miércoles, 27 de abril de 2011

Ética para trogloditas

El revuelo que causó la visita de Mario Vargas Llosa al país con motivo de la Feria del Libro o, más bien, el que produjo la puerilidad de Horacio González y demás intelectuales oficialistas, dejó en segundo plano la presencia de Fernando Savater.
Hay gente que no debería aparecer en los medios. Al menos no sin un duro cuestionamiento, no sin un persistente recordatorio de su calaña. Pienso en los pastores brasileños que aparecen en la tele a la medianoche. No debería permitirse eso, no deberían consentirse estafas así.
Algo similar me pasa con Savater. Cuando ocurrieron los atentados islamistas en las afueras de Madrid, este tipo salió a decir que había sido la ETA, haciéndose eco de la mentira con la que el primer ministro (y avalador de la tortura) Aznar quería engañar a la población ante la inminencia de las elecciones.
En parrafadas publicadas en El País y reproducidas por Clarín, Savater daba por sentado que ETA había cometido los atentados, y hasta se le adivinaba el regocijo de quien finalmente tiene razón, mientras aprovechaba cada línea para despotricar no solo contra esa organización, sino contra el nacionalismo vasco.
"Veo la masacre por fin cumplida, la masacre que se venía buscando desde Navidades por lo menos (…): ahora ya no quedan dudas. Las había cuando se frustró el atentado de Chamartín: no faltó quien me dijera que probablemente la propia policía había puesto la maleta asesina en el tren para retirarla espectacularmente luego. Las hubo también cuando se interceptó la furgoneta cargada con quinientos kilos de dinamita, porque al sr. Azcárraga y a algún otro político no menos brillante le chocaba que los terroristas hubieran llegado tan lejos por carreteras nevadas para ser detenidos precisamente en plena campaña electoral. Hoy no, hoy las dudas se han volatilizado junto a centenares de vidas humanas. Supongo que ahora no queda más remedio que aceptar la incursión de ETA en la campaña electoral. (…)
Oigo que quienes han puesto las bombas no son vascos, según han decretado Ibarretxe y Otegi. No es fácil ser vasco: si no eres nacionalista, no eres vasco, pero si te pasas de nacionalista y asesinas a mansalva también dejas de serlo. Por un rato, te vuelves terrorista a secas o terrorista islámico o yo que sé. Hasta que te detenga la policía y te lleve a una cárcel. Entonces vuelves a ser vasco, las fuerzas progresistas se indignan porque te ves encerrado lejos de tu hogar y el Gobierno vasco paga a tus familiares el viaje para que puedan visitarte. (…)
El país más descentralizado de Europa es el más amenazado por la fragmentación nacionalista, que en todas partes está considerada una abominación reaccionaria salvo aquí, en donde es de izquierdas y constituye una alternativa de progreso. Es precisamente aquí, donde el nacionalismo obtiene tanto reconocimiento y parabienes, donde también florece el terrorismo más sanguinario de Europa".

