domingo, 18 de octubre de 2009

La paradoja de Rivaldo


Cuando se me rompe el ritmo del sueño y no lo puedo pegar de ninguna forma –y cuando no se rompe tan intensamente, pero flamea igual–, vivo cansada y me arrastro por la vida, agotada y somnolienta. Los médicos, entonces, recurren a Rivaldo para devolverle un poco de cohesión a mi dormir.
El problema es que si lo tomo, aunque duerma y recomponga un poco la unidad del sueño, me levanto cansada; y el cansancio no se me va en todo el día, como si el efecto de la droga fuese una onda expansiva que no termina de pasar. Y si no lo tomo, no duermo más que pedacitos, y también malvivo mis días fatigada, exhausta, de-molida.
Seguramente eso sucede porque el fucking clonazepam no es la solución. Porque yo no tengo problemas que lo requieran, salvo cuando los demás me avasallan y me someten a su arbitrio, cuando me despojan de mi decisión y me obligan a vivir a su ritmo.
La putita droga hace efecto por un rato, y me deja turulata, noqueada, como un animal apaleado. Durante un tiempo mi cabeza se calma, y hasta puedo dormir sin tantas despertadas, y si el sueño se interrumpe, lo recobro relativamente rápido.
Pero al despertar, aún semidormida, aún cansada y poco lúcida, se revuelve sobre sí y trata de ponerse de pie y recomenzar la búsqueda de ideas+palabras+hechos que le den una paz propia, generada por la descarga justa de neurotransmisores. Que la lleven allí, que la creen, que disparen en alguien ideas+hechos+palabras que den paz.
Así, hoy dormí 11 horas, pero sigo somnolienta; con un peso en los ojos y un velo en la mente, con la capacidad de juicio, el pensamiento y las destrezas motoras alteradas, con las ondas cerebrales que dispara la búsqueda semisepultadas bajo la cobertura benzodiazepínica, haciendo que lo intenten con más tenacidad.
Mientras, me hago adicta.

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