lunes, 3 de agosto de 2009

Cerebro frito

[…]
Entonces salí al pasillo para tirar la basura
y detrás de mí, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada con la llave adentro,
la basura en la mano.

“Sin llaves y a oscuras” (fragmento) – Fabián Casas


Tocaron el timbre, y era el cartero. No sé por qué contesté. No debí haberlo hecho. Está claro.
Dejé lo que estaba haciendo en la computadora, agarré la llave de la mesa del living, salí y cerré la puerta del departamento. Cuando llegué a la entrada del edificio, me di cuenta de que en la mano tenía las llaves del laburo de mi viejo. No sé en qué neurona, ni por qué, había registrado que mis llaves estaban sobre la mesa del living, aunque nunca las dejo ahí.
Alguien me abrió la puerta, recibí el sobre, que no era para mí, y me dediqué a esperar en el pasillo que volviera mi madre. Hora y media, calculo…
Una vez puede pasarte cualquier cosa en la vida. Podrá ser una casualidad, o una distracción, o algo inexplicable; y será una anécdota.
El martes mi madre viajó por una cuestión laboral. Mientras esperábamos que pasara un taxi libre por la puerta, me preguntó si tenía 10 pesos para prestarle. Le contesté que yo no era el banco, y que era yo el que necesitaba plata. Por ejemplo, los 300 mangos que le presté hace un mes, y que aún no me devolvió. Sufriente, y dolorida por su nueva caída en la calle, tomó los dos bolsos y se fue caminando hasta la parada del colectivo bajo la lluvia.
Volví acá, y en alguna neurona registré que puse las llaves sobre la mesa del living. No sé por qué, porque nunca las dejo ahí.
A la noche, tipo once menos algo, terminé de pelotudear con la computadora y me apuré para sacar la basura antes de que pasara el camión. Agarré las dos bolsas y una pila podrida, busqué las llaves… No sé si fue así. Seguramente, primero agarré las llaves que estaban sobre la mesa del living y después fui a la cocina a buscar las bolsas. Con todo en una mano, abrí la puerta del depto, y, sí, la cerré. Cuando llegué a la entrada y tuve que elegir la llave correspondiente, me di cuenta de que en la otra mano tenía las llaves del laburo de mi viejo.
Le golpeé la puerta al encargado y le expliqué lo que me había pasado, y le pedí que me prestara el teléfono para llamar a un cerrajero, y le pedí también el número de un cerrajero. Me dijo que no tenía el teléfono de ninguna cerrajería, que me iban a cobrar carísimo y que iba a tratar de abrir la puerta, como había intentado vanamente la vez anterior.
Probó con una tarjeta, con el culo de una botella de plástico, con no sé qué más, y no lo logró. Mientras, yo pensaba en cómo conseguir el teléfono de un cerrajero y en si me alcanzaría la plata que me quedaba. Pero esa opción no estaba en los planes del portero. Cuando se dio por vencido, me dijo de tocarle el timbre al vecino de arriba, y saltar por la ventana. Le dije que ya había ido a mirar, y que seguramente estaba durmiendo porque no se veía la luz encendida.
Lo intentó una vez más con un plástico duro, y se decidió a despertar al señor de arriba, que no es ninguno de los vecinos ruidosos que a menudo menciono –y maldigo– en este blog. Se despertó al tercer timbrazo, nos dejó pasar luego de vestirse, y descubrimos que tenía una reja en la ventana de la habitación…
Cuando me enfrenté al vacío oscuro y lluvioso que se abría bajo el ventanal de su living, decidí que los 80 pesos que supuestamente me cobraría un cerrajero eran más baratos que el riesgo de romperme una pierna. Entonces, el portero dijo que saltaba él. Cruzó una pata por encima de la baranda, la otra, se tomó de la reja de la habitación, y finalmente llegó a mi casa.
Y salió con la llave en la mano. Con la llave, que estaba en el picaporte. Con las tres llaves, más livianas que las cinco Trabex que yo había agarrado sin notar la diferencia.
Le pedí disculpas al vecino por la despertada, al portero por molestarlo, y me quedé aturdido. Por horas, por días ya. Por mi cagazo, que quizá haya sido preservación; porque fue más evidente cuando el tipo hizo lo que no me animé a hacer; por molestar cuando vivo maldiciendo a los que me molestan; por mi torpeza, distracción, lo que sea.
Y por lo que la causó. Porque me volvió a pasar lo mismo de la otra vez.
Cuando te pasa lo mismo dos veces, es para preocuparse. Cuando te pasa lo mismo dos veces en dos años, te preocupás. Y buscás una explicación. Y cuando recordé que hace unos meses me perdí en la calle, y por media cuadra no supe dónde estaba, me preocupé más. Porque no me pasó en Parque Chas, sino en un lugar por el que caminé más de ochocientas veces.
No creo que tenga Alzheimer, que sean las primeras manifestaciones de una enfermedad degenerativa. Además, consultar a un médico por este asunto sería mucho más caro que las últimas visitas, ya de por sí dolorosas para mi bolsillo. Así que me conformo con atribuírselo al agotamiento radical al que me condenan el mal descanso, la imposibilidad de divisar su final y la infructuosidad de la búsqueda de otra forma de ver todo mi rollo, o, mejor, más que verlo, de otra manera de atravesarlo y dejarlo atrás. Y me agoto en el ajedrez inútil de tratar de encontrarle una vuelta que no me estrelle ni me lleve de nuevo a un psiquiátrico o a la comisaría.
No creo que tengo Alzheimer cuando pierdo con el Pinball del Windows, y se me escurre la bola tontamente entre los impulsores del centro, que quedan aleteando como un colibrí sin cuerpo. Estoy cansando, con menos reflejos, y pierdo rápido. Punto. Se me escapa la bola, pierdo la bola extra y no llego ni a un millón de puntos. Y no me torturo con eso.
Sin embargo, en algún lugar profundo me afectó. Desde esa vez, salgo lo menos posible a la calle, aunque eso debe de ser por el frío. Y miro cinco veces la llave, si tengo la llave, si tengo la llave correcta. Y hasta la pruebo, haciendo girar la cerradura con la puerta abierta. Aun así, al cerrarla se me dispara una sensación horrenda, y tengo que recordarme que está todo bien. Estoy en el pasillo, rumbo a la entrada, y sé que tengo la llave correcta, y disparo adrenalina igual, y dudo si estoy adentro o afuera, si tengo la llave que sé que tengo o no. Estoy en la ducha, y dudo si estoy en casa o no. ¿Dónde voy a estar?, me dirás. Pero me pasa eso: ¿estoy o no estoy?, ¿soy o no soy? Sí, boludo, ¿no ves que estás duchándote?, me tranquilizo; pero es como si una neurona, más de una, me vieran desde afuera.