Pero no tenía razón. Y, que yo sepa, nunca escribió un artículo como este admitiendo y explicando su error. Simplemente, dejó que el tiempo lo diluyera con su paso.
Y quizá, seguramente, no fuera un error, ni un apresuramiento, sino parte del engranaje propagandístico de Aznar.
(Blanca Oteyza, una actriz conocida por ser la esposa de Miguel Ángel Solá, autoexiliado durante los oscuros años del menemismo :p, también repetía esa mentira, y así recuerdo claramente cómo apareció en Indomables diciendo: “Es que ha sido la ETA, no tenemos de dudas de que ha sido la ETA”. Tampoco me enteré de que ella se haya hecho cargo de sus declaraciones, pero Solá quedó en el olvido en este tiempo en que el progresismo se encarna en Florencia Peña y Andrea del Boca).
Savater, que es autor de un libro titulado “Ética para Amador”, del cual lo único que sé –porque no lo leí ni lo voy a leer ni por curiosidad– es que está dedicado a su hijo y que vendría a ser una suerte de introducción a la Ética, está a favor de la tauromaquia. Es más: ha firmado un manifiesto en defensa de la “fiesta”, que sin duda no es ninguna fiesta para el toro, ni para cualquier persona estimable, sino solo para los espectadores de la muerte, que obtienen “emoción” en el crimen.
Un tipo que habla de Ética está a favor del asesinato de animales por diversión con argumentos tales como:
Declaramos públicamente nuestro apoyo a la Fiesta como una de las señas de identidad de nuestro país y nuestra cultura. Los toros forman parte de nuestro patrimonio cultural y como tal deben ser respetados y protegidos por el Gobierno de la nación.
Defendemos la libertad y el derecho a seguir disfrutando de la emoción del toreo en las plazas de toros de todo el mundo, sin que nadie nos pueda privar de una de nuestras más preciadas aficiones y formas de ocio.
Contemplamos el toreo como una fiesta plural, del pueblo, que nada tiene que ver con ideologías políticas. Proclamamos que el toreo es cultura en sí, por su capacidad de transmitir emociones a las personas que lo presencian. Estamos de acuerdo con Federico García Lorca, que decía que el toreo es "la fiesta más culta que hay hoy en el mundo.
Destacamos los valores ecológicos del toro de lidia como especie única y creación cultural del hombre, que lo ha seleccionado durante siglos. Y también como protector de un espacio natural que pervive gracias a su presencia: la dehesa.
Reconocemos que el toreo ha sido y sigue siendo fuente de inspiración de artistas de todos los tiempos. La creación cultural y artística que toma como punto de partida la tauromaquia así lo atestigua. Resaltamos el gran valor económico de la Fiesta de los Toros como generadora de puestos de trabajo y de importantes ingresos.
Por todo ello, reivindicamos el compromiso tanto del Gobierno Autonómico como el Gobierno de la Nación para valorar y proteger un patrimonio único de gran arraigo en nuestra cultura.

