martes, 31 de agosto de 2010

Inflación

El 17 de mayo compré la poesía completa de Fabián Casas en una librería que está a unas casas de la casa donde vivía Casas. Me costó 65 mangos.
-¿Te lo envuelvo para regalo?
-Sí, por favor. Pero dejalo abierto porque quiero leerlo antes de regalarlo.
-Te lo dejo presentado, y vos después lo cerrás. (…) No lo ajusté mucho, así lo podés sacar. ¿Querés dedicarlo?
-No. No… Hay una canción de Gabo Ferro que dice: “No habrá fotos nuestras ni libros dedicados”…

(“Es una de las cosas más lindas que me regalaron en mi vida”)

El 19 de agosto lo compré de nuevo, para mí. Lo compré en el mismo lugar. Me atendió la misma mina. Me costó 69 mangos.
Se reprodujo en tres meses, en la endogamia de la pila del Horla, en la promiscuidad de esa mesa de novedades. No reprodujo su tamaño, no tiene más poemas. No sé si reprodujo su valor, ahora que va por la segunda edición. Reprodujo su precio a un ritmo importante: más del 6% en 3 meses, 24% anualizado.
Me pongo de mal humor cuando me dice el precio. Pero quiero tenerlo. Y cuando entro a un lugar y pido algo, me es muy difícil decir “no” aunque el precio sea mayor que el esperado. (Sí, por eso quiero que las cosas digan el precio en la vidriera).
-¿Te lo envuelvo para regalo? –Mientras, de nuevo, pega el puto sticker de la librería en la portadilla.
-No, no. Es para mí.
-¿Una bolsita?
-Sí, por favor.

Acrecienta mi fastidio recordar que están fuera de esa completud poética las canciones de Pez&Minimal.

Es de noche cuando llego a casa. Dejo el libro y camino más de quince cuadras para ir a la farmacia y cambiar el paquete de forros que compré ayer. Estaban vencidos.
(El placer de la transacción, el que da gastar, se hace arduo: ayer la librería ya había cerrado y los forros estaban vencidos, hoy me cobran más de lo esperado).

Me quedo sentado en el borde de la cama después de sacarme los lentes. Desnudo y con el pelo húmedo por la ducha, hojeo el libro un poco. Encuentro esto:

BRASAS

Toda la noche caminando sobre brasas
y a lo lejos las puertas de los autos
que se cierran de un golpe.
Estás harto de la comida seriada de los aviones
y del doble que crece a costa de tus nervios
tratando de conquistar el mundo
o metabolizar el día.
Que está extraviado. La buena onda
se echó a perder hace una semana.
A los jeans mojados les crecieron hongos.
Y las palabras que elaboraste de disculpa
son las migas que deja un paranoico
para saber cómo volver a casa.

La bronca por los cuatro mangos extras se disuelve. Recuerdo especialmente mi fastidio porque siento que no me importa, que no importa. Cuatro, ocho, doce mangos más. Los vale, me digo, y pienso en qué determina el valor en casos como este.
Y me voy a dormir en la frecuencia mental que construye el trabajoso milagro de las palabras ordenadas. Que cambian el aire, y la cabeza, y que sedimentan.

1 comentario:

....... dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=h-Ajq--S61c