domingo, 28 de septiembre de 2008

Acoso naturalizado

Tres y pico de la tarde, La Rioja casi Belgrano. Camino metida en mi mundo, intersecándome apenas lo imprescindible con el exterior, hasta que mi sexto sentido me avisa que hay algo raro con ese auto que se detiene junto a la vereda por la que camino, la izquierda en el sentido del tránsito. Antes de girar la cabeza, el conductor, que trae la ventanilla baja, comienza con su burdo ritual de seducción. Realmente me pregunto si alguna vez alguien se habrá levantado a una mina procediendo así. “Hola, ¿estás solita?”. “Mmmm, ¡qué linda que sos!”. “Decime algo, dale, no seas mala”.
Evidentemente, no me confundió con una trabajadora sexual de las varias que suelen parar por esa zona, en general de Belgrano hacia la plaza y hacia Jujuy. Aparecen más tarde, cerca del anochecer, y, si bien no se visten provocativamente, puede distinguírselas porque están paradas en un lugar y no caminando, como yo.
Resoplo, prefiero la indiferencia y cruzo la calle a mitad de cuadra, delante del Duna cremita detenido, o casi, aprovechando que el semáforo de Venezuela está en rojo, y me acerco a Belgrano por la vereda opuesta. Unos metros más adelante veo la sombra de un auto que se detiene a mi altura, antes de las paradas de los colectivos. Me fijo en el reflejo de una vidriera y, sí, el señor del Duna ahora estaciona junto a la vereda derecha. Apuro el paso y en la próxima vidriera veo que se baja del auto y comienza a caminar detrás de mí.
¡Ay, caramba! ¿Hasta cuándo hacerse la boluda, cuándo hacer un escándalo? ¿Y qué tipo de escándalo? Antes de darme una respuesta, mi cabeza me representa una instalación policial que hay a una cuadra, en la esquina de Urquiza. A paso firme, con la adrenalina latiéndome en las sienes, vuelvo a cruzar y tomo esa dirección. En la vidriera de la farmacia de la esquina veo que el tipo no me sigue, sino que entra en la agencia de lotería de la esquina de enfrente.
Resoplo una vez más, cruzo Belgrano por cualquier lado y, mirando de reojo todo el tiempo, retomo mi camino por La Rioja.

Escucho voces

Todo el tiempo escucho voces.
(Yo no doy puntada sin hilo)
A la tarde, a la noche, a la mañana;
(¡No jugás más con la computadora!)
cuando miro tele,
(–¡Ay, boluda! ¿Qué hago? –Mandale un mensaje, mogólica)
cuando leo, cuando como o cuando me pajeo.
(En ese colegio son todos unos boludos y vos sos el más boludo de todos)
Cuando estoy despierto escucho voces,
(–Negros de mierda, paraguayos hijos de puta. –Ja, ja)
y cuando duermo se meten en mi sueño
(Lo compré porque me fascinó el color)
y en él duplican la vigilia.
(A estos putos los tenemos que matar)
Las voces me dicen
(Te traje ravioles)
matar.
Matar.
Matar.
Matar.
Matar.
Matar o morir.
Matar.

El cumple de la Tana

Terminé el cole en una nocturna con especialización en computación. Era la época del DOS, y el 3.11 en inglés parecía salido de Star Wars. De hecho, allí toqué una computadora por primera vez en mi vida. Teníamos un compañero que había hecho un curso de programación y parecía que se sabía todo el programa de la materia: en las horas de computación no hacía nada, o se iba; y no daba los exámenes: 10 derecho. Su problema eran las otras materias… O, tal vez, su actitud: terminó dejando.
Una clase, la profesora, la Tana, da un problema para que hagamos el diagrama de flujo. Y el chabón este, Calabaza, o Caballasca, o algo parecido, dice “se hace así”, y todos los moscardones alrededor de la comida (podría decir de la caca, pero ni eso era Calabacín) van detrás de sus palabras, y es así. Entonces Galo Eter dice: “Es asá”, seguramente tras un prudente exordio y con un tono abreparaguas. Y la Tana, la Gorda, con la que teníamos buena onda, tal vez por interpósita profesora, dice: “Tiene razón Galo”.
Y esa vez, por una puta vez, me sentí reivindicado, y sentí, y se lo dije: “¡Cuántas veces hubiera necesitado esto en la vida!”. Tener razón, y que alguien lo viera, y lo dijera, y que la gilada la tenga que ir a buscar adentro del arco.
Esa vez fue una Revelación para mí y un trámite docente para ella. Para ella, que decía que “los alumnos pasan y los profesores quedan” porque también creía en ese sistema de castas que prevalecía sobre la condición de personas de unos y otros (aunque a veces le pintaba la justiciera con las notas, o la celestina desatinada –tratando de unir alumno con alumna, claro–, o haya sido guardaespaldas cuando un grandote mosqueado de ojos rojos me quiso fajar).
Paradójicamente, ella no se quedó: justo para la fecha de su cumple se fue a Europa, mucho antes de que explotara la crisis de 2000-2001. Nos mantuvimos en contacto por correo postal, por casetes, por teléfono cuando había descuentos en llamadas de larga distancia; por el centenar de postales que me mandó, que no pudo incluir una de Palestina liberada, como le pedí. Más adelante por mail, compartiendo su lista de contactos con todas sus amigas conchetas egresadas de universidades privadas, recién mudadas a Nordelta, etc.
Después de preanunciar su venida tantas veces, un verano, finalmente, visitó BA; y en toda su estadía no solo no nos vimos, sino que no me llamó, ni siquiera para despedirse antes de volver a viajar. La relación siguió, pero yo ya sabía que no integraba su mundo real.
Más tarde reapareció en su vida aquella interpósita profesora, que se había hecho muy amiga de ella en el cole y que por motivos que nunca me dijo se había distanciado de mí luego de que tuviéramos una relación de mutuo afecto. Vi su dirección en el campo CC de un mail y le escribí. Su respuesta fue reenviárselo a la otra. Y la Tana, la génoise, la genevoise, tomó partido por su amiga: “Me das lástima”, me dijo, e “injusto”, “demoníaco” y que “pareces la loca de Glenn Close en el film Atracción Fatal, que le hervía el conejo a Michael Douglas”…
Las postales comenzaron a escasear, tanto como los mails. Salvo alguna tarjeta electrónica para las fiestas o mi cumple, los suyos eran “RE:”: siempre respondía, pero nunca comenzaba el intercambio, y a mí ya no me daba escribirle. Los pocos que llegaban iban a toda su lista de contactos, y los míos solo eran respuestas de compromiso. El último que le mandé, tras un silencio de meses (cuando el paidófilo que publicaba en Paidós cayó en cana, porque ambos lo conocíamos), me vino de vuelta.
Me inspira y me agobia la tristeza de lo perdido, aun cuando no teníamos nada que ver el uno con el otro, cuando muchas veces parecía que no entendía nada, aunque de vez en cuando metía un bocado que demostraba que sí entendía. Quizá se relacionara con las personas de otra forma, muy distinta de la mía; o conmigo en particular porque era un alumno, pasajero, integrante de una relación lateral, circunscripta a ese ámbito de su vida, y siendo en él uno más, el mejor, pero uno más al fin, y sin dejar de serlo. O tal vez no hubiese nada demasiado recóndito o interesante que entender.
Whatever, si ese lugar no nos hubiera cruzado –y era el único en el que nos podríamos haber cruzado–, no hubiéramos tenido algunos momentos de afecto. (Espero que el uso del plural se corresponda con la realidad).
Aunque el último mail no hubiera rebotado, no le mandaría uno de feliz cumpleaños. Pero no me olvidé de ella, y cuando recuerdo aquel momento, sustancias vinculadas con el placer y la alegría se producen en mi cerebro.

