martes, 15 de abril de 2008

El oscuro agujero de la infancia

Toda mi infancia no fue otra cosa que una época de desesperación. Mis padres no me querían y yo tampoco los quería. No me perdonaban el haberme hecho. En toda su vida no me perdonaron el haberme hecho. Si existe el infierno, y naturalmente que existe el infierno, dijo, entonces mi infancia fue el infierno. Probablemente la infancia es siempre un infierno, la infancia es el infierno, dijo. Da igual qué infancia sea: es el infierno. La gente dice que ha tenido una hermosa infancia, pero, sin embargo, fue el infierno. La gente lo falsifica todo, y falsifica también la infancia que tuvo. Dice: “Tuve una hermosa infancia”, y, sin embargo, solo tuvo un infierno. Cuanto mayor se hace la gente, tanto más fácilmente dice que tuvo una hermosa infancia, cuando, sin embargo, no fue otra cosa que el infierno. El infierno no va a venir. El infierno ha sido, dijo, porque el infierno fue la infancia. ¡Cuánto me costó salir de ese infierno!, dijo ayer. Mientras vivieron mis padres, fue para mí un infierno. Mis padres impidieron todo lo que había en mí, interior y exteriormente. Me protegieron casi hasta matarme con un continuo mecanismo de opresión, dijo. Mis padres tuvieron que estar muertos para que yo pudiera vivir. Cuando mis padres murieron, reviví yo. […]
La infancia es el oscuro agujero al que se es precipitado por los padres y del que hay que salir otra vez sin ninguna ayuda. Pero la verdad es que la mayoría de los hombres no consigue salir otra vez de ese agujero que es la infancia. Durante toda su vida están en ese agujero y no salen y se amargan. Por eso están amargados la mayoría de los hombres que no salen del agujero de su infancia. Hace falta ya un esfuerzo sobrehumano para salir del agujero de la infancia, y si no salimos suficientemente pronto del agujero de la infancia, de ese agujero más oscuro que ninguno, nunca saldremos de él, dijo. Mis padres tuvieron que estar muertos para que yo saliera de ese oscuro agujero de mi infancia, dijo. Tuvieron que estar definitivamente muertos, realmente, para siempre, ¿sabe usted?, para salir del agujero de la infancia. Mis padres hubieran preferido meterme inmediatamente después de nacer en su caja fuerte, con sus joyas y sus valores, dijo. Yo tuve unos padres amargados, dijo, que padecieron toda su vida esa amargura. En todos los retratos que tengo de mis padres y siempre que los veo, veo su amargura. Casi no hay más que hijos de padres amargados, y por eso todos los padres parecen tan amargados. La amargura y la decepción marcan todos los rostros. Apenas se pueden encontrar otros. Se puede andar por ejemplo durante horas por Viena viendo sólo amargura y decepción en todos los rostros, y en el campo no es distinto. También los rostros del campo están llenos de amargura y decepción.
Mis padres me hicieron y cuando vieron lo que habían hecho se asustaron y hubieran preferido hacer que no hubiera sido hecho, y como no podían meterme en su caja fuerte, me arrojaron al agujero negro de mi infancia del que mientras vivieron no volví a salir. Los padres hacen siempre sus hijos en una forma irresponsable, y cuando ven lo que han hecho, se asustan. Por eso, siempre cuando nacen niños vemos solo padres asustados. Hacer un niño y dar una vida, como se dice hipócritamente, no es al fin y al cabo otra cosa que traer al mundo y echar al mundo una abrumadora infelicidad, y de esa abrumadora infelicidad se asustan todos una y otra vez. La naturaleza ha hecho siempre necios de los padres, dijo, y de esos necios, niños infelices en oscuros agujeros de la infancia.
La gente dice con mucho desenfado que tuvo una infancia feliz, mientras que, sin embargo, tuvo una infancia infeliz, a la que solo escapó con el mayor esfuerzo y por esa razón dice que tuvo una infancia feliz, porque se escapó del infierno de su infancia. Haber escapado de la infancia no quiere decir al fin y al cabo más que haber escapado del infierno, y entonces se dice que este o aquel tuvo una infancia feliz, y se es así indulgente con los progenitores, los padres, con los que no hay que ser indulgente. Decir que se ha tenido una infancia feliz y ser así indulgente con los padres no es al fin y al cabo más que una bajeza sociopolítica. Somos indulgentes con los padres en lugar de acusarlos durante toda la vida del crimen de engendrar seres humanos, dijo ayer. Treinta y cinco años estuve encerrado por mis padres en el agujero de mi infancia, dijo. Treinta y cinco años me oprimieron por todos los medios posibles, me torturaron con sus métodos espantosos: no tengo por qué tener la menor consideración con mis padres, no se merecen la menor consideración, dijo. Cometieron conmigo dos crímenes sumamente graves, dijo; me engendraron y me oprimieron. Me engendraron sin consultarme, y cuando me engendraron y me arrojaron al mundo, me oprimieron. Cometieron conmigo el crimen del engendramiento y el crimen de la opresión, y me arrojaron en el oscuro agujero de la infancia con la mayor brutalidad paterna posible.

(Maestros antiguos – Thomas Bernhard)

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