jueves, 24 de julio de 2008

Aljaba

En el jardín hay una rosa china muy expansiva, que crece, y crece, y crece. Debajo de ella, contra la pared, en el confín cercano, había una aljaba, que sobrevivía arrinconada bajo el techo verde de su vecina, estirando y arqueando sus ramas en busca de luz.
De vez en cuando, sacaba unas poquitas flores, muchas menos que las de su parienta de la otra punta del jardín, y siempre más tarde que ella. Aprovechando su cercanía con el patio, aprovechando que la tenía más a mano, a veces le acomodaba las ramas: un día descubrí sus incipientes pimpollos, los tomé entre mis dedos para ver de qué se trataba y, desde esa vez, el gesto se tornó ocasional caricia.
Y ella florecía modestamente. Un año floreció por primera vez justo el día de mi cumpleaños.
Pasaron los años, no muchos, y mi madre le pagó al portero para que podara una enredadera que había trepado hasta cruzar la medianera. El muchacho parece que se entusiasmó, y tijereteó varias plantas. Entre ellas la aljaba, de la que quedó solo la raíz.
La acaricié, y algunas finas ramitas verdes salieron, pero fue en vano: al poco tiempo, se secó definitivamente.

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