Lo escrito, liberado está

Las otras veces, el blogger Mario Daniel volvía a pasar por aquí y dejaba un mensaje que decía: “ps: lo suyo es como un continuo drenar. bueno que sirva”.
En el ciber, la lectura del comentario me provocó una larga carcajada que nadie oyó porque todos tenían los auriculares puestos, y lamenté no poder filmarme, para postearlo aquí y contrarrestar un poco la oscuridad catártica que seguramente trasunta este espacio. Volviendo a casa, sintiéndome débil y cansadx, iba por la avenida nocturna, dominicalmente desierta, y cada vez que lo recordaba me reía de nuevo. Y cada vez que lo recuerdo, como ahora mismo, se me impone la sonrisa.
Pero lo que motiva este post no es ese comentario, sino una nota del diario Clarín que afirma en su título: “Escribir un blog es la nueva terapia para personas enfermas”. Esto se desprende de un estudio publicado en la revista The Oncologist que demostró que los pacientes con cáncer que expresaban sus sentimientos por escrito se sentían mucho mejor física y mentalmente que quienes no lo hacían.
Según los expertos, “escribir en un blog ayuda a los pacientes a encontrar autonomía y morigera el estrés de las situaciones traumáticas. Los blogs permiten que los pacientes liberen su angustia y vuelquen lo que sienten cuando no tienen con quién hablar, y pueden explorar su dimensión creativa sin negar su situación”. Parece que el blogueo estaría conectado con el sistema límbico del cerebro, que controla los instintos relacionados con la comida y la sexualidad –lo que se demostraría por que mucha gente postea compulsivamente–, y esto ayudaría a la liberación de dopamina, como cuando se escucha música o se realiza actividad física (no aclaran si esta última incluye coger). También estaría vinculado con la actividad de los lóbulos frontal y temporal, que controlan el lenguaje.
A mí, Mario Daniel, calculo que me sirve para liberar, para drenar, como Ud. dice, y evitar, así, la gangrena; no el producto de un cáncer físico, pero sí el de estos cánceres humanos que me rodean, y también otras cruces que cargo, aunque algunas, quizá, no sean mías. Tal vez sirva para poner en palabras algunas cosas (de hecho, comenzó cuando culminó abruptamente mi última xp con un psi), y también para no irme a la mierda del todo; para mantener una imagen, una referencia, una conexión, y desde un lugar muy diferente al de mi habitualidad, en el que uno (cree que) tiene más margen para ser pelotudo para sí o para terceros: como mucho, alguna poeta contradictoria se enojará, o algunos otros dejarán de leer, pero es así.
Lo escrito se libera; y más notoria es la liberación cuando la protege el anonimato. Pero no hay que olvidar que la sensación de anonimato en internet es engañosa, y es aconsejable extremar recaudos para evitar consecuencias: que la voluntad de joder legalmente de la desencajada desequilibrada esposa del golpeador o de la garca tragasueldos empleadora en negro mentirosa del orto no puedan materializarse…
(Igual, ninguna de esas voluntades se debió a este blog).
(Igual, todo esto es ficción).

en/fermarse

La otra vez estaba viendo una carrera de bicicletas en el canal italiano, y de pronto un ciclista, que tal vez haya sido Gilberto Simoni, pero pudo haber sido cualquiera (demos por bueno que era lo scalatore trentino), pinchó una rueda. Entonces, se detuvo a un costado de la ruta, rápidamente desprendió la rueda averiada y más rápidamente aún descendió del auto de su equipo el mecánico con la rueda de repuesto; la colocó, la ajustó, y el corredor retomó la marcha.
El periodista que seguía la carrera desde una moto, junto a los ciclistas, interrumpió a los comentaristas, que estaban en la cabina, frente a la línea de meta, al grito de “Si ferma Simoni! Si ferma Simoni! Ha forato la ruota anteriore”, es decir, avisaba que Simoni se había detenido porque había pinchado la rueda delantera.
Toda esta puesta en autos para señalar cuánto me llamó la atención que “fermarse” equivaliera a “detenerse”. Inmediatamente vino a mi mente el verbo castellano “enfermarse”, y pensaba en que cuando uno se enferma, se detiene, se para, suspende su actividad.
Por ejemplo, cuando me enfermé, hace unos años, y los médicos no acertaban con el diagnóstico (y me decían “los análisis están bien”, pero yo me sentía para el orto), me detuve, y dejé de hacer las cosas que permitían la respuesta complacedora “estudio y trabajo” a la pregunta “¿qué hacés?”.
En esa época se rompió la inercia indescifrable que me había puesto en esos lugares, y quedé en/fermo al costado del camino (tal vez, simplemente, atado a mi destino).
No tengo el Corominas a mano para consultarlo, pero no creo que esa paronimia sea casualidad.

Se me rompieron las zapas (II)