Es por lo menos curioso que el gobierno deba respetar y proteger a los toros permitiendo que los maten.
Es reveladora la retórica supremacista y totalitaria del segundo párrafo, donde dice que “nadie” los puede privar de disfrutar el asesinato en las plazas de toros de “todo el mundo”.
Es una mentira propia de personas de la ideología de Savater plantear la carencia de ideologías. Tiene una ideología bien clara permitir el asesinato de animales. Sea por diversión, sea para comerlos unx mismx, sea para que los coman los demás mientras unx (una empresa, vamos) lucra, sea alterando o aniquilando su hábitat en nombre de la economía, el progreso, la salud, etc. Todo eso tiene una ideología, la ideología del avasallamiento sobre la otredad.
Es parte de una ideología decimonónicamente antropocéntrica sostener que la intervención del hombre mejora la raza del toro de lidia en particular y la naturaleza en general.
Es dable suponer que Savater también defenderá las guerras y los asesinatos, habida cuenta de la inspiración que han causado en tantísimos artistas a lo largo de los siglos y de los evidentes beneficios económicos que producen (cuestiones estas mucho más valiosas que la vida de un animal, claro).
Es al pedo pedirle al sorete este que tenga la dignidad de callarse. Lo que habría que hacer es no darle cabida. Como no se le da a Bucay, por ejemplo, una vez que se descubrió su fraude. Sin embargo, Savater viene a la Argentina y es entrevistado en los medios, y habla en la Feria del Libro, y vende libros, y firma libros, y nadie le pregunta por eso. Ni por el 11-M, ni por los animales.
Por el contrario, los medios vinculados con la editorial que publica sus libros siguen dándole espacio y ensalzando su figura. Biasatti lo entrevista y lo llama “maestro”, un cronista de la misma empresa dice que “dio cátedra” a unos niños en una escuela de Villa Ballester…
Leo eso y me acuerdo de la vez que en mi escuela llevaron a Borges, y a los pibes de primaria nos hicieron salir al patio en horas de clase para que viéramos pasar al viejo, que apenas podía caminar. (“Uh, ahí pasó Borges. Ya está, ya lo vimos, ya nos iluminamos, volvamos a nuestra cotidianidad: en el recreo, ¡partido con pelota de papel de alfajor!).
Leo eso y no puedo no pensar en que les habrá hablado a los chicos de las bondades de matar animales por diversión o por sus beneficios económicos, o sobre cómo mentir descaradamente y salir siempre bien parado. Al menos en el tercer mundo.
Luego de “dar cátedra”, Savater declaró a los medios que “proclamarse peronista es igual a llamarse Tiranosaurio Rex” y el que el populismo es “una degradación de la democracia destinada a los ignorantes, y es una tradición en América Latina”. Juzgarnos tradicionalmente ignorantes hace muy comprensible que sus giras promocionales lo traigan por aquí, porque solo ignorantes pueden consumir sus ideas mierdosas.
Tanto espacio se le sigue dando que a menudo se publican sus columnas en periódicos argentinos, y así nos refresca su pelotudez impune. Más que “filósofo” es un opinólogo, un Jacobo Winograd sin putas, que pontifica desde su podio sobre diversos temas, hablando con un tono de sabelotodo que me hace acordar a Dolina, pero incluso mucho más desagradable.
Por ejemplo, escribe un artículo oponiéndose a la prohibición de fumar en lugares públicos que se consideró últimamente en España, y en él ejercita el sofisma, o las recomendaciones de Abraham Simpson, quien aconsejaba contar historias que no llevan a ningún lado. Savater hace una larguísima defensa del consumo de tabaco, aplicable también al consumo de drogas ilegales, sin referirse más que una vez, en menos del 10% del artículo, al meollo del asunto: los lugares en los que se prohíbe fumar.
Dice entonces: “Naturalmente, me parece justificado que se prohíba fumar en centros de trabajo y espacios públicos donde deben convivir obligadamente fumadores y no fumadores. Pero no lo veo igualmente razonable en locales abiertos al público pero privados, como bares o restaurantes: si en alguno de ellos está autorizado fumar y alguien se siente molesto por el humo, con no frecuentarlo asunto resuelto”.
De nuevo, pretende imponer su voluntad, que las cosas sean como a él le gustan y le convienen, poniendo al otro en una disyuntiva totalitaria: o acepta ser avasallado y enfermado o se va para evitarlo. De paso, se caga en los empleados de esos locales. Se caga en ellos seguramente porque no los ve, porque da por sentado que deben servirlo, y no es relevante si se exponen a enfermedades graves por trabajar en esas condiciones.
Esa debe de ser la ética que pregona en su libro, la ética de la que les habrá hablado a los alumnos del colegio ¡Roberto Noble! de Villa Ballester, la ética de la mentira y del desprecio.
Acá escupimos sobre Savater, cuya presencia ha pasado poco menos que inadvertida, tal vez porque su desfachatez no tocó lugares sensibles para los detectores de incorrección política, que parecen tener un radar tan pequeño como obvio. Escupimos sobre él y, por la contundencia que tienen, no olvidamos sus antecedentes, que, estamos seguros, continuarán engrosándose. Juntamos saliva para entonces.

