor’, donde interpretaba a un gay, le sugirió al director incluir una frase que él había leído en ‘Rayuela’. Fue a su casa, buscó el libro –atesora la primera edición del clásico de Gabriel García Márquez– y ‘justo se abrió en la página que tenía ese texto marcado con lápiz’”.

13656 metros

Un día de verano traspapelado a fines de mayo, una larga caminata y la invisibilidad inquebrantable.
Un día de verano traspapelado a fines de mayo, una larga caminata y la invisibilidad, inquebrantable.

La niña que nunca ríe

¿Cuántas veces oí reír a esta niña? ¿Una? No creo que más de esa cantidad.
¿Cuántas veces la oí llorar? Dos o tres veces por día, y a veces más…
¿Cuántas veces oí que la alentaran o la felicitaran por algún logro propio de su crecimiento? Recuerdo que una vez le dijeron “¡muy bien!”…
¿Que cuántas veces oí que la reprendieran? Miles, y no exagero.
Es cosa de todos los días el maltrato y el menosprecio; el grito, el insulto, la amenaza, el golpe…
“Lo llamo [a tu padre] para decirle que te portás mal” (pero no a la madre, ejem, ejem…). “Te pego, Victoria, te pegué”, dice su abuela, que, sin embargo, en los sectores comunes del edificio, delante de los vecinos, la trata bien, como si no oyéramos los gritos diarios.
Y todos la saludamos como a una persona respetable, y nadie dice nada; y en las reuniones de consorcio todos se hacen los tontos. Parece que no oyen. Parece que son sordos…
“¡Otra vez!”. “¡Basta, carajo!”. “¡Salí de ahí, carajo!”.
El grito sacado e interrumpido, el silencio, y el llanto.
Todos los putos días.

¿A qué hora nos vemos, che? (II)

A las 6 de la noche.

Se viene el estallido

Para la Bersuit la protesta “ya fue”, como para todos los insolventes intelectuales, repetidores del discurso progre bienpensante o buscadores de consignas redituables; como para los maniqueos y los comprados por la caja K.
Sin embargo, todos estos tipos, que no pueden ver más allá de su propio ombligo, o de su propia ideología, deberían tomar nota de la realidad y, si lo logran, no analizarla con las categorías perimidas que manejan.
Notarían que bajo la alfombra ya no entran más cosas, y que el maquillaje, la retórica caricaturescamente setentista de la Kámpora, el mesianismo bushista de “no es hora para tibios: el que no suma resta” y la voluntad de tapar el sol con una uña (pintada) no disimulan el mefítico hedor de las muchas cosas podridas, carcomidas, corrompidas.

Otro ex presidente procesado.

Negro cabeza

Están haciendo unas reparaciones en mi casa. Uno de los obreros se toma un descanso, jadeante tras el concierto de mazazos del que ha participado. Sale al patio y escupe la saliva aglutinada por el esfuerzo en el jardín. Una, dos, tres veces.

Blanca cabeza

Reunión de consorcio en el lavadero, junto a la terraza. La mina del sexto necesita fumar: abre la puerta, sale a la terraza y consume su cigarrillo. Luego reingresa en el recinto de la reunión.
En la terraza no hay ceniceros… Así que, o tiró el pucho al vacío, para que lo limpie el de la planta baja, o el de alguna casa contigua, o lo dejó en la terraza, para que lo quite el portero, el mismo a quien critican porque “el edificio está sucio”.