martes, 11 de diciembre de 2012

Besame, besame, besame

Mirame, hablame, tocame, contame, decime.




Ignorar es maltratar.

No sirvo ni para comprarme zapatillas

Yo, que suelo decir –que creí descubrir– que comprarme zapas me resulta más fácil que comprarme ropa, debería revisar esa afirmación.
Tenía que comprarme zapatillas porque no me quedó un solo par sano, y se torna incómodo usar unas zapas en casa –las que están más rotas– y otras en la calle. Y se torna ridículo salir con el Poxiran en el bolsillo por si se despega la suela en la calle. Y se torna casi freak pegarlas en la sala de espera del consultorio de la dentista.
(No me mires así: no me drogo, no voy a compartir el pomo con un niño de los que venden cosas en el tren. A veces quiero que se despeguen para pegarle una respirada, pero no más. A propósito, avisame si te vas a sacar el esmalte de las uñas).
Hice el recorrido que suelo hacer por varias casas de deportes, buscando zapatillas que me gusten a un precio razonable (porque hay algunas que cuestan más de una luca). Tardé bastante en completar el circuito, y en decidirme, y en ir a comprarlas, porque este año todo me costó aun más tiempo de lo que me costaba. Finalmente un atardecer lluvioso fui a Once a comprarme unas Olympikus blancas de 280 mangos que solo había encontrado en dos lugares. En uno, no tenían mi número, sino uno más grande. En el otro, me dijeron que no eran para personas de mi sexo: ni esas ni tampoco las de ¡190! que estaban al lado.
Me volví con bastante frustración y con los tres billetes de cien que había llevado (y con el Poxi) en el bolsillo, y en ese momento, o más tarde, decidí que el plan B eran unas Nike blancas que había visto en el outlet a 320 pesos. Mi experiencia con Nike no fue buena, pero la posibilidad de pintarlas con sintético, como pinté a las otras, me atraía mucho.
De nuevo, tardé mucho, quizá un mes, en ir, en sentirme bien como para ir, en que mis horarios me permitieran ir, y cuando fui habían aumentado: 350 mangos. No las compré y, en cambio, decidí actualizar mi recorrida. Cuando pude hacerlo, la prioridad pasaron a ser unas Olympikus de 320 a las que vi tanto en blanco con negro y dorado como en negro y dorado.
De nuevo, tardé mucho, quizá un mes, en ir, en sentirme bien como para ir, en que mis horarios me permitieran ir, y cuando fui no solo no me sentía del todo bien, sino que no encontré las negras en ninguno de los negocios de Once donde las había visto. Ni me dio preguntar de nuevo por las blancas de 280 de la otra vez, ya que la velocidad con que se ensuciaron las blancas que tengo –las únicas más o menos usables que me quedaron– después de su último lavado, me hizo decidirme por las negras pese a la diferencia de precio.
Recordé haberlas visto también en Pompeya y decidí ir esa misma tarde. Las ubiqué rápidamente en la vidriera y entré al negocio, donde cuatro vendedores tatuados de peinados nuevos y mirada sobradora hablaban junto a la puerta sin darme bola bajo el volumen elevado de la cumbia. Entonces pregunté “¿a quién tengo que hablarle?”, y uno dijo “a él”.
Le mostré las zapas en la vidriera y le pedí unas número 40, aclarando, como hago siempre, que el número era tentativo, que distintas marcas usan el mismo número para tamaños diferentes. Me las trajo y me quedaban grandes. Le pedí un número menos y me trajo unas que me quedaban muy chicas. Como di por sentado que me había traído un número menos, no le pedí algo intermedio, sino que simplemente dije “necesitaría algo intermedio”. Sin ir al depósito de nuevo, como si lo hubiera previsto, me trajo otras y me dijo que ese número sólo lo tenía en blanco.
No vi el número en la zapatilla (está en un lugar distinto a las Reebok o las Adidas), no vi el número en la caja porque no me la dio… Me las probé, traté de comparar su largo con las que tenía puestas, y, creo que más por que –supuestamente– era el número intermedio que por cómo las sentía, dije que sí. Más para terminar con eso, creo, y para no salir más con el Poxiran en el bolsillo, dije que sí. Aunque eran blancas y no negras. 319 pesos.
Me pregunto: ¿no sería más fácil si estos lugares tuvieran un “medidor de pies”, con la correspondiente conversión a la numeración de cada marca? Onda que vos llegás, te descalzás, te medís el pie y si mide 28 cm de inmediato sabemos que es 43 para Adidas y 40 para Olympikus. Así, le ahorramos al vendedor dos o tres viajes al depósito, que, si bien no son muy desgastantes físicamente, sí parecen serlo para su entusiasmo, y sin duda lo son para la fluidez de la relación con el posible comprador.
