viernes, 30 de noviembre de 2012

¿A quién le hablan?

Estaba Miguel Botafogo en ese programa nuevo del canal de la ciudad en el que muestran el barrio de la niñez del entrevistado mientras recorren el lugar y comentan anécdotas de aquel tiempo. El chabón hablaba de su primera guitarra eléctrica, de cuando conoció a Pappo, de la peluquería de su padre, en la avenida Cabildo, en cuyo sótano ensayaban, de la gente que se reunía en la vereda –donde paraban los micros de la empresa Antón– para escucharlos…
En un momento señala unas vías tranviarias parcialmente visibles bajo un asfalto deteriorado, y dice que sobre esas mismas vías solía poner una moneda para que el tranvía la aplastara y luego usarla como púa. Y que años después supo que Brian May hacía lo mismo para obtener ese sonido tan particular, al que explica con una onomatopeya inescribible.
Yo, que sé que los tranvías funcionaron en Buenos Aires hasta 1962, de inmediato pienso en que no le dan las fechas. ¿Cuántos años tiene? ¿A qué edad tuvo su primera guitarra? Son preguntas que me surgen después de esa intuición, tratando de explicarla.
Un rato más tarde dice que se fue a España en 1978, a los 21 años. Confirmo así que no le daban las fechas: si nació en el 57, tenía cinco años cuando los tranvías dejaron de circular… Me pregunto, entonces, ¿para qué miente? ¿Para tener algo en común con ¡Brian May!? Podría haber dicho que ponía las monedas en las vías del tren. De hecho, hay un tren que pasa por Belgrano. Decía eso y, fuese verdad o no, estaba todo bien.
Mi pregunta, tan obvia y refleja, apunta a un lugar equivocado. La mentira del mitómano no tiene un para qué que no sea satisfacer su compulsión por mentir. Como sea, descubierta una grieta en su discurso, deja de interesarme lo que dice.
Tal vez, una pregunta más plausible sería ¿a quién le está hablando? Es una pregunta que me hago a veces respecto de otra gente cuyas palabras dejan de importarme apenas me saludan y se contestan ellxs mismxs las preguntas que hacen: “¿Cómo estás? Todo tranquilo, todo en orden”. No corresponden los signos de interrogación en las últimas oraciones, no son preguntas que inducen la respuesta, son afirmaciones. Es lo que quieren oír. No sé a quién le hablan cuando dicen eso, pero a mí no. (No me vengas con problemas, no me importás ni me importa nada de lo tuyo, están diciéndome sin decirlo, y entonces quiero joderlxs contándoles todos mis problemas, incluso algunos inexistentes).
Ayer mismo, justo después de ver a Botafogo, salgo al pasillo del edificio a sacar la basura. Un vecino de los que me saluda entra y me saluda con un “¿qué tal?”, un “¿cómo va?” o alguna pregunta muy similar, de esas que se hacen sin detener la marcha. Le respondo: “Limpiando lo que tiran los vecinos: puchos, comida, toallitas íntimas, preservativos usados…”. El tipo, que está esperando el ascensor, luego de un silencio dice “todo bien”. Por suerte, el ascensor llega de inmediato (y veo bien probable que haya hablado porque vio que el ascensor estaba a punto de llegar), así me evito un enemigo, porque solo correspondía decirle: “¡Forro!, ¿a quién le hablás? ¡Nadie ni nada puede estar bien si hay que sacar del patio la menstruación de la vecina!”.
No sé a quién le hablan, pero a mí no. Bueno, a mí nadie me habla últimamente. (Y cuando yo tengo que hablar, también se me complica, y ni ahí estoy a salvo de repetir esa ceguera, cortesía de mi torpeza o de la mimetización que hay que ejercer para no parecer tan freak en el mundo real).

(Todo esto para no detenerme en preguntas cómo “¿a quién le hablan los que les hablan a los niños?”. Porque, ¿a quién le habla la vecina que le dice a su beba de un año “sos mañera, ¿eh?” o “no te hagás la loca conmigo”?, ¿a quién le hablan los que llaman a comer la papa o cantan lo que me cantaban a mí hace 3x años: “A guardar, a guardar, cada cosa en su lugar”? o ¿a quién le habla la otra vecina, que le dice “¡bravo!” a su hijo de dos años y al rato le grita sacada, hasta hacerlo llorar? Preguntas que derivarían en otra: ¿a quién le hablan cuando deciden tener un hijo?).

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