domingo, 28 de mayo de 2017

Sus uñas espinas

Las vi salir del telo justo cuando mi campo visual comenzó a abarcar la esquina donde está la entrada. Dudaron unos segundos sobre qué dirección tomar, señalaron un par de puntos cardinales y finalmente decidieron cruzar y caminar por la calle donde yo debía doblar.
Caminamos cuatro cuadras a la misma velocidad. La mayor parte del tiempo, fui detrás de ellas, pero un par de veces cambié el ritmo y las superé para evitar la incomodidad que puede surgir cuando alguien camina detrás tuyo mucho tiempo.
Durante ese trayecto no tuvieron solo un gesto afectuoso: ni un beso, ni una agarrada de manos, ni siquiera una mirada larga en algún semáforo. Cualquier SJW podría suponer que se trataba de una forma de evitar posibles miradas inquisidoras u otras formas de violencia, simbólica o no. Pero no sólo era ausencia de gestos.
En cuatro cuadras por una calle silenciosa, a la distancia cercana que me dejaba oír parte de su conversación, no hubo una palabra que evocara el momento que acababan de vivir. Ni un "te quiero" o un "cómo me gustás", ni un comentario sobre algún hecho específico del turno compartido o una referencia a las características organolépticas de sus fluidos. Ni la tocada de codo o el vocativo "amor" que se dedicaron las chicas que paseaban su perro (con collar de color arco iris) en la plaza cercana la otra noche.
Una de ellas, la más locuaz, hablaba de su viaje a Uruguay y de cómo un pibe las siguió a ella y a otra amiga unas cuadras cuando iban a sacar el pasaje. Usó las palabras "chabón", "chorear" y "turbio", y dijo que las seguía "como un perrito". Agregó que en un momento el fulano, ante la negativa de ellas a no sé qué propuesta, dijo "estas feministas…", lo que terminó de sellar su suerte tanto en aquel momento como ahora, cuando la otra chica no pudo creer que hubiera dicho eso y bufó una mezcla de asombro y fastidio.
En la última cuadra antes de que yo doblara hacia un lado y ellas, hacia el otro, la chica locuaz siguió refiriendo su más terrena cotidianidad: habló algo de la facultad, de que ayer había ido a percusión, tal vez algo de una reunión… No más.
Su look tampoco permitía inferir nada: ninguna de las dos tenía ese lenguaje corporal de las superchongas, que me saca una sonrisa cuando las veo repetir estereotipos masculinos, ni el corte de pelo o la camisa a cuadros de una tomboy. Dos chicas comunes, in the middle of their twenties, vestidas como cualquier chica que va a Sociales, ponele; sin las sienes rapadas ni expansores en los lóbulos de las orejas. Lo más llamativo eran el jean verde musgo y las botitas un poco sucias de una de ellas y, sobre todo, la tremenda pronación de su pisada.
Nadie que las hubiera visto por la calle podría imaginar su relación. Y yo, que las vi salir del telo, podría haber pensado, finalmente, que eran dos empleadas del lugar, que salían una vez cumplido su horario de trabajo, aunque era claro que no tenían el physique du rol de una trabajadora de la limpieza. Ahora se me ocurre que podría haber flasheado que eran dos chicas universitarias haciendo algún trabajo práctico sobre los hoteles alojamiento.
Sin embargo, lo primero que vi cuando las tuve cerca, cuando me ganaron la cuerda de la vereda y comenzamos a compartir por cuatro cuadras una tarde de Congreso, fue tan inequívoco como encadilante. El rectángulo de piel enmarcado por los breteles del top negro, superpuestos sobre los del corpiño de la chica más locuaz, presentaba, justo en el medio, entre ambos omóplatos, un manojo de surcos, rojos y frescos, del ancho de un puño pequeño, del largo de unos dedos semiextendidos, el signo vital más intenso y cercano que se me reveló en mucho tiempo.

Soundtracks (No tengo MP3 ni Spotify ni nada)