Me dormí todavía abrumado esa noche. En un momento soñé con dos minas que probaban armas en un polígono. Tiraban con pistolas de calibre .50. De pronto, me despertó algo parecido a un pito sordo y breve. Repetido. Y me sobresaltó más que un pájaro revoloteara.
No podía establecer si se producía cuando soplaba fuerte el viento, tal vez haciendo sonar algo, raspándolo, o arrastrándolo, o si se debía a otra cosa. De hecho, a veces me parecía oír un ruidito metálico, como si alguien apoyara una herramienta sobre una superficie dura.
Rápidamente encontré una similitud entre el sonido aquel y la chicharra del timer que usa el instructor de tiro práctico que aparece en algunos programas de caza y pesca. Reconocí el pitido y lo asocié con el sueño de las pistolas. Y me asombró –y me desmoralizó– que aun en el sueño se me metan cosas de la vigilia. Me pasa a veces con los vecinos estrepitosos, con sus perros, con sus voces. Pero que ocurriera de un modo tan oblicuo me terminó de vencer.
La quemazón de mi cabeza se me revela más profunda que lo esperado. Y eso vuelve a preocuparme. Mucho. No se des-cansa ni durmiendo, y no encuentro un puto margen para aflojar esta tensión, una manera de parar esta pelota… Y siento mi cerebro más frito y arrugado que las fetas de panceta que saqué del freezer la otra noche y calenté en el horno. Salieron secas, fruncidas, cocidas en su propia grasa, cadáveres para un cadáver.
Estuve despierto dos horas, hasta que se levantó el chabón de arriba y el paso del tiempo me convenció de que no eran chorros o algo por el estilo. Pero perdí otro día, viviéndolo somnoliento y exhausto. Otro más.

No hay comentarios: