lunes, 25 de julio de 2011

La impronta que marcó en mí la cultura zapping

Se retiró de la charla por un momento sin levantarse de la mesa. Las otras tres personas continuaron hablando, y lo que hice entonces, espontánea e impensadamente, quizá haya sido causado por la variación que su silencio produjo en la suma del sonido.
No sé si los demás notaron su ausencia. Yo recuerdo que la descubrí cuando giré la cabeza un poco hacia mi derecha. Ella leía en el teléfono con una sonrisa arrobada, como si hubiera recibido un mensaje inesperadamente esperado: un gesto cuyo subtitulado podría decir “¡uh, se acordó!”.
No lo respondió. Solo ladeó un poco la cabeza, sin dejar de sonreír, y acarició la pantalla con el pulgar. Intuí el final del embeleso y, antes de que se sintiera observada o de que los demás advirtieran mi mirada furtiva (y no tengo forma de saber si se dieron cuenta), retomé mi participación en la charla, la cual se limitaba a panear con la vista una y otra vez, buscando un resquicio donde filtrar alguna palabra.
Pronto, el tiempo recuperó su homogeneidad, y los cinco estábamos participando de la conversación. Mientras esto sucedía como si nada hubiera pasado, pensé en que nunca me acariciaron así.

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