Otra cosa, de paso. Es importante que me queden bien, claro. Pero también es muy importante que me gusten. Entonces, si elegí esas zapatillas y entré a este negocio porque las vi en la vidriera y te pedí esas zapatillas es porque quiero esas zapatillas y no otras. Si no hay estas en ese número, y no hay esas en este número, y me ofrecés otras, en este o en otro número, pero no las que yo quiero… ¿para qué mierda tenés una vidriera? Si es tan complicado encontrar lo que quiero, sería casi lo mismo entrar al tun tun y comprarme unas cualquiera, las primeras que me ofrezcas, o casi: dame unas blancas, dame unas negras, las quiero con resortes, las quiero sin resortes, y listo.
Yo no tendría ningún problema en ir sabiendo que debo esperar tres o cuatro días, hasta una semana, ponele, pero que me voy a llevar la que quiero. Como está claro que nunca se le puede creer a un vendedor cuando te dice “esta semana entran”, la cosa tendría que venir desde la propia marca: tendría que existir esta alternativa para comprarse zapatillas, tendría que imponerse esta forma. Vas, te medís en el medidor de pies, te probás unas de tu tamaño, y si no hay en stock, las dejás encargadas.
Incluso, para compensar el tiempo de espera, podrían personalizarse, combinando las distintas alternativas que tiene un mismo modelo. Algo como hace Renault con el nuevo Clio. Por ejemplo, a este modelo que me compré lo vi en blanco con la parte de atrás en dorado y negro y la suela negra, en negro con la parte de atrás en dorado y negro y la suela negra, y en negro con la parte de atrás en verde agua y negro y la suela verde agua. ¿Por qué no ofrecer también una posibilidad en blanco y verde? ¿O blancas con la goma inflada negra o viceversa? No debe ser tan difícil para la fábrica tener en stock esas combinaciones.
Después de algunos días en los que no salí a la calle y, entonces, no era preponderante en mi cabeza el tema zapas-poxiran-etcétera, me las puse. ¡Y me quedaban grandes! Toqué la punta, buscando el dedo gordo de mi pie derecho, y quedaba bastante lejos del límite de la zapatilla. Mi estado de ánimo rápidamente implotó al chocarme con la certeza de una mala compra. Una mala compra, encima, de un objeto que supuestamente sé comprar. Una mala compra de un objeto que necesitaba comprar y que estuve, fácilmente, dos meses y medio para comprar.
¡No sirvo ni para comprarme zapatillas! (Que los vendedores no sirven, ya lo sabía: sirven para vender lo que no sirve, en todo caso). La concha mía.
Las medí con un centímetro: les medí el largo, les medí el contorno, traté de descontar la parte de goma inflada (que en estas es mayor que en las Reebok), las puse a la par guiándome con el largo de las maderas del parqué, las comparé apoyando sus suelas una contra la otra. ¡Y eran iguales! Recién después de medirlas y compararlas unas cuantas veces a lo largo de varios días me pareció notar que son tres o cuatro milímetros más largas que las otras.
Las probé en casa, usando una nueva y una vieja, pero la confusión ya me abrumaba, y de a ratos parecía que se me re salía de lo grande que me quedaba y de a ratos estaba bien… Igual, pensé en cambiarlas, pensé en ir y preguntar si había un número intermedio, aunque no fuese de este color: pensé en ir a otro lugar y repetir todo el proceso sólo para comprobar si había un número intermedio (y para comprarme las negras, si daba, aprovechando que tengo unos pesos) y luego, si ese experimento daba los resultados necesarios, ir y cambiarlas.
Pero entre lo ridículo que me resultaba eso y el tiempo que siguió pasando, me pareció que ya no daba intentar el cambio. Y el piso de casa está tan sucio que la suela acusó bastante la caminata, y hubiera debido esforzarme bastante para limpiarla si quería cambiarlas. Además, era bien posible que fuese inútil, que hubiera probado los tres números consecutivos, y entonces, sin duda, volvería a elegir estas. Es igualmente posible que no hubiera probado los tres números consecutivos, que todo fuese parte de la puesta en escena del vendedor. Y es aún más posible que nunca lo sepa…
Finalmente, el otro día tuvieron su primera prueba en la calle y la pasaron airosa: caminé casi cincuenta cuadras y no las sentí incómodas en absoluto. Sin embargo, recién, durante el tiempo que se pasa esperando en el inodoro, volví a levantar el dedo gordo del pie derecho y se nota que queda bien lejos de la punta de la zapatilla, como a un centímetro.
¡No entiendo nada!

