domingo, 4 de diciembre de 2011

Fuera de servicio



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Una frase que da vueltas por ahí sin que Google pueda confirmarme su autor dice que “una banda tiene toda la vida para sacar su primer disco y un año para sacar el segundo”. Yo, que intuyo analogías por doquier sin poder confirmarlas o explicarlas, sospecho que algo parecido pasa en cada lugar nuevo donde uno expone su discurso. Tenés toda una vida, la que pasó, para poner en palabras sensatas y plausibles, para referirla de un modo razonable, para explicarla, explicártela y/o explicársela-s.
Pero, mientras, la vida continúa, y lo que sucede en paralelo a ese relato es más o menos lo mismo que pasó antes. Seguramente porque no puede dejar de serlo, no tan fácilmente, no juntando palabras. Cuando cae esa ficha, todo se descubre tan repetido y vacío como el canal de la NBA en estos tiempos de lock-out. Todos nos damos cuenta de que estamos en un circuito repetido. Los que pueden irse, se alejan, y uno se queda desmoronado en el mismo lugar de antes y sin la ilusión de la razonabilidad, ya desvanecida.
Algo así tal vez ocurra con este blog. Esa sensación de que ya todo fue dicho, de estar repitiendo hechos, ideas, palabras, conectores; de que en unos años mi relato va a incluir esto que (me) pasa ahora y, dentro de ello, por supuesto, el blog. La de no tener referencias, la de un solipsismo sui géneris, expuesto mucho y sin sentido. Desde hace meses, me suena a estar poniendo la energía en un lugar equivocado. Al menos, en un lugar que no la devuelve.
No sé para qué uno hace (¡hacía!) un blog. No sé por qué hice este blog. Empezó, y ya. Supongo que fue un intento de romper con la sensación de inexistencia. Para darle aire y luz a algo que había ahí, latente, poniéndolo en palabras, fuera del agobio solipsista. Pero las palabras que junté (¡alto logro!) finalmente revelan su impotencia. Los signos vitales que dejo acá y también los que a veces dejo al visitar algunos blogs no pasan el triage…
Mi blog no explotó ni tuvo muchos lectores comentaristas (ni seguidores, desde que Blogger se contagió de la lógica twittera facebookera). No era algo que buscara: simplemente, digo que no sucedió. Y está claro que si hubiera ocurrido, esto habría tomado otro rumbo, como lo tomó con un post y un comment de hace exactamente tres años.
No explotó, no conseguí sponsors, aunque un blog que habla tanto de zapatillas podría haber conseguido el auspicio de Reebok o de Adidas… Tampoco resonaron algunos post “bien escritos”, y eso sí me parecía menos improbable. Pero no superaron la invisibilidad o la intrascendencia.
Y no sirvió para cambiar nada consistentemente. Tampoco sé si era posible. No sé qué era posible, pero esa pretendida visibilización no mueve el amperímetro. Y si afuera no resuena y adentro no rinde, mejor parar. Entonces, por un tiempo, este blog va a quedar en pausa.
Tal vez vuelva a postear cuando intente de nuevo una solución médica para mis problemas con el sueño si me toca un psiquiatra como el que aparecía en Crónica la otra tarde, que hablaba de la “higiene del sueño” y de que uno tiene que estar equis horas en la cama, y no más. Y si no descansó, no importa, “¡levántese lo mismo!”. Conductistas así, de ser traumatólogos, dirían: “Si se fracturó una pierna, no importa… ¡Camine lo mismo!”.
O cuando la pelotuda del lugar donde vendo diarios viejos me vuelva a sarpar las monedas (y a cagarse en mi esfuerzo de treinta cuadras y veinte kilos) mientras manda mensajes a dos pulgares en su smartphone, o cuando me encuentre con otro oftalmólogo impaciente que se moleste si cierro instintivamente el ojo al acercarme el aparato para medir la presión.
¡O cuando venga el-la asistente social a comprobar si necesito el subsidio! 0 cuando la vigilia me ahogue como me ahogo a veces cuando duermo, o no sé cuándo ni por qué. Imaginarlo es condicionarlo, creo.

La foto es eso: algo que ya no existe, yéndose. De un lugar que –también– me es ajeno.