martes, 16 de agosto de 2011

El fútbol es para hombres

Cuando el año pasado Erik Lamela mostró a la prensa su pierna maltrecha y sangrante a raíz de la desaprensiva infracción que le había cometido un defensor de Godoy Cruz, el mundillo del fútbol se lo reprochó rápidamente. Las palabras más resonantes fueron las de Juan Sebastián Verón, quien declaró: “Hoy abrí las páginas de los diarios y están todavía mostrando la herida del chico este que le pegaron. Eso está mal. (…) El que sale atrás con él no puede estar levantándole el pantalón para que vean la herida. Es un juego de fricción, te pueden dar un patadón y te la tenés que bancar. (…) Que lo hagan salir al chico a mostrar la pierna, que tiene un rayón o un patadón, para dejar en evidencia, no me parece… (…) Si no, es un juego para… parecemos nenas”.
Las palabras de Verón, que aggiornan la tradicional frase “el fútbol es para los hombres”, sin embargo, no tienen que ver con el fútbol. Ni siquiera con la masculinidad. Verón está diciendo que hay que callar ante la injusticia o ante el abuso, que hay que hacer como si no pasara nada o, en todo caso, arreglárselas solx.
En esta ocasión, no se trató únicamente de una patada descomunal, ni de la liviandad con que el árbitro Beligoy sancionó al defensor, amonestándolo. Lamela reveló que durante el partido Beligoy lo amenazó con expulsarlo si mostraba la sangre que salía de su rodilla. Ante un hecho así, hay que bancársela, según Verón. Hay que pagar el derecho de piso, hay que dejarse avasallar para no parecer una nena… o para que los que tienen poder puedan seguir actuando protegidos por que no se conocen sus actos.
Si bien no es exclusivo del fútbol, en ese ámbito está muy difundida la idea de que tenés que bancarte la que te toca dentro del grupo. La más notoria de las prácticas encuadradas dentro de esa lógica es la “tradición” de rapar a los juveniles que van por primera vez a la pretemporada con los profesionales. Los pibes se la tienen que bancar, como dice Verón, y, en todo caso, si quedan con el plantel, el año siguiente podrán estar en el grupo de los que rapan a los nuevos. Un año más tarde, estos reproducirán ese comportamiento, y así sucesivamente.
Me acordaba de las declaraciones de Verón y del rechazo que me causaron a raíz de otro hecho futbolístico, el arbitraje deliberadamente parcial de $aúl Laverni en Boca Unidos-Quilmes y el intercambio de palabras que tuvo con el DT cervecero, Ricardo Caruso Lombardi, a quien mandó a “llorar al programa de Fantino” (cosa que Caruso hizo sin inconvenientes e independientemente de la sugerencia de Laverni). Laverni no desmintió el intercambio de palabras, aunque no se refirió a su contenido porque, según él –y muchos otros–, “lo que pasa en la cancha queda en la cancha”.
Obviamente, Laverni –el mismo que les dijo “bolivianos” a los jugadores de Gimnasia de Jujuy, y no precisamente como producto de una confusión geográfica– va a querer que las cosas queden en la cancha, que es donde él tiene el poder. Donde puede cobrar un gol viciado de nulidad; echar a un jugador por una agresión que no se ve en la tele y que, si existió, fue la respuesta a otra agresión, la cual –casualidad– Laverni no vio aunque estaba tan atento que no necesitó consultar al juez de línea para expulsar a Caneo; donde puede estar 22 minutos sin cobrar un foul a favor de un equipo, amonestarle jugadores por protestar y generarles fastidio e impotencia hasta exasperarlos; donde incluso puede –impunemente, porque no ha sido sancionado– sacar del bolsillo la tarjeta amarilla para amonestar a un jugador y guardarla al recordar que ya está amonestado y que debe expulsarlo si lo vuelve a amonestar.
Le conviene a Laverni que las cosas mueran en la cancha como siempre le conviene al que tiene poder que las cosas se resuelvan en su territorio, sin salirse de allí, y todos ellos tratarán de impedirlo con acciones que van desde proclamar el descrédito de quien lo hace (llorón, buchón, rompe códigos, nena) hasta, en ciertos casos, la amenaza y la coacción.
La mala reputación de quien explicita situaciones así está muy extendida en el fútbol. Algunos no sustentan su crítica en la falta de observancia de conductas sobreentendidas –esos supuestos códigos–, sino en la utilidad de la queja. “¿Qué ganas?”, preguntan. No ven que, como mínimo, lo que se gana es decirlo. Se gana la palabra. Eso se gana. Mejor si la oyen los demás. Mejor si la escuchan. Mejor si hacen algo a favor. Pero aun si no ocurre algo o nada de eso, unx puede decirlo, sacarlo del terreno del silencio, donde permanece invisible y, por ende, inexistente.
Al decirlo, unx vence el mandato del poderoso –cuyo discurso hace propio Verón– y trata de salir de un lugar donde está condenadx a la indefensión o, en el ¿mejor? de los casos, a dejar de ser víctima transformándose en victimarix. Unx busca que se mire, que se vea, que se airee, que otras miradas ayuden a salir del micromundo. Si no, el micromundo es todo el mundo. Y todos los micromundos son muy complicados porque generan su propia dinámica, y en ella se corre el riesgo de terminar aceptando (y hasta tomando como normales, lógicas o correctas) cosas que no dan, que no deberían dar.
Es llamativo que un hecho ocurrido en un ámbito tan masivo, tan amplificado y amplificador, como es el fútbol, pase inadvertido (o avalado por el silencio), que ese mensaje de mierda que da Verón sea tan natural que ni una voz se alza para señalarlo.
Bueno, una voz se alza. La mía.

1 comentario:

florencia dijo...

no sé si es algo de hombres o no. sólo sé que a pesar de no soportar demasiado el fútbol, a veces me dan ganitas de ver algún que otro partido y me olvido un poco del prejuicio. já.
(una vez pasaste por mi blog, hace mucho. pero recién leí el comentario, gracias por haber pasado!)
saludos!