El segundo par en caer en menos de un mes… La verdad, duraron bastante, pero siempre me duele desprenderme de las cosas que me acompañaron tanto. Y también le va a doler a mi bolsillo cuando las reemplace.
Fue en 2001, en la época en que todavía andaba más o menos y cada salida a la calle era breve y bien preparada, cuando recorrí varios lugares buscando precios, y el mejor lo encontré en ese negocio, que me parece que llevaba poco tiempo de inaugurado, por San Juan y Catamarca. La otra vez pasé por ahí, y seguía estando.
Las elegí, básicamente, por el precio: Adidas de running, sí, pero las más tobaras. La idea es que protejan el pie, que se banquen una paliza, pero que no me agujereen el bolsillo; en especial porque con estos bienes uno siempre tiene la sensación de que los más caros no deben de ser mucho mejores que los otros, o, en todo caso, tienen no sé qué boludez innovadora que al final ni fu ni fa.
La reconstrucción de los hechos a partir del recuerdo, o la reconstrucción del recuerdo, me hace inferir que no tenían en stock las que yo elegí. Entonces, la vendedora, una pendejita que me parecía rusa o ucraniana, con un tatoo en la parte derecha de la panza (no le tiré los galgos), me ofreció el mismo modelo, también en blanco, pero con azul oscuro y unos toques en rojo, y en 42 ½, en lugar del 42 que pedí.
Como casi siempre que uno se prueba las zapas nuevas, cree que están bien. La verdadera prueba no se hace en diez pasos sobre una alfombrita, sino en la calle, en las vederas porteñas. Y aunque el color no era el elegido y el número presentaba esa duda, el precio era la variable más importante a tener en cuenta, y parece que por lejos… La cosa es que aquel 28 de junio garpé los $ 57,80 que costaban y pasaron a pertenecerme, junto con el par de medias que me regalaron.
Al principio me resultaban grandes, pero nunca supe si me quedaban grandes o si sólo era sugestión. Alguna vez hasta las usé con dos pares de medias… ¡y las seguía sintiendo flojas! Con el tiempo, mis pies se acostumbraron a ellas, o ellas a mis pies, y anduvieron razonablemente bien. Pasados los años, la derecha tuvo que ir al cirujano porque se rompió en la punta, despegándose la suela de lo que sería la “carrocería”. Luego, siguieron andando, ya muy gastadas las suelas, incluso con un agujero pequeño a la altura del comienzo del dedo mayor, trocado en marrón el blanco del falso cuero en algunos sectores y con un cordón deshilachándose, no en la punta, sino en el tronco.
En este último tiempo, las partes de tela de los costados, descosidas del cuero, dejaban ver las medias, tanto en la derecha como en la izquierda, y a veces escapaba un pedacito de ellas. Fue hace no mucho que descubrí que el lado interno de la zapatilla derecha estaba despegado casi hasta la altura del arco del pie, y ya era irreversible, impegable.
Le di un breve descanso, usando la derecha de un par del mismo modelo (Esoteric Running, según encontré el cartoncito en un mueble el otro día, cubierto por el polvo de siete años), pero de distinto color, como ya conté; igual, la suplente duró poco.
El pegamento de la punta apenas se la bancaba, y me hacía estar pendiente de ella en cada caminata. Hasta que la tarde esa, en Estados Unidos y Sáenz Peña, tropecé con el cordón de la vereda al cruzar no por la esquina, sino antes del garaje del telo, y si bien evité pegarme de trompa contra el piso, el pegamento que mantenía unida la parte de la punta cedió. Para rematarla, tres cuadras más allá volví a tropezar, enganchando la punta y arrastrándola contra una baldosa medio salida. Y adiós, mis zapas.
Sobrellevaron el regreso, que emprendí con cuidado de que no se abriera del todo la zapa, como la boca de un cocodrilo, sintiendo la brisa refrescar mi dedo gordo. Llegamos a casa, me las cambié, y una vez más el paso del tiempo, de la vida, se simbolizó en un hecho nimio.

Mentiras habituales de los sionistas (III)

“Los palestinos (y Hezbollah) usan civiles como escudos humanos”
Ante todo, cuando se toca este tema se parte de una concepción perimida de la guerra, más propia de Billiken que de la estrategia militar posterior a la Segunda Guerra Mundial: no hay más campos de batalla como aquellos en los que luchó San Martín, en San Lorenzo. (Aunque antes de tales hechos ocurrieron las invasiones inglesas, que también incluyeron combates en zonas pobladas). Desde la Segunda Guerra Mundial, las acciones bélicas tienen como objetivo primario la población civil, y se desarrollan en ciudades.
Pero, además de esa noción obsoleta, ampliamente difundida, los sionistas y sus esbirros mediáticos y académicos se valen de una tergiversación semántica. Así, afirman una y otra vez que los combatientes palestinos (y los de Hezbollah) usan a la población civil palestina (y libanesa) como escudo humano, al “ocultarse” en las zonas pobladas. (Tal vez pretendan que vayan a vivir al desierto, o que no tengan familia; o que no combatan la opresión y la ocupación). Buscan, de esta manera, justificar sus operaciones militares, que tienen como propósito de fondo, más allá del asesinato de personas catalogadas unilateralmente como “terroristas”, amedrentar a la población civil con ataques a mansalva en ciudades y aldeas.
Una de ellas, particularmente recordada, ocurrió en julio de 2002 y consistió en un bombardeo aéreo que derribó un edificio en Gaza, matando a quince personas, nueve de las cuales eran niños, e hiriendo a más de un centenar. Uno de los muertos era Salah Shehade, un “terrorista” de Hamas según la arbitraria calificación impuesta por el ejército invasor.
Por lo demás, el propio ejército de ocupación ubica a sus tropas en poblados o en sus inmediaciones. En la última guerra contra Hezbollah, fueron numerosas las denuncias de israelíes acerca de la ubicación de bases, campos de entrenamiento y acantonamiento de tropas, e incluso de comandos y jefaturas militares de sus FF. AA., en ciudades, o junto a ellas: en las afueras de la ciudad de Pardes Hana, una ciudad mediana, se ubicó un campo de entrenamiento; junto a la ciudad de Safed (una de las más bombardeadas por Hezbollah) se ubicó la base central del comando norte del ejército, y el Estado Mayor Conjunto operó en pleno centro de Tel Aviv. En Kfar Giladi, en el norte del país, se acantonaban tropas de las fuerzas invasoras, hasta que les cayó un misil de Hezbollah y una decena de sus integrantes fallecieron. La enumeración podría continuar.
Sería gracioso si no fuese un chiste viejo el versito de que los “terroristas” se ocultan entre civiles, y se hacen pasar por civiles antes y después de sus operaciones, o mientras las planean. Porque del otro lado de la frontera, en Israel, ocurre algo similar, cuando los civiles que forman parte de la reserva militar son llamados a servicio activo; sin embargo, esa súbita transformación no merece condena alguna por parte de los repetidores de esta mentira.
Hablábamos, al principio, de una tergiversación semántica. Ella se ejecuta al trastrocar el sentido de la expresión “escudos humanos”, que se refiere al uso forzado de civiles (palestinos) como protección en operaciones del ejército (israelí), haciéndolos caminar delante de las tropas en las requisas casa por casa para protegerse de un hipotético fuego que pudiera abrirse desde ellas, o para que ingresen antes que los soldados, por si hubiera trampas cazabobos, y asimismo mientras estos toman posición; o remover objetos sospechosos, o pararse junto a los vehículos militares para que no sean atacados, por ejemplo.
Imágenes de este tipo son tan repetidas que es una mentira pueril afirmar que se trata de hechos aislados, aun cuando la Corte Suprema del Estado ocupante mandó suspender esas prácticas en 2002, y las prohibió formalmente en 2005. Un poco tarde: el artículo 51 de la Cuarta Convención de Ginebra establece que las personas protegidas (es decir, aquellas que en un momento dado y de cualquier manera se encuentren en caso de conflicto u ocupación en manos de una parte o del poder ocupante extranjero) no pueden ser obligadas a llevar a cabo tarea alguna que los ponga en la obligación de tomar parte en operaciones militares. Infracciones graves a lo allí establecido constituyen crímenes de guerra.






28.2.07. Un palestino, Sameh Amira, usado como escudo humano por el ejército israelí en una búsqueda casa por casa en la ciudad palestina ocupada de Nablus. (Foto: Tim McGuire para AP).











22.4.04. Un adolescente palestino, Mohammed Bedwan, de 13 años, atado a un jeep del ejército ocupante en la localidad palestina ocupada de Biddo, al noroeste de Jerusalén, para proteger el vehículo y a las tropas de las piedras. (Foto: The Daily Mail).









11.4.07. Dos jóvenes palestinos son obligados a pararse delante de un vehículo militar en la ciudad palestina ocupada de Nablus para protegerlo del lanzamiento de piedras durante una incursión del ejército ocupante. (Foto: Research Journalism Initiative).


