martes, 14 de febrero de 2012

Conviviendo con un psicópata

Cada vez que lo veo a C, habla de sus vecinos. De la mierda que son sus vecinos, de que no lo dejan dormir, de las peleas y los gritos que tiene que oír, de que ponen la música fuerte, de que cogen o corren arriba de su cabeza. El otro día dijo que se dio cuenta de que no es casualidad. Que un día notó que si la gente del piso de arriba estaba en su depto, el tipo del piso de más arriba no ponía la música fuerte. Pero que si no estaban, sí. Y que eso había pasado las suficientes veces como para que no pudiese considerarse casualidad.
Y de que una de esas veces en que la música impedía no solo dormir, sino cualquier cosa, salvo oírla y sentir que te estaban invadiendo y violando tu casa y tu descanso y tu salud, una de esas veces en que era inútil tocarle el timbre, gritarle o golpear la pared, C vio con claridad que ese tipo era Nelson, el compañero de Bart. Era el bravucón del grado que tiene el poder de sacarte la mochila, y lo disfruta, y también tiene el poder de que vos no puedas hacer nada para recuperarla, y disfruta aún más cuando, inútilmente, lo intentás y te chocás con tu impotencia y, por ende, con tu explícita insignificancia respecto de él.
El psicópata de mierda este es un vecino ejemplar: saluda a todos, integró la comisión de propietarios, incluso saluda a C cuando se cruzan en la entrada o en el ascensor. Pero después, en su casa, se transforma, y sale al balcón gritando “si no les gusta, que se tapen los oídos” antes de poner su música estremecedora.
Es en su casa, y no en el pasillo, donde denigra a su familia gritándoles “si yo no traigo la comida a esta casa, ¿ustedes qué comen?: ¡mierda comen!” o “en ese colegio son todos unos boludos y vos sos el más boludo de todos”. Y donde amenaza a sus hijos con golpearlos. En Facebook tiene una foto con su hija besándolo a la que tituló “Beso”. Pero es en la casa donde la nena dice “no me toques” (no dijo “no me pegues”, dijo “no me toques”), donde él amenaza con calentarle la cola o con romperle la boca, donde la nena se esconde debajo de la cama para evitar no se sabe qué cosas (C no lo sabe), donde ella quiere cerrar la puerta de su pieza y el tipo le exige a los gritos que la deje abierta.
En el pasillo y en el ascensor es el tipo más sensato del mundo. Y hasta pregunta por qué le tocan el timbre si no era él quien tenía la música fuerte, cuando no sólo es evidente que es él, sino que C lo escucha cantar. Y ahora escucha los gritos provocadores en el balcón. (A veces con su familia también es sensato, y le pide a su hijo que no haga ruido porque “hay un chico abajo”, refiriéndose al bebé del piso de arriba de C. De golpe, le importa el chico de abajo. Los vecinos de más abajo... Esos no). Y en alguna reunión de consorcio llegó a decir: “Tenemos que ser solidarios entre nosotros, tenemos que cerrar la puerta del ascensor, y no dejarla abierta” (!).
El bullying de consorcio que contaba C tuvo un punto crítico una noche en que volvía a su casa con la presión baja y desde la esquina vio que había un tipo parado cerca de la puerta del edificio. A esa distancia C no distinguía si el tipo estaba en la casa de al lado, en la suya, en la de más acá. Cuando estuvo cerca, comprobó que era junto a la puerta de su edificio, y le pareció que era el tipo este, pero llegaba de última y tenía la energía justa para meter la llave en la cerradura. Tan de última que hasta se sorprendió cuando se encendió la luz de la entrada, que detecta movimiento.
Entonces se dio cuenta de que no se había cortado la luz, y, más tarde, de que el tipo llevaba minutos ahí, quieto, esperando no se sabe qué. C tuvo total certeza de que era el tipo ese y no otro días después, cuando oyó su vozarrón y sus carcajadas junto al ascensor, hablando con alguien (¿con otro vecino?), diciendo “caminaba así” y dando un par de pasos con la cabeza y los hombros bajos y las piernas flojas, como C reconocía haber caminado esa noche de baja presión.
El psycho este, como buen psycho, huele las debilidades, y ataca allí con la persistencia obsesiva de un enfermo tratando de instalarse en el lugar del macho alfa del edificio. C supone que es una venganza del tipo este debida a las varias quejas que hizo a la administración por los ruidos provenientes de ese departamento, las cuales incluían referencias a las frecuentes situaciones de violencia familiar, algo que el psicópata, el vecino sensato, el padre ejemplar que paga 800 mangos de colegio, busca ocultar entre las paredes de su casa.
Yo escucho a C y digo que además de eso, hay una voluntad muy profunda por parte de este tipo de hacer lo que quiere cuando quiere, y encuentra en este conflicto, generado por su desconsideración y su desprecio por los demás, una excusa ideal para dar rienda libre a su ser profundo. Todos queremos eso, seguramente. El tema, en todo caso, está en cómo manejamos la cosa cuando no es posible. El vecino psicópata de C reacciona exaltado ante la administradora del edificio y grita “nosotros somos los Psicópatas, nosotros tenemos contactos” cuando la mina le sugiere participar de una mediación. Y a la vecina que sí va a la mediación, el psycho le dice: “No les dé el gusto, no se mude”…
C deberá salvar la distancia que el especialista en bullying de consorcio impone desplazando el aire con su vozarrón aciago, y tendrá que enfrentarlo de algún modo. No necesariamente exitoso (difícilmente exitoso). De un modo que rompa la dinámica de tenerla adentro todo el tiempo, la lógica de la sumisión y la impotencia, la naturalización de lo que no debería ser natural.

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