Twitter

Si tuviera Twitter escribiría: “Once de la mañana del sábado. El vecino me despierta con la música al palo. Escucha ‘Nunca menos’”.
Supongo que está bueno el Twitter para casos así: el desahogo rápido; decirlo al aire, a la web, y no joder a nadie concreto contándole tu peripecia repetida y, parece, infinita; la escritura impulsiva, que no requiere pensar o releer; el punch de una frase certera y la alegría que da encontrarse con ella…
Pero no tengo Twitter, y 140 caracteres son insuficientes para contar todo lo que pasó. Porque necesito contar todo, porque es más que un boludo escuchando (y cantando) esa canción para que todos se enteren de que la escucha. Es la inutilidad de apretar mi oído destapado contra la almohada, el esfuerzo de pensar en el tapón para ese oído y darme vuelta para buscarlo, el baldazo que cae en el patio y me termina de espabilar, como si hubiera caído sobre mi cabeza. Es el vecino dándole repeat a su canción, cuya intro tiene al ex presidente gritando, o enganchando otra, que cantaba con más fuerza, una que solo dice: “Ooooh, yo soy argentino, soy soldado del pingüino”.
Como vi que no iba a poder dormirme de nuevo, al rato me levanté y me fui a la cocina. Ahí era otro el vecino que, como ya es su costumbre los sábados a la mañana, ponía la música fuerte, haciéndola retumbar en el aire y luz del edificio. Esta vez eligió U2. De pronto recordé que yo también puedo poner la música fuerte, que me grabé Metal Machine Music especialmente para casos como este. Aunque las veces que lo usé me pareció que sería más rotundo un poco de hardcore, de grindcore, de metal extremo, porque la deformidad sonora de Lou Reed no es tan contundente y temo que no llegue a destino. Metal extremo o un bajista tirando escalas y saturando hasta que las paredes vibren y los vecinos no sepan de dónde viene el temblor.
Tuve que revolver bastante y superar un par de rápidos desánimos, porque mi pieza está un poco desordenada y no encontraba el casete. Hasta que apareció, entre varios que hay en la mesa de luz. Lo rebobiné un poco y lo puse fuerte. No en máximo, porque a mí mismx me resultaría insoportable. A mitad de volumen, que es bastante. Tanto que preferí cerrar la puerta de la cocina para protegerme. Cuando terminó, volví a mi pieza, y el tipo ya no jodía con su música. No sé si fue por mi respuesta o si simplemente se le consumieron las ganas de llamar la atención.
Entonces aprovecho para tratar de dormir, como me lo reclamaba mi cuerpo. Ni bien me acuesto, cerca de la una, empieza el vecino de arriba. Habla por teléfono en el balcón, le pregunta a su mujer algo respecto de la ropa que lavó, arrastra el ténder, lo golpea. Cierra con –mucha– fuerza el ventanal para fumar en el balcón sin que el humo entre en su casa (pero entra en la mía…), le habla a la mina, que está adentro. Termina el pucho, abre de nuevo, y la oigo a ella hablándole al bebé, cantándole mientras lo cambia: “¡Tengo el culo hecho un asquete…!”, repite con su voz chillona.
Así, una hora, más o menos. De vez en cuando, el soldado del pingüino y su familia discuten, gritan, golpean cosas… Y aunque este fin de semana no vinieron los otros hijos del fumador, que la vez pasada me despertaron con sus gritos y sus pelotazos contra la reja del balcón pese a que tenía los tapones puestos en los dos oídos, es imposible dormir la siesta, y todo el sábado lo vivo hechx mierda, cansadx, aturdidx, con un sopor insoportable nublándome la cabeza, a la altura de la frente.
El domingo me despierta el vecino de al lado con la radio fuerte a las nueve de la mañana. No va a apagarla hasta las tres de la tarde. Encima, escucha radio Mitre, esos locutores clonados que les hablan a todos y a nadie, diciendo nada, salvo lo que les dice su rutina reciclada por productores fotocopiados.
Por supuesto que en esas seis horas no solo no pude dormirme, sino que el vecino del “Nunca menos” le dio play a la cancioncita y salió al balcón un par de veces para hablarles a sus hijos o a su mujer, que estaban adentro. Y la mina también salió, y los nenes gritaron y se pelearon y pegaron portazos, y el tipo se dedicó a alentar a algún automovilista de la carrera que veía en la tele o a informarle a su hijo de un gol en el partido de turno.
Otro día perdido. Otro fin de semana perdido. Otro sol que se me escapa. Y en algún punto, mejor; porque, si no, habría sido más evidente que no tenía con quién compartir una tarde al sol.
El sábado siguiente me despertó el vecino de arriba a las siete y media con sus pasos de gliptodonte apurado. Pese a sus hijos, que pasaban el fin de semana acá, y a los otros vecinos, pude dormirme de nuevo con la ayuda de mis tapones para los oídos, aunque me desperté, fácil, media docena de veces. Y entonces me levanto cada vez más tarde, y me acuesto más tarde aún. Y al día siguiente me levanto todavía un poco más tarde, y así…
Al de al lado no se le puede decir nada porque no sé quién es. A los de arriba, tampoco porque mi madre está en buenos términos con ellos, y, comparados con la vieja que vivía antes, no joden tanto; y sobre todo porque no encuentro la manera de salir de la dinámica que se ha impuesto, del saludo todobién en el palier, y decirle al forro que se rescate, mínimo con el pucho. Porque no quiero quedar como alguien que se queja por todo o que le quiere decir al otro cómo tiene que vivir; o porque capaz que ese es el grado cero de la vida en departamento.
Y al kirchnerista tampoco, básicamente porque es para quilombo, porque sería en vano y pudriría la mínima convivencia que los lleva –a él y a su mujer– a saludarme, aunque sea con cara de asco y para actuar buena educación. Además, la vez que mi vieja fue a tocarle el timbre, miró por la cerradura y no abrió, y siguió con Sandro a todo volumen por un tiempo bastante más largo que el de ahora. Y a la nochecita volvió a insistir. Me acuerdo bien: yo tenía 39 y pico de fiebre, y el sorete disfrutaba molestando, vengándose de mis quejas a la administración. Y hasta la vieja del orto tuvo que llamarlo para que se rescatara, la misma vieja conchuda a la que le dijo: “No les dé el gusto, no se mude”…
¿Ves? No me alcanza Twitter para contar todo esto. (Además, ya incursioné en ese género cuando aún no se había puesto de moda, y es tanto el triunfo de la lógica publicitaria como una buena excusa para disimular las limitaciones expresivas con las que impone el formato). Y tampoco me alcanza un blog. No sirve twittear ni bloguear ni decírselo en persona a alguien, profesional o no, porque nada de eso lleva a que cambie.
Y esa certeza de la repetición desmoraliza más que despertarse, como hoy, con los del cable reparando un cable, con la música de nuevo, con los pasos o los ventanazos del vecino, con los parlantes del local kirchnerista de la otra cuadra… O como un nuevo hoy, domingo, con el vecino martillando a las ocho y media.
Hay que buscar otra manera --> de que cambie y de no morir emparedadx de solipsismo.
Sí. Se dice tan fácil…