Mi tan querido Angelito!!! (II)

Me acuerdo que durante todo el tiempo que pasamos sin hablar miré la dirección “lacuervitadeboedo@hot…” y tenías ganas de hablar, pero taba seguro de que vos no… Y creo que tuve suerte de la segunda oportunidad porque ahí me conociste bien, y no al Cristian que te encaraba, sino al Cristian amigo.
Ese que hoy va a estar siempre que lo necesites, y creo que ya expliqué bien que es literal. Que sea lo que sea voy a estar ahí para ayudarte. Desde la boludez más frívola hasta el problema más dramático siempre va a estar tu ángel Cristian.
Volviendo a la historia, avanzando más en el tiempo, me acuerdo de la comida de cara. Todavía Christopher me dice que nunca me vio tan ilusionado en mi vida como cuando lo pasé a buscar para ir a tu casa. xD
Ni te imaginás lo que me costó conseguir ese peluche!!! Y encima hice alta poesía! Jajaja.
Estaba re ilusionado, y no porque estuviera “re enamorado”. Nada que ver, sino porque me había costado una banda y después de tanto laburo se daba. Jajaja…
Ah, y ni te imaginás lo caliente y desilusionado que me fui. Jajaja… Te habrá contado Aye, que se fue con nosotros.
Bueno, pasemos a algún tema menos incómodo para vos.
Que pensé ese día que nunca te iba a volver a decir cosas lindas porque iban a ser malinterpretadas. Y, sin embargo, hoy lo hago.
Que pasó un tiempito desde ese día y volvimos a tar re unidos, o por lo menos yo empecé a tenerte cada vez un poco más de cariño.
Hasta hace un par de semanas, hasta el momento en que dejaste de ser otra de mis buenas amigas y te convertiste en la amiga por la que más me preocupo; la amiga que más me hace sentir bien, la que me da los abrazos más lindos, aunque parezcan sin ganas :p La que me da consejos todo el tiempo, y también me los pide a mí…
La que hoy en día abarca más lugar en mi corazón! (Manna es otra, y si no le ganás por mucho es porque ella me necesita en serio).
Hoy en día, mi Smiling Little Angel es uno de los factores más importantes para producir mi alegría… y te agradezco por eso.

Sequía

El noticiero me pone unos violines lacrimógenos de fondo y me muestra a las vaquitas agonizando por la sed, sus vientres hinchados por haber tomado agua podrida, y sus cadáveres, y sus osamentas. Lo que no me dice es cuál sería el destino de esas vacas: el camión jaula, el matadero, tu plato zoófago…
Y se angustia el propietario. Y se le quiebra la voz.
No por las vacas. Por su bolsillo.

Laura Alcoba

En la última Feria del Libro ingresó en las grandes ligas literarias esta chica, casi cuarentona, que vive en Francia y cuyo mayor mérito para la repercusión es ser hija de dos montoneros: su padre cayó preso, y ella y su madre vivían en la famosa casa de La Plata donde, según la historia oficial montonera, funcionaba una imprenta de esa organización en la que se imprimía la revista “Evita montonera”.
La casa sufrió un ataque de las fuerzas del Estado, tan violento como célebre, y ahora es un “espacio de la memoria”. En esa ocasión fue muerta, entre otros, Diana Teruggi, cuya hija de meses fue apropiada y su identidad, adulterada.
Alcoba escribió una novela sobre el tema en la que la protagonista es ella niña viviendo en esa casa, en una especie de comunidad, con su madre, oculta, sin salir a la calle, y con otros guerrilleros que sí estaban “visibles”, llevando adelante un criadero de conejos como pantalla para sus actividades.
La novela fue escrita en francés y no fue traducida por la autora. En castellano se iba a llamar “El embute”, pero parece que la editorial prefirió un título menos montonero, y, como en inglés, se llama “La casa de los conejos”.
En una entrevista de las tantas que dio, que parecen todas la misma, cuenta que incluso los niños (ella tenía 7 años) participaban de la operatoria, embalando las revistas. Eso me hizo recordar al chimentero Camilo García, cuya madre militaba en el ERP, cuando decía que durante su niñez había ametralladoras y fusiles en los armarios de su casa.
En la mirada de Alcoba, como en casi todas las demás, no se ve una objeción a la lucha armada, ni mucho menos a la ingenuidad, a la omnipotencia o al absoluto descuelgue de la realidad que tenían quienes pensaban que eran compatibles la maternidad y el ejercicio de la violencia. Sólo la recuerdo en boca de la esposa de Oesterheld, cuyas cuatro hijas también fueron capturadas por las fuerzas del Estado.
En este sentido, la autora dice que eligió narrar desde ella niña para no caer en el cuestionamiento a la generación de los padres por respeto a ellos y a los muertos. (A los muertos guerrilleros, que son los únicos que merecen el recuerdo incesante y masivo). Análogamente, no solo la narradora es una niña: todos somos tratados como niños a los que nos cuentan todo el tiempo el mismo cuento, fosilizado e incuestionable, más o menos terrible y trágico, en desgarrada primera persona o en épica tercera persona.
Es revelador este pasaje de la entrevista: la niña inventa crucigramas y “aparece una falta de ortografía. Ella impone la palabra azar con zeta, que es lo que le permite escapar a la trampa de la muerte anunciada”, dice Alcoba. ¿Perdón? ¿Anunciada? ¿Cómo debemos tomar eso? ¿Como un fallido?, ¿como una confesión? El respetuoso periodista no repregunta.
Seguramente, lidiar con la culpa por haber zafado o la necesidad de autoconvencerse de su heroicidad o de justificar su insensatez hacen, aún hoy, que sea improbable hallar una mirada crítica en boca de los sobrevivientes. De esta manera, afirman que “se mató a lo mejor de una generación”, lo que, por consiguiente, los deja fuera de esa crema solo por no haber muerto.
En ese relato de que algo groso se estaba gestando, de lo cual ellos formaban parte (excepción hecha de Pérsico –que sí asume haber estado en el atentado contra Klein–, Hebe y unos pocos más), nadie usaba armas: eran cuasi asistentes sociales, o proto periodistas, tal el hermano del ex futbolista y actual secretario de Deportes, Morresi, que también cayó repartiendo esa revista, o personas que “resistían”. Así, me pregunto quién ponía las bombas, quién mataba gente, quién trataba de copar cuarteles, porque eran todos imprenteros, canillitas, alfabetizadores o madres que pretendían hacer la revolución con un chupete en una mano y un pañal en la otra.
Por cierto, se ha hablado mucho de los años 70, pero nunca me quedó claro por qué las guerrilleras se preñaban masivamente. Tanto niño apropiado, producto de tanta guerrillera embarazada, no parece ser casualidad… Pero de eso nadie se hace cargo; parece algo natural, y no lo es, amigos. No lo es.