Entonces, como siempre, la música está en el aire, en la cabeza, en el azar.
Woman in love, por Barbra Streissand, en el 53, una noche, volviendo del colegio, en el semáforo de las torres –que todavía no estaban–, en el estéreo del bondi-driver. Hace más de una vida de eso.
Rock'n roll nigger, de Patti Smith, en mi piel, cada vez que la realidad me recuerda lo outside que estoy. Es decir, muy seguido.
A veces estoy cansado, de Moris, en el minicomponente del ciego que fuma y fuma sentado en la medianoche de Indep y Sáenz Peña, mientras tapiza de colillas la vereda y apuran sus panchos los comensales del chiringuito contiguo. (Desde la vereda de enfrente la intuí entre el tránsito. Esperé un semáforo para que los autos y los micros cesaran su ruido o para cruzar, y cuando lo hice ya había terminado la canción, e iba por otra: recordé una frase, la googleé y ¡era la que viene después en ese disco!).
Semen up, escrito por la tribu de la calle Carlos Calvo en la pared de la casa colectiva que está cerca de Pozos, las mil veces que pasé por ahí para ir a trabajar, al colegio, o, años antes, a Cemento, a ver a Patricio Rey.
Trátame suavemente, la versión de Soda, en la radio que sonaba en un octavo piso, octavo efe de foca, con Yamila, antes de que me dijera "Yamila me llamo". Nos tratamos suavemente esa tarde, esa hora, con Lapegüe de fondo, con una empatía profesional que subió un nivel cuando lo dijo, en la inminencia de la despedida, y me dejó con ganas de más, de verla una vez más. Mientras ella tenía la boca ocupada, yo tomaba nota mental de la canción pensando en este post. Después tomé su leche.
Las dos que están pegadas en el disco de Los Pillos, Descansa y Baila para mí, en Ballester, a la altura del puente, en esa cuadra donde la señal de la radio cercana se sobreponía al agujero negro que la anulaba tan cerca de la antena, aunque se escuchara bien bastante más lejos.
Tres de Sué Mon Mont. Besos, La misma miel y Diferencias. Las tres, una atrás de otra, cantándolas, de golpe, sin saber por qué, la otra tarde en Da Knoll, San Martín entre Mosconi y la ruta. Hasta que, al doblar la esquina, me di cuenta de por qué. De por qué en ese lugar. (Esas tres, pero no Lejos. Aún no).

La (plaza) internacional

El Rodrigo de epoxi custodia la vereda vestido de boxeador. Mira sin ver a unos judíos que pendulan como involcables en trance en la única ventana iluminada del edificio ese.
Bajo hasta la altura del semáforo, el verde lleva a la plaza donde se oyen voces de al menos cinco países diferentes. Yo busco palabras para salir de acá. Las que tengo son siempre las mismas porque llevo meses sin intercambiarlas con nadie, las que tengo solidifican el rechazo en los pocos espacios donde puedo: dejo un comentario en un blog por cierto texto me gusta mucho y allí mismo me agradecen. So, dejo un link con mis palabras referidas a lo que narra el autor. El silencio elocuente que recibo me pone en mi lugar. Así en la calle como en el blog, mejor evitar el ulterior contacto conmigo. (Tomo nota, licenciado, de no molest… comentarte más). En otro lado, un prestigioso publica un poema de una chica que habla de la locomotora del subte. Pero a ese poema no le falta trabajo.
Es inevitable el refugio en las drogas berretas. No las de los nenitos de once o doce que fuman porro en la plaza. Las que produce mi cabeza, donde amortigua la alfombra de los runners el sonido de tus tacos. Donde, una cuadra más allá, saco a colación al famoso narcotraficante mexicano y veo tu cara virando de la sorpresa a la risa cuando lo nombro para preguntarte si te chapo o no te chapo.