Ropa de invierno

Está fresco en casa para andar con una remera. Entonces, me pongo otra encima. Por un rato va bien, pero a la noche refresca y, aunque quiero aguantar, tengo frío, me voy a resfriar o, como mínimo, voy a seguir sintiéndome incómodo, apremiado por este pequeño temblor que puede evitarse fácilmente. Así que voy a mi pieza, me saco las remeras y me pongo un buzo.
Y me pesa. Me pesa la ropa. Me pesa el buzo en los hombros, y en las axilas y en los brazos. Me molesta en la panza, como si hubiera engordado de golpe. Siento su roce en el cuello cuando giro la cabeza. Me sobra en los puños y tengo que doblarlos sobre sí mismos…
Ya van dos o tres noches que tengo que cerrar casi por completo la ventana cuando me acuesto, y acurrucarme un buen rato para no sentir el frío, para no temblequear. Hasta que me rindo, y voy a buscar la frazada gruesa al placar. Y no es que me pese: me aplasta, me sofoca, no puedo creer que a veces haga tanto frío que sea insuficiente. Trato de darme vuelta en la cama y me vence la resistencia de la cobija. Me despierto con ganas de hacer pis, y quiero desoír a mi vejiga porque no tengo fuerza para emerger de debajo de ella.
Lo que me pesa más, creo, es saber, desnudo, de pie junto al placar, que se pasó otro año. Otro año más, menos, igual. Otro año en que no pude.
Y todavía no me puse la campera. No tuve que ponérmela. No tuve que salir una noche en que fuera necesaria. De hecho, recién salí a dar una vuelta, aprovechando que el cielo está cubierto y la amplitud térmica es pequeña gracias a las nubes, porque cuando se despeje van a llegar las noches y las mañanas frías.
Todavía falta la campera, que tiene más de la mitad de mi vida. Sentir su cuello gastado, el tironeo de los hombros cuando meto las manos en los bolsillos, ese color gris cada vez más pálido, la misma imagen de demasiados inviernos.
No quiero el frío. Tampoco quiero el paso del tiempo, y en septiembre u octubre me va a pegar parecido la vuelta del calorcito. Un par de semanas, hasta que me acostumbre. Pero lo de ahora no es sólo porque se marca el paso del tiempo. Es por el frío, también. Sobre todo.
No quiero el frío ni el aire quieto de los lugares cerrados (aunque tanto aire acondicionado hace que también en verano haya que soportar el aire estancado en muchos lugares), ni recalcular el nuevo ancho del cuerpo más la ropa, ni los roces con la ropa de la gente que me golpea con la manga de su campera o deja apoyado el borde de su tapado sobre mí. (Detesto cuando ponen en contacto su ropa con la mía).
Quiero ir sin remera por la calle, pese a todos los infelices que me dicen cosas. Quiero sentirme liviano, acogido por el aire tibio. Quiero caminar por la vereda del sol sin que pique. Y quiero sentirme menos endeble que ahora, que hasta un puto buzo me pesa más que la mochila de un chico que va a un colegio de doble escolaridad, como si los quince años que tiene estuviesen concentrados en su tela.