Pintada autorreferencial y circunstancial

Soy el guitarrista de Factor Común y estoy en pedo
Aguante el punk

La quimera de descansar un domingo

Ya desde el sábado a la noche venía palpitando que, otra vez, el domingo no iba a poder dormir ni descansar ni vivir como yo quiero. Paradojas del lugar donde vivo, hay más posibilidades de descansar los días hábiles que los fines de semana.
Y esa presunción, que la experiencia ha transformado en certeza, me impedía disfrutar la noche y demoraba la conciliación del sueño. Así, volví a levantarme para ver los minutos previos al momento en que Kobe “Violeta” Bryant y sus muchachos ganaban el oro olímpico. Tipo 5:30 logré dormirme.
A las 9 me desperté con ganas de hacer pis; cuando volví del baño no me pude dormir por más de una hora y media debido al desasosiego que genera presentir lo inevitable: la gente ya se levantaba, hablaban en los balcones, se oían ruiditos tecnológicos. Me dormí 11 menos 20, y a las 11 me despertaron unos vecinos, un señor gritándole a su hijo porque “el celular no es para jugar”. Man: si le das un celular con jueguitos a un pibe de 10 años, ¿qué querés que haga?, ¿que lo use para hablar con su jefe?
Vuelvo a dormirme, ahora de costado, y como la mano me quedaba cerca de la cabeza, del oído, me lo tapo con un dedo. Pese a la tensión del brazo, opuesta a la relajación propia del descanso, logro amortiguar las voces que salen de ese depto, cuyas ventanas abiertas revelan no solo que quieren ventilar la casa, como dicen, y oigo, sino también los primeros calorcitos, ominosos en cuanto favorecen esta promiscuidad de voces y vidas.
A eso de las 12 el dedo en el oído no alcanza para impedir que el regaetón se meta en mi casa, en mi cama, en mi cuerpo. Juego apuestas con mí misma sobre cuál departamento es el que produce el ruido. Y gano. Por cerca de una hora, vibro al ritmo machacón y seudotribal que llega por el aire y por las paredes. A veces baja el volumen, parece que se rescata, pero al toque se impone otra vez su voluntad de que todos escuchemos su música. Debe de ser el cumple, porque últimamente está más tranquila con los sonidos. Será que ahora coge. Así, hasta la 1, más o menos.
Finalmente, me duermo. Hasta las 2. Con otra música estrepitosa, la vecina de al lado, vieja sesentona y solterona, demuestra que no hay edad para poner los parlantes a full, y nos obliga a escuchar folklore “comprometido”. Siempre el mismo disco. Me levanto, me echo un cloro, cierro la ventana al pedo porque la música traspasa los vidrios (¿o la cerré antes, buscando vanamente librarme del regaetón?). Me duermo pronto.
A las 3 y cuarto me despiertan gritos, y después llantos: “El juego es una mierda”. “¿Quién lo eligió?”. “Dejá de llorar”. “Tenés llamados” (¡¿el nene tiene llamados en el celu?!, ¿quién es, un ejecutivo???). “Es una mierda”. “¿Configurar play o configuración general?”. “Pensé que era argentino”. “Andá a bañarte. Andá a bañarte o te baño yo”. “Les digo que no los atendés porque estás llorando”. “Dejá de llorar”, interviene la madre. “¿Qué querés?”. “¿A ver cómo es?”. “Porque me gritás”. “Porque te grito… ¡Qué vivo que sos, ¿eh?”.
“Gol de Boca”. “Sí, Vargas lo hizo”. No es un relato radial, sino la comunicación padre-hijo que se reanuda y en un flash informativo se introduce en mi sueño: la discusión ya es parte de un pasado que solo yo recuerdo.
Entre pesadillas y sueños deformes e inquietantes, para nada propicios al descanso, me despierto a las 6 y 5. El sol ya se fue, y, aunque prefiera la noche, hace días que no me pega el sol de la tarde.
Y se me va la vida.
Mañana será peor.
El verano, así, no lo paso.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Velorios y entierros

Ceremonias incomprensibles. Rituales tan ajenos.
Desde ya les digo que no voy a ir.
Así que ya saben: no me pidan que vaya, no se ofendan, nada.

Sueño partido

A veces sale en el diario una nota sobre algún descubrimiento científico acerca del sueño, su funcionamiento, su mecanismo, etc. Así, recuerdo que hay distintas fases –la más famosa, Michael Stipe mediante, la del sueño REM– y que ellas se repiten varias veces en una dormida (no quiero decir noche porque a mí me gusta dormir a la mañana).
Agobiada como estoy por los ruidos que no me dejan descansar cuando quiero, me preguntaba si despertar sobresaltada por un ruido estrepitoso en una de esas fases es lo mismo que hacerlo en otra, o si hay diferencias. La inquietud me surgía porque noto dispares respuestas de mi cuerpo, de mi estado de ánimo, etc., a la infinita suma de despertares hostiles que he tenido en el último año y pico.
Por ejemplo, hoy, domingo, los vecinos de al lado, o quienes fueran, terminaron su joda a las dos y media o tres de la mañana, y recién a esa hora pude dormirme. A las seis me desperté para hacer pis, tal vez ayudada por el canto de un pájaro madrugador, o por los pasos de la vieja de arriba, que se levanta a esa hora aun los domingos. Más tarde, tal vez a las ocho y algo, el perro de la señora me despertó con su habitual ráfaga de ladridos. Supongo que mi sueño era muy profundo porque no pude ni agarrar el reloj para ver qué hora era. Tampoco sé si me dormí al toque, o si me quedé despierta, o a mitad de camino. Pero sí puedo describir esa sensación posterior como una fatiga negra y agobiante en el cuerpo y en la cabeza, como si se hubiera producido en mí una reacción química disparadora de un cansancio que me signó el día, distinta de lo que sentí los cientos de otras veces que me despertó ese perro pequeño, peludo y conchudo.
Después, los vecinos de más arriba contribuyeron despertándome cada hora, con música, gritos, peleas, ventanazos, la placa de sonido de la PC, etc., hasta la definitiva, a las dos de la tarde, y siguieron hasta que me levanté, una hora después, harta de oír su novela (en ese momento emitían un capítulo sobre el aprendizaje de las fracciones por parte del niño, y, como siempre, había discusiones, gritos y una energía enferma y expansiva). Y siguieron después.
El tema es que en las primeras horas de levantada anduve más o menos bien, pero a las 6 ó 7 horas me entró una modorra importante, que a las 9 ó 10 ya es cansancio intenso. Así, tal vez mi cuerpo no haya podido terminar de producir las sustancias químicas que permiten el descanso o que destruyen el cansancio, interrumpido en el momento (in)oportuno por estas lacras que padezco. De tal modo, junto con la cantidad de horas de sueño (hoy, juntando los pedacitos, superé las 8 horas y media), posiblemente sea importante la continuidad de ese sueño para producir hipotéticamente estas hipotéticas sustancias.
Otras veces me ha pasado de levantarme tras dormir una razonable cantidad de horas, y poco después sentirme obligada a una siesta breve para superar una pared de cansancio. Como si al descanso le faltara media hora para consumarse; media hora apenas, pero media hora decisiva para afrontar en buenas condiciones el día.
Obvio que preguntarle esto al médico es en vano porque el chabón quiere despacharte en 10 minutos. Y no creo que ningún especialista lea este blog, pero si así fuera, le agradeceré la data que pudiera dar.
Mientras, trato de recordar cómo es dormir más de tres horas seguidas y vivo dos paradojas: 1) cuando más cansada y somnolienta estoy durante el día, más me cuesta dormirme, seguramente por toda la adrenalina generada para seguir en pie, que tarda en disiparse; y muchas veces mi cuerpo interpreta el sueño, cuando lo concilio, como una siesta, y a las tres horas estoy despierta de nuevo, aun cansada y sin poder dormirme; 2) si no me empastillo, duermo poco y estoy todo el día cansada; si me empastillo, duermo más, pero la droga sigue en mi cuerpo y estoy todo el día cansada.

