martes, 15 de abril de 2008

¿Crónica de un infarto anunciado?

(...)
Así, despertándome todas las veces que sean necesarias hasta no poder dormirme de nuevo, viviendo agotado, con el ritmo del sueño cortado, durmiendo siestas de dos horas, y otra vez el ruido, y cierro la ventana, bajo la persiana, cierro la puerta, y sigo escuchándolos, sigo vibrando al ritmo de estos soretes mal cagados. La siesta es una quimera; el descanso de los fines de semana, una utopía; y la angustia no me deja dormir aunque haya silencio porque sé que me voy a despertar sobresaltado. El aire sacudido por estas lacras me va a explotar en la cara, en el cuerpo, estremecido por cada ladrido, que puede ser el primero de una andanada de incontables ladridos (no es metáfora: ladra tan rápido que no le puedo contar los ladridos); por cada vibración de los graves del parlante, que puede ser la primera de la música ensordecedora; por cada palabra estentórea, que puede ser la primera de una charla que no me interesa oír…
Exhausto física y mentalmente, me despierto con dolores en el pecho, del lado izquierdo, que continúan, con intervalos, por varios días. Y cada vez que suena el timbre de la vecina, anticipo los ladridos con que el perro ametralla, y siento que mi corazón se estremece y se estruja como el de Homero Simpson cuando tuvo que ser operado por el doctor Nick Riviera.
Los reclamos fracasan, estas lacras proceden con el desparpajo y la desconsideración de Mr. Magoo, como si el mundo terminara en su ombligo, como si no hubiese nadie a su alrededor. Y mi frustración crece a medida que no encuentro cómo solucionar el problema. Y desde una soberbia que violenta, descalifican, denigran e insultan, y pinchan muñequitos onda magia negra…
En el diario aparece una nota cuyo título dice “El ‘agotamiento vital’ podría alertar a algunas personas de un infarto inminente”. Dice que sus principales características son la pérdida de la energía, el aumento de la irritabilidad y un sentimiento de desmoralización, y llama a conservar la calma por las mañanas (sí, justo cuando me despiertan una y otra vez), ya que a esa hora aumenta la producción corporal de sustancias vasoconstrictoras llamadas catecolaminas. Y añade que numerosas investigaciones asocian ciertos estados psicológicos con episodios coronarios agudos, como el infarto, el preinfarto y la muerte súbita.
Mientras, sigo agobiado en el desasosiego, con esa presencia continua –ahora mismo los oigo hablar aunque tengo las ventanas cerradas– en mi casa, que dejó de ser mía. Sin control sobre mi sueño, mi salud, mi calma, veo cómo trizan mi calidad de vida, haciendo crecer mi odio hasta que se me vuelva inmanejable.
Hace unos meses advertí que estaba por enfermarme, y nadie me dio pelota. Y me enfermé. Lo volví a advertir en febrero, y siguen ignorándome.
Hay gente más joven que yo que ya palmó de golpe. Espero no ser el próximo, pero me temo que esto va a terminar mal.

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