Recordatorio

La cosa es así...
Sentís que no te valoran, y se lo decís, y no cambia nada. Empezás a asumir que simplemente no sabe expresar que te quiere. Así que lo tomás como viene y te la bancás, porque te quiere y es suficiente.
Pero hay una vocecita que te dice: “Vos no le harías lo mismo, porque alguien que te quiere, dice, grita y patalea para que lo veas”; pero vos respondés que está todo bien así, que es suficiente si es lo que él te quiere dar.
Y por ahí la vocecita grita y te dice: “¡Loca, querete!”, y ahí necesitas más, y se lo pedís, y él no te lo va a dar, porque no quiere, o porque no tiene más. Entonces hay que buscar a alguien que sí quiera dar lo que querés recibir.

Tengo una vida, una chance para dar y recibir todo lo que tengo... no hay bis, no hay otra oportunidad, no hay segunda vuelta. Así que no me puedo conformar.

© tonta en mini

jueves, 7 de abril de 2011

Bombitas

En cumplimiento de lo prescripto por una ley de la Nación, el 31 de mayo próximo entrará en vigor la prohibición de fabricar, comercializar e importar lámparas incandescentes de uso residencial en todo el territorio argentino. La medida fue promovida por la organización Greenpeace y encontró receptividad en el gobierno nacional, acuciado por el crónico déficit energético que no ha podido superar en casi ocho años de gestión. El Poder Ejecutivo envió el proyecto de ley al Congreso, y este lo aprobó en diciembre pasado.
El fundamento que esgrimen los impulsores de la ley, y que hacen suyo quienes la llevaron al código, con esa facilidad que tienen para mimetizarse con el discurso bienpensante cuando les conviene, es que “se trata de una gran medida de eficiencia energética que permitirá a todos los argentinos ahorrar y darle a la energía un uso más responsable”.
Su argumentación incurre en falacias tales como decir que la ley “permitirá a todos los argentinos” el ahorro y el uso más responsable de la energía. No “permitirá”: obligará. Y no a todos, sino a los que tenemos luz eléctrica.
Si buscan ahorrar energía, o propiciar lo que consideran un uso “responsable”, ¿por qué no limitan la venta de aires acondicionados? ¿Por qué no les ponen un chip que impida su funcionamiento si hace 20 ó 25 grados? No, claro, el aire acondicionado es el símbolo del crecimiento económico de estos años K, es la clase mierda llevando a acto la potencia consumista que la signa. Con el aire no nos metamos. Mejor con la luz. Quedamos como ecologistas y todo…
Una falacia más, a cargo del gilito de Grin pis: “La iluminación residencial en nuestro país logrará ser más eficiente y amable con el entorno”. ¡Ey! El entorno también soy yo, y esa luz no es amable conmigo. ¿Por qué no tratan de leer ustedes con luz de bajo consumo? ¿O son una raza evolucionada que ya desarrolló una adaptación genética a la luz fría?
Los agitadores ambientalistas (y, de paso, lxs hipóteticxs lectorxs de este blog), ¿por qué no cuentan la cantidad de enchufes que tienen en su casa? ¿Por qué no se fijan cuántos cientos de watts consumen todos los aparatos que allí enchufan antes de quitarme mi bombita de 60? ¿Eh? Hijos de puta, me hablan de que ahorre: ¡gasto 15 mangos de luz por bimestre, las conchas de sus madres! Y quiero gastarlos como me gusta, con la luz que me gusta.
Lo cierto es que a partir de ese día, o del día en que se queme la última bombita, estaremos obligados a iluminar nuestras casas con esas horrendas lámparas de bajo consumo, con esa luz blanquísima y lúgubre que es incómoda hasta en lugares públicos. Entonces, a mi propia condición mortecina deberé sumar unas luces más mortecinas aún, como las que tiene el vecino de arriba. Las conozco de verlas cuando salgo al patio y me doy vuelta, y veo toda su casa alumbrada con ese tono hospitalario; de padecerlas cuando voy a la casa de mi viejo y debo acercarme a la ventana o ponerme justo debajo de la lámpara para ver el dato que quiero en un libro.