Mantra (II)

Que venga gente silenciosa.
Que venga gente silenciosa.
Que venga gente silenciosa.
Que venga gente silenciosa.

Gente respetuosa, considerada.
Gente sin perros, gente sin chicos. Gente silenciosa.
Gente que no me invada.

Se me rompieron las zapas

En realidad, una, la izquierda, ya se me había roto hace como un año: se despegó la suela de la parte superior –que se llama pala– en la punta, unos cuantos centímetros (como si se hubiese despegado el chasis de la carrocería). Así que estuvieron stand by un tiempo largo, hasta que la semana pasada rescaté la derecha, también bastante baqueteada, y empecé a usarla con la izquierda de un par que tengo del mismo modelo, pero de otro color.
Primero compré las de otro color, blanco con azul y rojo, en junio de 2001: después de recorrer muchas tiendas, hallé el precio más bajo por San Cristóbal y elegí las Adidas de running más baratas, que costaban $ 57,80. El problema es que no eran 42, como pedí (seguramente no tenían ese modelo en ese número), sino 42 ½, y a veces las sentía medio grandes, y a veces me parecía que solo era sugestión.
Al año siguiente, el 20 de mayo, volví a esa casa de deportes (seguían con buenos precios) y me compré este par: ahora sí 42, blancas, con las tres tiras en un turquesa verdoso grisáceo. Devaluación de por medio, las garpé 87 mangos. Sin duda, eran más lindas que aquellas.
Las usé alternadamente junto con las mejores que compré en su momento, unas Response Cushion del 98 que aún obligo a caminar (salieron tan buenas que incluso recuerdo el nombre del modelo). El primer traspié lo sufrieron cuando la vecina conchuda del quinto piso arrojaba sus toallitas íntimas al patio. Yo a veces les prendía fuego, pero esa vez me zarpé con el alcohol, y casi hago un incendio. Terminé apagando el fuego a los pisotones, el pegamento de la toallita la adhirió a mi zapatilla mientras aún ardía, y se me quemó una parte de la que no es de cuero, a la altura del costado del dedo gordo.
Luego siguieron andando, unas y otras, hasta que se rompió la que comenté al principio. Para esa época, o un poco antes, también se había despegado en la punta la derecha de las tricolores, y la llevamos a la zapatería para que la peguen; todavía andan, aunque cada vez queda menos de aquel pegamento.
Estos días que anduve con una zapa de cada color, nadie lo notó. Al menos, nadie me lo hizo saber. Y el martes, tras una larga caminata, empecé a sentir que los dedos de mi pie presionaban demasiado contra la punta. Y algún movimiento, un pique, un freno, un pozo, el acto instintivo de despegar la planta de la suela, estirando los dedos, o encimando el gordo sobre su vecino para desapelmazarlos, empezó a permitir que el vientito entrara en mi pie derecho. ¿Me habrán crecido los pies? ¿Tendré el pie derecho más grande que el izquierdo?
Llegamos a casa de última: yo estaba exhausto tras la caminata, endrogado legalmente como estoy, y mi Adidas blanca apenas cubría la media. Entonces comprendí que ese fue su último paseo. Sus suelas se conservan bastante mejor que las de sus hermanas, pero llevarlas a arreglar no es negocio: por 160 mangos me compro unas Reebok nuevas, y listo.
Así que ¡adiós, mis zapas!
(Dentro de muy poco habrá una segunda versión de este post porque se me están por romper definitivamente esas tricolores. Pasa que me acompañaron mucho…).

Dos 12

El semáforo de Constitución detiene a dos colectivos de la línea 12. Los coches quedan a la misma altura ante la línea de “pare” que precede a la senda peatonal, tal vez para que los choferes intercambien algunas palabras.
El de la izquierda es nuevo, y su refulgencia ayuda a que parezca más grande; aún más grande que todos los bondis de la 12, que es una línea que prefiere los coches grandes.
Las luces del interior del colectivo y los leds rojos que indican el número de línea y los destinos resaltan especialmente en la parcial oscuridad de esa esquina, que solo tiene una luz cálida, la de la panadería. El edificio de Obras Sanitarias oscurece la cuadra junto con los árboles, una parte del colegio de enfrente y una casa que espera ser demolida. Cruzando, quema los ojos el blanco fluorescente que ilumina a salpicones el parque de esos edificios soviéticos que ocupan toda la manzana. Enfrente de ellos hay una vereda que quizá no tenga modificaciones desde los años 60.
Todo en él se ve tan moderno comparado con su compañero que quedó del lado de la parada. Este es un coche que no debe de tener más de seis años; sin embargo, el número de línea y los destinos están indicados de modo tradicional: una módica luz fluorescente ilumina el panel medio sucio. Y aunque la 12 tiene sus coches cuidados, el gris no reluce, la chapa parece ajada y las líneas de la carrocería pertenecen a otra época.
Habrá cinco o seis o siete años de diferencia entre ellos, casi una vida útil.
Pienso que es como ver una foto de hace seis años. No una vieja, en blanco y negro, o en tonos sepia. Una nuevita, de hace poco, pero irremediablemente vetusta.

3 x Constitución

Es de tarde pero es de noche en Little Santo Domingo, por la calle Santiago del Estero. De pronto, un patrullero, detenido por el tránsito, para junto a la vereda por la que camino y hace sonar brevemente la sirena, dos o tres veces, como dando bocinazos. El manantial adrenalínico que genero es abundante, pero me hago bien el pelotudo: ni giro la cabeza. Me separa de él un contenedor para la basura, y no descifro qué pasa, si es por mí, por los negros que están sentados en un umbral bebiendo, por un choreo, como el que acabó con una vida hace pocos días, unas cuadras más allá. (Todo esto lo elaboro después: en el momento, la adrenalina fue porque, sí, mi paranoia solo me dejó pensar en que venían a por mí).
Al fin, veo que en dirección contraria llega corriendo un rati, que seguramente estaba de consigna por ahí: era a él a quien llamaban, aunque su carrera no sea producto de un hecho relevante.
Todavía taquicárdico, ya cerca de la esquina, veo que para un 60 y se bajan algunas personas, aunque me llama la atención la cantidad de gente que tan cerca de Constitución sigue en el colectivo, varios de ellos de pie. Una chica, que tal vez haya bajado del bondi, camina la vereda a lo ancho para entrar en un negocio considerablemente iluminado. Se interpone en mi camino: nos miramos, nos detenemos, con un ínfimo mohín le cedo el paso, sonreímos. Si la comunicación fuese siempre así, la gente no me resultaría insoportable.
Doblo en la esquina, paso por Cartoneros y Travestis y una antes de llegar a la avenida cruzo la calle con el semáforo en verde. Voy por la vereda izquierda en el sentido del tránsito: desde mi derecha dobla un Fiat Uno, celeste o plateado, o ambos, tuneado, y un forro me insulta desde el asiento del acompañante.
Aplico el teorema de Germán Rodríguez y me como dobladas las ganas de explicarle que yo estaba cruzando bien y que el peatón tiene prioridad; también las de cagarlo a trompadas.
Y mientras el viento se levanta, llevándose el primer indicio de primavera, yo sigo caminando hacia el próximo post. (Que me saca ese mal sabor de boca y me enfrenta a otra forma de desasosiego).

