lunes, 31 de octubre de 2011

Mi voz

Mi voz, balbuceando cuando me preguntan qué hago, qué hice, qué voy a hacer, quién soy.
Mi voz en el teléfono, y entonces me dicen “no te escucho”, “¿te desperté?” u “hola, hola, no oigo”.
Mi voz en la radio, quejándose de mi equipo y de su DT, baja a la mitad las lucecitas que marcan el nivel de salida y requiere una atención extra para ser audible y no quedar como un silencio entre todos los otros mensajes, como una falla técnica.
Mi voz, cantando en un susurro para no desafinar.
Mi voz, incapaz de explicar todo esto (ni siquiera con la práctica que da el blog).
Mi voz, muda por precaución.
Mi voz, hablando sola para pronunciar el mínimo de palabras que mi cuerpo necesita decir por día. (Mi voz, hablando sola para que yo escuche el mínimo de palabras que mi cuerpo necesita que le digan por día).
Mi voz, inaudible de nuevo, esta vez para quien está enfrente de mí, y tampoco oye.
Mi voz, debiendo repetir mi nombre varias veces para que lo entiendan. (Mi voz, dudando al decir mi nombre, y, a veces, diciendo otro).
Mi voz, gritándoles en vano a los vecinos que no jodan más. Y ellos, sin gritar, solo hablando, parece que estuvieran en el living de casa.
Mi voz, diciendo por su cuenta un nombre.
Mi voz, que nunca aprendió a hablar.
Mi voz, dejándome cansada después de hablar un rato, de leer en voz alta o de hablar sola.
Mi voz y su frecuencia opaca.
Mi voz, que (¿casi?) nunca convenció a nadie de nada.
Mi voz, que sale baja y no sale.
Mi voz en la calle, cuando hablo sola, dejándome en evidencia si me distraigo y no veo que hay gente.
Mi voz en mi casa, cuando hablo sola, y un ruido me recuerda que hay un vecino cerca, y que tal vez me escucha.
Mi voz, comentando con exclamaciones casi cada cosa que hago.
Mi voz, necesitando gritar. Mi voz, no pudiendo gritar.
Mi voz, desalentándome cuando en una grabación lejana reconozco sus inflexiones y esa risita que busca coronar cada cosa presuntamente graciosa que me veo forzada por mí misma a decir, como una autoclaque.
Mi voz, diciendo palabras ajenas que solo de vez en cuando descubro.
Mi voz, ahogada de pudor si llamo a alguien por teléfono.
Mi voz, hablando sola, imaginando una conversación o mi parte de la conversación, como si practicara.
Mi voz, imprescindible cuando estudiaba y me repetía todo el tiempo el fucking resumen que había hecho.
Mi voz, sin poder emitirse apenas me levanto. Mi voz, dando por comenzado el día cuando empieza a hablarme y me actualiza, un rato después de levantarme.
Mi voz, repitiendo las palabras que alguna vez funcionaron.
Mi voz, cuando la escucho grabada y me suena repetida y un poco desagradable.
Mi voz, marcada a fuego por la sintaxis, a cuyo paso marcha inconsciente o gustosa.
Mi voz, perdiéndose en palabras que buscan ser ingeniosas.
Mi voz, harta de mi relato y de lo no performativo de la palabra (salvo para cagarlo, que ahí sí ellas solas lo logran).
Mi voz, seca de impotencia.
Mi voz, muy elocuente si sos una chica sagaz que no necesita más de cinco minutos para darse cuenta.

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