El vende humo Darío Sztajnszrajber

Ya nos hemos referido aquí al autodenominado docente de filosofía (?) Darío Sztajnszrajber. Fue en ocasión de una de las tantas masacres cometidas por Israel en Palestina, cuando el diario Clarín publicó dos columnas de opinión que en teoría buscaban presentar dos campanas. Curiosamente, o no, ambas eran tañidas por judíos proisraelíes. Por un lado, un halcón que justificaba las operaciones del ejército ocupante y apenas podía disimular su antisemitismo (versión antiárabe) y su islamofobia. Por el otro, este muchacho, que supuestamente estaba allí para dar la visión humanista y comprensiva, pero que mostraba la hilacha cuando equiparaba los muertos a manos israelíes con los muertos provocados por cada cohete palestino sin decir que la relación suele ser de cien a uno. O cuando omitía en toda su parrafada emocional la palabra "ocupación".
En estos años desarrolló una ascendente carrera mediática que tuvo como base su programa de canal Encuentro, lógica recompensa para un militante kirchnerista, y, como esos profesionales cuyo histrionismo revela una frustrada vocación actoral (Guido Süller, Mauricio D'Alessandro), ganó un lugar en las agendas de los productores: en este caso, en la letra efe de filósofo. Así llegó como invitado a varios programas de radio y televisión y como columnista a ¡TyC! y FM Metro.
Al paso, construyó un nicho de mercado desde donde amplió el espectro, tratando de abarcar todos los rubros, es decir, de no dejar ubre sin ordeñar. Desembarcó en los escenarios ofreciendo un espectáculo, en el que orilla el standup filosófico o algo así, para el que hay que sacar entrada por Ticketek: un currito familiar que comparte con su esposa. También gira por el país, dando charlas, algunas de ellas compartidas con el historiador oficialista Felipe Pigna. Y, aunque mi googleada no llegó a tanto, seguro que publicó varios libros sobre su tema.
Una deliberada intención de mostrarse participante de lo popular, para contrastar con la burbuja elitista y alejada de lo cotidiano que sería propia de su actividad, lo lleva a manifestarse futbolero, hincha de Estudiantes y defensor del bilardismo, que, según él, "democratiza" el fútbol. Tanto, quizá, como la corrupción democratiza la política.
La web me topa con esta declaración suya: "Hago público mi apoyo al modelo de país que se inauguró con los gobiernos kirchneristas". O sea: estamos ante un filósofo para quien existe algo llamado modelo de país y para quien el kirchnerismo encarna algo así. Tengo ganas de dejar el post acá…
Bueno, en honor al trabajo que ya me tomé, sigo (?).
Esta vez lo cruzo en el zapping, como invitado en el programa que Laura Oliva tiene en Canal de la Ciudad (???), hablando sobre la ansiedad, la angustia existencial y cosas por el estilo. En un momento, viendo hacia dónde quería llevar el diálogo su interlocutora, el tipo se ataja y tiene la prudencia de decir: "Yo no tengo idea sobre cómo la psiquiatría o la psicología tratan el tema [de la ansiedad]".
Darío chamuya, con la cadencia rabínica de su hablar, en un estilo que intercala una palabra culta especializada con otra muy coloquial. Esas palabras y su look estratégicamente desaliñado le permiten acortar la distancia entre la filosofía y nuestras ordinarias existencias de espectadores, parece. De pronto, manda una fruta tan grande que me hace pegar un grito en el sillón. Dice, en pretendido alarde de erudición, que las palabras estúpido y estudio tienen la misma etimología.
Callate, payaso berreta, digo, o pienso, mientras busco con la mirada el estante de la biblioteca donde reposan los cuatro tomos, verdes y gordos, del Corominas, como si ese solo vistazo confirmara mi certeza puramente intuitiva de que el chabón está batiendo cualquiera.
Otro día engancho una repetición del programa, que me refresca el hecho, y finalmente busco a ver si está el video en Youtube. Lo encuentro, y, con la cita textual al alcance de la mano, o de los oídos, me ensucio los dedos con el polvo que se acumula en los muebles de este living para fijarme.
Tenía razón yo.
(Como las cosas en la web no son eternas, transcribo el diálogo).

D.S.: Si uno está todo el tiempo cuestionándose todo, se vuelve como medio estupefacto. Queda medio idiota porque no podés dar un paso.
L.O.: No, es imposible. Es imposible.
D.S.: Ahora: yo le temo más al que no se pregunta nada veinticuatro horas por día porque también se vuelve idiota, pero de otra manera. Es una competencia entre idiotas.
L.O.: La vida… qué lindo… Ese es un lindo titular: la humanidad es una competencia entre idiotas.
D.S.: El idiota que queda así como… La palabra "estupefacto" tiene en su raíz la idea de estudio. Ese estupefacto, estúpido, tiene la misma raíz que estudio. Mirá qué loco. El que estudia demasiado, el que piensa demasiado, queda estupidizado, porque el sentido común, hegemónico, generalizado, no necesita gente que esté cuestionándose todo. Necesita gente que reproduzca lo que hay, que… este… no esté todo el tiempo yendo a fondo…
L.O.: Analizando…
D.S.: … sino que sus prácticas sean constantes.

En el tomo II (pp. 456 y ss.), Corominas dice que estudio deriva del latín studium, 'aplicación, celo, ardor, diligencia' y que la primera documentación corresponde a Gonzalo de Berceo. Sus derivados son estudiar, estudiante, estudiador, estudiantil, estudiantina, estudiantino, estudiantón, estudiantuelo, estudioso y estudiosidad.
En cambio, de estúpido dice que fue tomada del latín stupide 'aturdido, estupefacto', 'estúpido', derivado de stupere 'estar aturdido', y documentada por vez primera en 1691 por Martínez de la Parra. Cita al diccionario de autoridades (1732), que afirma que es "voz latina y de poco uso", y continúa con consideraciones que no vienen a cuento, hasta que enumera sus derivados: estupidez, estupor y estupendo. Luego, refiere los compuestos estupefacción, estupefactivo, estupefacto y estupefaciente.
La comprobación del dato confirma mi intuición previa sobre la truchez de este muñeco, vislumbrada en la pátina sospechosa que trasluce su puesta en escena. Si para darle cuerpo a tu opinión ¡en un programa de cable! necesitás chapear con palabras ajenas quizá sea porque no les tenés mucha confianza a las tuyas. Si para decirnos que usás remeras rockeras como nosotros, pero que no sos igual a nosotros, necesitás exhibir tu saber compulsivamente y, encima, fraguándolo; es decir, si necesitás embaucar a tus espectadores, no sos ni un Paenza de la filosofía. Sos casi un Bucay.
Descubierta una falla, es imposible no dudar del rigor que tendrán todas sus otras afirmaciones. Todo lo que diga sonará a ruido, todo lo que escriba se verá borroso y desenfocado. Seguramente, por el humo con cuya venta se gana la vida.