Apuntes (III)

Las piezas del caleidoscopio de los Balcanes tomaron la forma de Yugoslavia recién después de la Primera Guerra Mundial. El 1 de diciembre de 1918 se proclamó en Belgrado el Reino de los Serbios, los Croatas y los Eslovenos. A los pocos días se sumó Montenegro. El país de los eslavos del sur, finalmente unidos, quedó conformado también por Eslavonia, Vojvodina, Bosnia y Herzegovina y la mayor parte de Dalmacia. La disputa federalismo-centralismo que pronto surgió por la dirección del país se decantó por la segunda opción bajo la dinastía serbia de los Karageorgevic. Los conflictos entre serbios y croatas comenzaron ya en 1921, con motivo de la promulgación de la Constitución. El principal partido político croata boicoteó la asamblea constituyente, aunque más tarde su líder formó parte del gobierno que la había propiciado. La carta magna instauró una monarquía constitucional con una legislatura única y dividió al país en 33 regiones administrativas y ocho provincias: Montenegro, Bosnia y Herzegovina, Dalmacia, Croacia y Eslavonia, Eslovenia, Vojvodina, Serbia del Norte y Serbia del Sur. De esta última formaban parte Kosovo y un sector de Macedonia, recuperados por los serbios en las guerras balcánicas de 1912 y 1913.
En la primera de esas confrontaciones, Serbia (a la sazón, un país independiente) también reconquistó territorios de la actual Albania, que, como los citados, pertenecían al reino serbio del siglo XIV y que habían sido ocupados por los turcos durante más de cinco siglos. Una reunión de embajadores en Londres reconoció la independencia de Albania en diciembre de 1912, atendiendo la declaración de los independentistas albaneses y los reclamos del gobierno austrohúngaro, preocupado por la expansión serbia. Los serbios fueron obligados a retirarse de la costa adriática, cosa que hicieron no sin resistencia y pedidos de compensaciones territoriales. Una comisión internacional fijó los límites de Albania recién en 1926, y un importante número de albaneses quedó bajo soberanía yugoslava. Italianos y yugoslavos compitieron por la influencia política sobre Albania durante la década del 20. El tratado de Tirana, suscripto en 1927 por Albania y el gobierno de Mussolini, inclinó la balanza hacia el lado italiano.
Aun bajo la nueva forma institucional, pronto surgieron conflictos de nacionalidades. Los principales partidos políticos comenzaron un viraje hacia posiciones nacionalistas, y el sistema multipartidista yugoslavo, basado en diferencias de clases, religiosas y nacionales, fracasó, acentuando las discordancias –especialmente entre los dos grupos más fuertes, serbios y croatas– e impidiendo la rápida formación de una conciencia yugoslava. Así, en 1928, por ejemplo, un diputado montenegrino disparó contra los diputados croatas en una sesión del Parlamento y mató a varios de ellos. En 1929 se acentuó el caos político: los búlgaros efectuaron incursiones en la Macedonia yugoslava y los croatas tomaron una serie de medidas que virtualmente implicaban su independencia. El rey Alejandro disolvió el Parlamento y los partidos políticos, instauró una dictadura real y, buscando dejar en segundo plano las diferencias de nacionalidades, cambió el nombre del país por Yugoslavia.

Helado de panceta

Días atrás, veía en el canal Gourmet a un cocinero muuuuy moderno haciendo un helado de panceta. Tan raro como suena, o se lee, era ver los trocitos de panceta infusionándose en la crema de leche. Luego, la panceta se descartaba y la crema, tras enfriarse y reposar, iba a la heladora.
Pensaba entonces en las múltiples aplicaciones de esa técnica, y se me ocurría que podrían hacerse helados, por ejemplo, con el sudor de algunas señoritas. Las imagino esforzándose en el gimnasio, tratando de estirar la vida útil de sus cuerpos, y un deseo primario es lamerlas, secar el sudor que cae por sus cuerpos calientes y tensos con la lengua.
Si rescatáramos las gotas de su transpiración (vieron qué sutil que estoy, que sólo hablo del sudor…), podríamos usarlas en la fabricación de helados tan novedosos como el de panceta ahumada, pero, sin duda, más deseables.
Mis gustos preferidos serían Anabel Cherubito, Carla Conte y Claudia Ciardone.

Tierra quemada

Uno de los argumentos que dan quienes sostienen las teorías conspirativas acerca de los hechos del 11.9.2001 es la ausencia de restos humanos y de los aviones tanto en el Pentágono como en las torres neoyorquinas.
Yo, que no sé si la persona que coge conmigo acaba o no, evitaré expedirme sobre aquellos acontecimientos, los cuales, ciertamente, presentan un considerable margen para las dudas; al menos, por lo inusitado.
Sin embargo, señalaré que en el accidente aéreo de Barajas ocurrido pocos días atrás, en un sector donde cayó el avión, sólo quedó tierra quemada: ni restos humanos ni restos mecánicos podían hallarse, según los comentarios periodísticos y las imágenes que se mostraban.
Aunque tal vez este accidente también forme parte de la conspireta y busque que algunos reparemos en ese detalle.

Mi tan querido Angelito!!!

En esta carta me propuse cumplir un récord. Y si el récord va dedicado a vos es porque lo merecés, porque sos una excelente amiga, y porque realmente me hiciste sentir querido, y porque yo te quiero mal!!! Ja Ja
Gracias por todas las charlas vía MSN; gracias por cada consejo que me diste, y por cada consejo que me pediste; gracias por cada posteo; gracias por cada firma; gracias por cada abrazo; gracias por haber separado las cosas y hoy ser mi amiga; gracias por hablar en casi todos los recreos; gracias por confiar en mí; gracias por permitirme confiar en vos; gracias por cada “te quiero mucho”; gracias por hacer que cada vez que yo te digo “te quiero mucho” sea porque me sale de adentro… Gracias por aparecer en mi vida.
Por haberme agregado en el MSN en búsqueda de esa otra chica, y haberte bancado eso. Gracias a tu buena onda sé que llegamos a conocernos más, y ser los amigos que hoy somos.
Porque hoy puedo sentir una amistad tan segura y fuerte como la nuestra, estar seguro de que nunca te voy a fallar, y sentir que tampoco vos lo vas a hacer.
Porque me preocupo por vos cada vez que siento o me decís que te pasa algo. Porque me dan ganas de matar al que hace que vos pongas esos títulos en el fotolog, que siempre son tristes.
Ya me llevé la desilusión de no poder cumplir “ese” papel, pero eso no importa, porque con el tiempo quiero llegar a ser un gran amigo. Y que si algún día dejaremos de saber del otro, me recuerdes como un amigo incondicional, porque eso voy a ser. No va a haber excusa/condición que haga que yo te falle/te falte… Y eso lo juro.
Bueno, creo que ya sabés lo que pienso de nuestra amistad y del cariño enorme que te tengo, así que volvamos al momento en que te conocí.

