martes, 31 de agosto de 2010

Extracción (II) * Pastillas

Tengo que sacarme sangre. Tengo que ir con ocho horas de ayuno. Pero hay un problema. Hay dos, en realidad. Uno es el de siempre: el ayuno me pega mal. Voy a tener que tomarme un taxi y voy a tener que llevar algo para comer apenas acabe la extracción.
El otro es que me estoy levantando muy de madrugada. Si me despierto a las dos o a las tres, como preveo, a las ocho de la mañana voy a tener más de doce horas de ayuno, y no voy a poder llegar ni a la puerta de calle.
Termino convenciéndome de que se indican ocho horas de ayuno dando por sentado que una estuvo durmiendo seis o siete de esas horas; que se levanta, se viste y va al laboratorio. Pero que si estuviste seis o siete de esas horas despierta, podés comer algo… (Entendé que no llego si no). No te digo un rato antes, pero, en vez de ocho horas, ¿negociamos las seis horas previas sin comer?
Al final, me despierto una y media, me levanto dos y media luego de tratar infructuosamente de reconciliar el sueño, y hago la comida. Pongo las empanadas en el horno mientras desayuno dos naranjas. Cuando están, las saco, las pongo en el freezer para que se enfríen rápido, y, finalmente, las como.
Terminé de comer a las cuatro. Me acosté de nuevo, para hacer tiempo, y hasta me dormí un ratito. Nunca fue un tema el tiempo de ayuno porque atendían hasta las diez, y llegué con las seis horas que preví. El tema es el tiempo que lleva comer. ¡Una hora y media desde que me levanté hasta que estuve operativa! Y, encima, a las pocas horas voy a sentir que tengo que comer más para no decaer… O como un montón, hasta que no me entran más lentejas con ensalada, y aun así siento que algo no cargó en mi cuerpo.
Es en esos momentos cuando, nuevamente, deseo que exista la posibilidad de alimentarme tomando una sola puta pequeña pastilla que contenga las proteínas y los aminoácidos y los minerales y todas las cosas que necesita mi cuerpo. Como dicen que hacen los astronautas.
Quiero que me den una pastilla, tomármela, y saber que no voy a necesitar otra hasta dentro de equis horas. Claro que, aun si existiera la posibilidad técnica, encontrar la pastilla adecuada seguramente se revelaría muy improbable habida cuenta de la poca puntería que tuvieron todos los profesionales que me medicaron durante mi primer distrés psicofísico, hace once años, y todos los que me medicaron durante este, que tal vez continúe desde hace dos o tres.
Entonces me lleno con harinas. Con hidratos. Con pan. Y hasta como salame para que la panza me pese, para que la cabeza tome nota de que el estómago está lleno y mande las señales correspondientes, para que la comida se transforme en una energía que traccione y la autonomía dure.

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