domingo, 7 de febrero de 2010

Si un árbol cae en un bosque desierto, ¿hace ruido?

El oleaje cadencioso y firme que había cerca del escenario frecuentemente me dejaba ver a una mina que estaba atrás mío a mi izquierda. La veía jugar con la cámara que tenía en la mano, y parecía que le sacaba fotos al público más que a la banda.
Aunque siempre quiero tener una foto mía –porque casi no tengo fotos mías–, no daba pedirle que me/nos sacara una foto. Mi grado de sociabilización no es tan grande. El de mi desubicación, tampoco. Pero cada vez que el movimiento me giraba hacia ese lado, la veía con la cámara en la mano, apuntando y no sé si disparando.
Cuando Valentino estaba terminando el primero de los temas que tocó, volví a verla a Ella. La mayor parte del tiempo que estuve adelante, bien cerca del escenario, estaba a mi izquierda; a veces a mi lado, generalmente un poco delante de mí, justo delante de la mina de la cámara.
Era la primera vez que los veía en vivo, la primera vez que los escuchaba, y la onda instrumental medio que me deja afuera por mi condición de desconocedor del lenguaje. Pero, analfabeto y todo, sé distinguir un temazo, sé percibir cuando algo pega. Y eso pasó con el tema de Valentino, con el latido de los vientos, con el groove implacable, ¡con el trombón! Cosa fina.
Igual, el asunto acá es que la vi a Ella. Vi su emoción, su felicidad, su regocijo. Su cara iluminada.
Después la vi así un par de veces más. La vi bailar en el lugar con los ojos cerrados, la vi relajada, abstraída, liberada, suelta, conectada, radiante. La vi aplaudiendo agradecida, sonriente.
Vi su espíritu recargado, renovado. Y la paz que irradiaba.
Otras veces procuré no mirar. Temí invadir su intimidad, temí parecer un fucking voyeur entrometiéndose en su interior expuesto saliéndosele por los poros como el sudor que le colmaba la frente y caía sobre sus ojos distintos, derritiendo la tensión de los músculos de su cara.
Al final, no supe qué hacer con esa disyuntiva. Ni la miré todo el tiempo ni me hice el sota todo el tiempo. Y, como todas las cosas hechas a medias, terminó jodiéndose.
Como sea, esa fue una foto. Fue algo que se vio, algo que vi.
Hubo otra, que nadie vio, y que por eso tengo que agitar, que reconstruir con palabras, que explicar y contar, porque me niego a la inexistencia que determinaría el silencio. (Y porque este es mi blog, la puta madre, y para eso sirve).
Era yo mirándola, llenándome los ojos con Ella, con su movimiento extático, con su fulgor, con su plenitud. Era yo viéndola como nunca la había visto antes, conmovido por el gozo ajeno.
Yo sin poder salir de mí, sintiendo el rush sin saber cómo manejarlo en ese momento; porque no había otra cosa que hacer o por mi cortedad y por mi ubicación (porque soy muy ubicado y porque estoy ubicado en un lugar que me deja afuera de varias cosas, que dificulta compartirlas).
Yo queriendo que alguien me viera así.
Había mucho vapor, mucho humo, y agua por todos lados. Hasta en los ojos. Pero su foto salió clara, límpida, perfecta. La mía, en cambio, es imprecisa, tentativa, necesaria.
La foto de Ella me queda impresionada para siempre en una conexión de neurotransmisores que un mapeo cerebral, un EEG o no sé qué estudio revelarían inequívocamente. La revelarían con la forma de su cara, con la de sus ojos, que no me tatúo porque no hay tinta que reproduzca ese brillo.
La foto mía, la que nadie vio (porque parece que nadie puede verme, salvo Ella, y Ella estaba ocupada en algo mejor), la narro torpemente, pero no la dejo pasar. No puedo dejarla pasar. Corriendo el riesgo de encandilarme, con una y con otra; de quedar con el nervio óptico tildado, flasheado como su dueño, que no vio que la película seguía, cómo seguía la película.
Mi imagen la reconstruyo acá. La de Ella quedó en la memoria de solo lectura, y ahí no importa si fue hace una semana o hace veinte años. Están tan muertas como vivas, atemporales. La posibilidad de una chance de que suceda algo similar se vuelve acuosa. Y el relato busca y busca palabras, las arma y desarma para tratar la imagen, como un Photoshop impotente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Yo queriendo que alguien me viera así"

El año pasado fui a un lugar, a una exposición callejera de objetos que me gustan mucho.
Y cuando doblé una esquina y a lo lejos divisé entre las copas de los árboles las lucecitas que indicaban que era allí, me puse muy contento, pero muy contento, y pensé en alguien y en cuánto me gustaría que hubiera estado ahí conmigo, viéndome la sonrisa incontenible de ese momento. 0 viendo la emoción profunda que sentí delante (y dentro) de algunos de esos objetos.
A mí no me pesa demasiado quedar tan expuesto, parecer un nene de 4 años. Incluso, pude hablar con un par de personas y decírselo: "Me siento un nene de 4 años".
No me pesa exponer mi alegría/emoción/regocijo, y menos ante quien me aprecia, ante quien siento afín, ante quien quiero. Es de lo mejor que puedo dar.
Me encantaría que me hubiera visto así.

Anónimo dijo...

A veces la mejor foto es la k nunca volves a ver.



Yo no comparto lo k dice el d arriba,yo odio kedar expuestx,odio parecer(k me vean mejor dicho)una criatura de 4.Pero verlo en los demas siempre alimenta.
Aguante Lobo,ma k Valentino ni Valentino papa!!!!

- dijo...

wow... cuánto por leer.