martes, 28 de diciembre de 2010

Free Bartolo

Pasaron seis años de la tragedia de Cromañón. Pasó la ilusión de que una vez concluido el juicio se retirara el “santuario” que impide el tránsito por la calle Bartolomé Mitre, pasaron las promesas macristas sobre la preservación del espacio público, pasaron las impotentes marchas de los vecinos, pasó la ridiculez improvisada del contracarril en Rivadavia (¡donde los colectivos no entraban!). Todo pasa, dijo Grondona…
Mientras, cientos de miles de personas por día debemos perder parte de nuestras vidas debido a la apropiación del espacio público realizada por particulares para rendir homenaje a quienes ya son homenajeados a pocos metros de allí, en un predio que pertenecía al ferrocarril.
Es curioso que algunas usurpaciones, como la del parque Indoamericano, irriten tanto y que otras, como esta, se eternicen mimetizándose con la cotidianidad. (Esto para no hablar de lo llamativa, casi mágica, que fue la liberación del terreno del parque).
Y la expectativa de una solución pronta se disuelve al encontrar en la web una declaración del subsecretario de DD. HH. de la ciudad, un señor Berón, quien dijo hace apenas unos meses que para ellos “no se trata de un problema de tránsito, sino de hacer un espacio para recordar a los chicos”, y que “es gente que sufrió mucho como para agregarle esta tensión”.
Es una lástima que no exista un medidor de estrés porque con él podríamos medir la tensión de los vecinos de la calle Esparza, y de otras varias, cuando sus casas y departamentos son sacudidos por los colectivos que deben desviarse de su recorrido. Podríamos medir esa tensión, multiplicarla por el número de afectados y llevarle el resultado a Berón.
De paso, podrían medir la mía y la de todos los que tenemos que esperar en el semáforo de Ecuador y Mitre cuando este último está en verde, habilitando el paso de nadie, porque no viene nadie por Mitre, porque está cerrada. Midan nuestra tensión –y la de los colectiveros–, la contaminación y el tiempo perdido: el que se tarda en dar toda la vueltita y el tiempo muerto del semáforo, más muerto que los muertos, que ya están muertos, y yo todavía estoy vivx.
Ni siquiera digo que tiren el “santuario” a la mierda: ¡súbanlo a la vereda! Y el tipo este, Berón, que no hable él también de “los chicos”. Basta de condescendencia barata y eslóganes vacíos, por favor. (¿O es que a los adultos muertos no los van a recordar? ¿Van a discriminar a los muertos por edad? ¿Van a hacer eso?).
Es triste pero ineluctable: el tiempo pasa, y simular que todo sigue como en la noche de aquel 30 de diciembre es ficticio. Sin duda, sería más sano que acepten la realidad, que se hagan cargo de su responsabilidad y, sobre todo, ¡que dejen pasar!

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