Esta medida es una inadmisible intromisión (estatal) en la intimidad de las personas. Es como que te prohíban fumar en tu casa. La mismísima Constitución ampara el derecho de fumar, incluso faso, en tu casa; pero parece que no el de iluminarte con la luz que tenés ganas.
Y me hace acordar a los que están preocupados por la escasez del agua como recurso diciendo que hay que ducharse rápido, en menos de cinco minutos, para ahorrar o que no hay que dejar el agua corriendo cuando uno se lava los dientes. ¡Cuchame, sorete! ¿Por qué antes mejor no te ocupás de todos los tipos que tienen una pileta en la casa, o un hidromasaje? ¿Eh? O de los que lavan el auto… ¿Qué me querés privar del poco placer de una (dos, tres, las que pinten: me baño mucho yo :p) ducha durante todo el tiempo que dé agua caliente el termotanque? ---> que bastante poco dura, encima.
Además, se recomienda el uso de estas lamparitas en ámbitos que requieran luz artificial por mucho tiempo continuo. No en lugares como un baño, por ejemplo, donde uno entra y sale más o menos rápido, puesto que encenderlas y apagarlas repetidamente disminuye su vida útil. Es cierto que quedan fuera de la prohibición “las lámparas incandescentes cuya potencia sea igual o menor a veinticinco vatios”, pero es evidente su incapacidad de alumbrar de manera correcta un espacio como un baño, donde la buena iluminación es especialmente importante ya que va de la mano con la higiene.
En nada de eso parecen haber pensado los inspiradores de esta medida, ni en alertar sobre el material altamente contaminante (mercurio) que contienen las lámparas de bajo consumo. Tampoco lo ha pensado el gobierno, pero eso es más esperable habida cuenta de que fue durante esta misma gestión que, por la “inexistente” crisis energética, se cambió el huso horario y se apretó a las provincias para que acataran la medida y no dejaran al país con dos husos distintos porque eso genera una sensación de desgobierno, como ocurrió en la época de De la Rúa, que medio país tenía una hora y la otra mitad, una hora más.
Sin embargo, una vez pasado el momento de la decisión y el del apriete para ratificar el poder, notaron que mucha gente cenaba a las diez de la tarde y dieron marcha atrás, y el año siguiente no hubo cambio de hora. Tal vez suceda algo similar con este asunto, y luego de un tiempo se rescaten de la improvisación y podamos seguir iluminándonos como queremos.
Esperando que algo así ocurra, y también para estirar todo el tiempo posible el de la iluminación que prefiero, voy a ir al súper y voy a hacer stock. Voy a aprovechar esas promociones “lleve tres, pague dos” o algo así y me voy a comprar unas cuantas bombitas de 60, opacas, con forma de hongo, así también me sirven para el velador.
Y voy a tratar de contener el odio que me dan las arbitrariedades apabullantes como esta, que me hacen desear tener una pila en la mano para tirarla a un lago de agua pura.

Una canción de amor

Take me now, baby, here as I am,
pull me close, try and understand.
Desire is hunger, is the fire I breathe,
love is a banquet on which we feed.

Come on now, try and understand
the way I feel when I'm in your hands.
Take my hand, come undercover,
they can't hurt you now,
can't hurt you now, can't hurt you now...

Because the night belongs to lovers,
because the night belongs to love.
Because the night belongs to lovers,
because the night belongs to love.

Have I doubt when I'm alone,
love is a ring, the telephone;
love is an angel disguised as lust
here in my bed until the morning comes.

Come on now, try and understand
the way I feel when I'm in your hands.
Take my hand as the sun descends,
they can't touch you now,
can't touch you now, can't touch you now...