Recaída

El chamuyo rescatado
no me va:
que es muy mala, que hace mal…
A mí me pega tan bien
que la tuve que largar.

Nunca estuve muy metido,
pero un día elegí dejar:
ya no somos pibes
y el cuerpo pide paz.

Pero ahora
tuve una recaída
y me acordé
qué buena está.
Tuve una recaída
y no me quiero rescatar.

Dejarla es asumir
que el tiempo ya pasó,
que no tenés 23…
Que el cuerpo ya no aguanta
y las facturas ahora
las cobra al contado.

Aunque pegues de la buena
hay espejos que adelantan:
Charly es sólo uno de ellos…
Mejor largar y aceptar
que los años llegaron
y aquel tiempo se fue.

Pero ahora
tuve una recaída
y me acordé
qué buena está.
Tuve una recaída
y no me quiero rescatar.

¡Esta vieja sensación!
Soy un hovercraft humano:
voy andando en el aire,
nada me puede parar.

Re loco, re duro, re rojo…
Una turbina incesante
hasta que vuelva a cargar.

Pero ahora
tuve una recaída
y me acordé
qué buena está.
Tuve una recaída
y no me quiero rescatar.

Re loco, re duro, re rojo…
Disfruto la persecuta,
es reencontrar una amiga…

No sé cuándo, pero volveré a dejar:
ahora soy joven un rato otra vez.
Y voy a volverlo a ser.

Porque
tuve una recaída
y me acordé
qué bueno está.

Porque
tuve una recaída
y me acordé
qué bueno está.

(Recaída – Los Sliderboys)

Vidrieras y rechazos

Alguna vez lo escuché a Lanata hablar de cuando se fue de su casa, siendo adolescente, y vivió en la calle. Recuerdo particularmente el hincapié que hacía en la imagen de cuando tenés hambre y lo que te separa de la comida es una vidriera.
Algo así me pasó ayer, cuando salí a dar una vuelta para impregnarme del aire inesperadamente cálido de julio y librarme, aunque sea por un rato, del de mi casa, contaminado de gritos, llantos y golpes. Estaba muy cansad@, no había comido mucho, y me bajó la presión, o algo similar: esa puta sensación de hipoglucemia. Tras la vidriera de una panadería, incitantes e hipercalóricas tartas, facturas y masitas estaban listas para resolver mi problema… si cruzaba ese límite y tenía la guita para comprarlas, que no era el caso.
En esas 8 ó 9 cuadras postreras del paseo, acuciad@ por el malestar, encontré, doblando una esquina, sentados en un umbral junto a la parada de un bondi, sumidos en su cotidianeidad, a una chica –razonablemente linda al golpe de vista nublado por la noche y la flojera– y al que sería su novio. Lo veo a menudo, sobre todo los domingos, y entonces la vidriera toma la forma del muro invisible a prueba de balas que Maxwell Smart tenía como defensa en el living de su departamento.
Yo sigo del otro lado y me son ajenas esa clase de miradas, el gesto de compartir un alfajor: apenas los conozco por la mirada furtiva. ¿Qué tienen ellos que no tenga yo que les permite acceder a lo que me es inaccesible? ¿Eh?
Llevo días buscando un psiquiatra en un hospital público para que evalúe si necesito, como creo, medicación para dormir pese a los vecinos ruidosos, que me han agotado física y mentalmente. El jueves, la guardia psicológica y psiquiátrica del Fernández se revela inexistente. El viernes, en el Ramos Mejía me dicen que el médico que me atendió la otra vez está los lunes. Atravieso el hermoso fin de semana agotad@, y el lunes, tras cuarenta minutos de espera, lo reconozco en el pasillo que comunica los consultorios, mientras pega con cinta scotch un volante en la pared. Lo encaro, le pregunto, sin trasponer el comienzo del pasillo, si me puede atender, y el tipo, que tiene –parte de– la solución, escucharme, medicarme, me dice que no, que tengo que hacer toda la admisión de nuevo: las admisiones recomienzan en 15 días…
Denied access.

Baldazos de angustia (II)

Venía medio fatigado por la caminata, y al cansancio se le sumaba cierta inseguridad porque era la primera vez en mucho tiempo que iba a un lugar tan lejano que me obligaba a ir y volver en colectivo; y, encima, sin otro fin que el de dar una vuelta por ahí, gareteando por el pasado.
Preocupado por eso, maldije cuando el semáforo de Olazábal cortó el ritmo de mis pasos. De reojo vi un kiosco en la esquina, y desde el exhibidor me tentaron las papas fritas. Al fin, el largo y rezagado camión me dejó cruzar, y la tentación se repitió al pasar por una panadería pequeña, nueva y sin destino de tradición.
Doblé en la esquina, como había previsto en mi hoja de ruta mental, y caminé en sentido opuesto al de la última vez. Reconocí algunos lugares: el vivero, enfrente; una casona, sobreviviente del boom inmobiliario. Todos los edificios son tan nuevos e iguales que no estoy seguro de que sea el mismo, pero es probable que sí, que esa baranda en la entrada fuera la misma en la que esa niña liberada de la mano de su madre hizo unas piruetas tras llegar a ella corriendo, para luego retomar la seguridad materna, sonriente.
Justo allí me ahogué de angustia, se me amontonó toda entre la garganta y la frente, se desmoronó sobre mi coronilla, me hizo vacilar y apenas si se me salió por los ojos. La obnubilación hizo que me olvidara por completo del árbol aquel, mezcla de pino y eucalipto, cuyas fragantes hojas puntiagudas recogimos de una rama recién podada que yacía en la vereda.
Llegando a Barzana me despejo un poco y cruzo hasta el bulevar para tener un mejor campo visual y, si es el caso, poder evitar a quien no quiero ver porque no tengo ganas de tratar de explicar lo que ni en este post puedo explicar: qué hago ahí, qué fui a hacer ahí (¿representar que estoy en el mismo lugar de la última vez que estuve allí estando allí físicamente?). La casa de la esquina está oscura, ahora dobla un 112. Seguro de no encontrar conocidos, sigo hasta la próxima calle, más aliviado, pasado el chubasco de mis neurotransmisores, y agarro Altolaguirre. Los edificios, enormes, nuevos y fastuosos, me hacen confundirla con Coronel Díaz, con Pedro Goyena o con Teodoro García. Le pregunto la hora a un tipo para setearme en función “realidad”, doblo por Olazábal y me voy a tomar el bondi.
Desde esa noche, el sol siguió corriéndose hacia el norte, hasta el extremo, y su eterna oscilación ya lo hizo pasar de nuevo por el mismo lugar. Eso debería angustiarme aún más, pero estoy tan cansado que ni fuerzas tengo.