Salvaje

Soy tu salvaje, tu terrorista.
Soy tu salvaje, tu terrorista
y esta noche no pediré disculpas. No pediré disculpas.
Soy lo que soy, indígena de Palestina.
Soy tu salvaje, tu terrorista.
Amenaza demográfica nacida de una amenaza demográfica,
te daré tu próxima amenaza demográfica.
La arroparé con una hattah y llamaré a mi hija Yafa.
Soy tu salvaje, tu terrorista.
Mi madre me frotaba aceite de oliva por el pelo y por la piel
hasta que el aroma de Palestina se filtraba hasta mis venas.
Tengo un sistema inmunológico con el que vos sólo podés soñar,
construido a base del hummus de la UNRWA y de foul.
Soy tu salvaje, tu terrorista.
Soy tu salvaje, tu terrorista.
He sido una refugiada,
he sido una refugiada desde que tomaste mi hogar.
He sido una refugiada desde que robaste mi hogar.
Me dicen que sos polaco y que algún Dios te prometió mi tierra.
Algún Dios te prometió mi tierra…
¿Puedo tener un número de teléfono, un fax,
una dirección de mail de tu Dios? Me gustaría tener una charla…
No sé cuándo Dios se convirtió en agente inmobiliario
y comenzó a prometer la tierra de otra gente.
Quiero decir ¿"destino manifiesto"?
¿Realmente estás mirándome a los ojos y hablando de "destino manifiesto"?
Soy tu salvaje, tu terrorista.
Soy tu salvaje, tu terrorista.
¿No lo ves?
El color de mi piel es el color de la tierra de Palestina.
Cada piedra en Jerusalén conoce mi apellido.
Cada ola que rompe en la costa de Haifa,
está esperando que yo vuelva.
Cada ola que rompe en la costa de Haifa,
está esperando que yo vuelva.
Y siempre estaré en tu mente.
Siempre estaré en tu mente.
En las piedras de las casas de ustedes, en los cactus.
En las piedras de las casas de ustedes, en los cactus.
Siempre estaré en tu mente.
Siempre estaré en tu mente.
Soy tu salvaje, tu terrorista.
Soy tu salvaje, tu terrorista.
Siempre allí, para rondarte.
Siempre allí, para rondarte.
Tuya, tuya…
Tu salvaje, tu terrorista.

(Salvaje * Rafeef Ziadah) Poemas de Rafeef Ziadah en español

Pezón radioactivo

En el cable hay un canal extranjero que tiene un programa onda reality donde televisan cirugías estéticas. Allí practican una censura inexplicable: no muestran pezones, y los pixelan. Pero muestran cuerpos cortados, abiertos, reducidos a objeto; sus fluidos, la carne descubierta…
Veo eso y pienso en qué trauma tendrá la persona que prohibió la exhibición de los pezones. Y en por qué se siguen tapando.
Veo eso y pienso en la disfuncionalidad sexual yanqui, que exportan overseas; en su combinación de superpacatería con hipersexualidad; en esos famosos concursos de belleza para nenas de 6 años; en los sitios porno estándar (nada especial, mucho menos algo prohibido), donde hay formas cada vez más extremas de bondage, donde hasta hay submarinos, como si se inspiraran en Abu Grahib. O viceversa.
(Más absurdas son las pornos japonesas, en las que pijas y conchas se pixelan, pero el bukkake masivo es uno de los subgéneros más transitados…).