Because the night belongs to lovers,
because the night belongs to love.
Because the night belongs to lovers,
because the night belongs to love.

With love we sleep,
with doubt the vicious circle
burns and turns.
Without you I cannot live,
forgive the yearning burning...
I believe it's time
to feel, be real!
So touch me now,
touch me now, touch me now...

Because the night belongs to lovers,
because the night belongs to love.
Because the night belongs to lovers,
because the night belongs to love.

Because we believe in the night we are lovers,
because we believe in the night we'll trust.
Because the night belongs to lovers,
because the night belongs to love.

(Patti Smith * Because the night)

Un caso de escopeta

8/9
Le mando a [Minombre en diminutivo] que estaba ansioso por estar con sus amigos. Cariños, Yoli. Gracias.

9/9
Mami:
En cuanto entré a clase olvidé mi llanto y me puse a jugar con mis amiguitos.
El viernes iremos al teatro, traer sin falta $ 15 para la entrada y transporte. ¡No olvidarse!
Notif:

10/9
Me alegro que después al estar con sus amigos no haya llorado más. Todos estos días fue tan entusiasmado que no comprendo por qué vuelve atrás; mientras cenaba repetía una y otra vez que no quería ir mañana. Sin duda [Minombre] es “un caso de escopeta”.
Reciban un beso grandote y agradecido este día por todo lo que brindan a nuestros hijos.
Le adjunto el dinero y una cajita para la señorita Beatriz.
Cariños. [Mimadre].

10/9
Gracias por tanto cariño.
Lo de [Minombre] puede ser que le gusta llamar la atención y sabe que esa es una de las formas de hacerlo.
Un beso.
Yolanda.

En un blog sobre mi equipo de fútbol, leo una referencia a un partido que hace 17 años perdimos 2 a 1 contra cierto rival, uno de cuyos goles lo convirtió un jugador de apellido italiano. Entonces dejo un comentario contando que recuerdo otra derrota contra ese equipo, más o menos por la misma época, una tarde en la que uno de los goles lo hizo un jugador de apellido parecido a aquel. Y pregunto si se trata de dos partidos distintos o si durante todo este tiempo rebauticé a aquel goleador y lo recordé con otro apellido.
El chabón del blog me confirma que se trata de dos partidos distintos, uno del año 92 y otro del 94. Le agradezco la respuesta y le menciono otro partido contra ese rival, en el cual el arquero de ellos nos hizo un gol de arco a arco que fue anulado por offside (!!). Le menciono el hecho y el apellido del arquero, y remato el comment planteando mi recuerdo como una pregunta retórica.
Su nueva respuesta, “correcto, no desconfíes de tu memoria, venís muy bien”, me anima a lo que sigue.


La misma pelotuda esta que como primera explicación, y única digna de señalarse, hablaba del niño al que le gusta llamar la atención fue quien me cagó a pedos una vez porque yo agarré el libro/cuaderno de actividades e hice la que íbamos a hacer sin esperar a que ella diera las indicaciones del caso, sólo siguiendo las instrucciones escritas en el encabezamiento.
Parece que lo hice mal. Lo que no parece, sino que fue más o menos así, según lo ha consolidado mi memoria en años de recordar este recuerdo –uno de los dos o tres más nítidos que tengo del jardín de infantes–, es que la mina me abochornó delante de todos diciéndome que “ahora que lo arruinaste, no lo vas a poder hacer de nuevo”, o algo así. Algo que mi memoria puede expresar así.
Digo “parece que lo hice mal” porque releo ese pedazo de la libreta que ha sobrevivido con el intercambio madre-docente y flasheo que quizá lo hice bien, que entendí bien el enunciando y lo hice bien, y la mina esta me dijo que lo hice mal para que no siguiera haciendo cosas por mi cuenta.

Ah, la señorita Beatriz era la maestra de la otra sala, y usaba unas sandalias con plataforma de corcho que me gustaban mucho. Bueno, no sé si me gustaban las plataformas porque las usaba Beatriz o si me gustaba Beatriz porque usaba plataformas…

De mi madre denigrándome no voy a decir nada.