sábado, 30 de noviembre de 2013

Ideal para gente que en todo ve señales


leí
el cuento ese de casas que dice
boedo esta donde estemos nosotros
-o algo así-
y me acordé de vos

como estas?

Uno de estos días póstumos me acordé de un mail que le mandé a una persona que solía comentar en este blog, la costurera bailarina. Su padre había muerto hacía unos días, o unas pocas semanas, y mencionar el asunto de la orfandad era inevitable. Y, como casi siempre que quiero hablarles a los otros sobre lo que les pasa, termino refiriéndome a mí, en ese mail le decía, premonitoriamente, que mi viejo se iba a morir de una obstrucción intestinal: “El viernes imaginaba que ya sé de qué se va a morir, de una obstrucción intestinal. Que ya tuvo dos”.
Me acordaba de ese mail porque, en efecto, fue decisiva la cuestión intestinal en el proceso que llevó a su muerte. Nada… No me voy a creer que tengo poderes adivinatorios; ni siquiera que soy particularmente sagaz y que mis lecturas de la realidad son gran cosa. Apenas me pareció que el resto de las cuestiones, sobre todo la cardíaca y la hipertensión, podían seguir controladas farmacológicamente con éxito, como hasta ese entonces. En cambio, el tránsito intestinal, por más dieta restringida, laxantes y enemas, se mostraba indómito y, para mí, amenazante. Más aún si consideramos el altísimo riesgo que implicaba una cirugía para una persona en su condición.
Lo que me llamó más la atención, sin embargo, no fue la comprobación de mi intuición –ni lo incomodísima que es la nueva interfaz de Yahoo, sobre todo para buscar mensajes viejos–. Me sorprendió, y me hizo detenerme por la sorpresa, ver la fecha en que envié ese mail. Exactamente dos años antes del día en que mi padre murió. De nuevo, nada. Casualidad, supongo. O ni siquiera eso. Claro que si uno quiere interpretar todo lo que sucede, esta puede ser una buena ocasión. Aunque, lo pienso ahora, las personas que en casi todo ven relaciones, señales y mensajes de un más allá bastante difuso, como mi madre, no necesitan buenas ocasiones: les alcanza con su propia necesidad.
Esa fecha también me sorprende porque brinda una referencia temporal objetiva sobre hechos que me parecían más lejanos o más cercanos en el tiempo. Pensaba que había sido el año pasado la tarde en que mi padre, yaciente, extendió su brazo derecho, ofreciéndomela al contacto. Algo que para muchos será común y que, habida cuenta de la relación nada corporal que tengo con mis padres (no los toco, no los beso, no me sale), para mí marcó una referencia. La tarde en que me dio la mano, en que brevemente correspondí el gesto, en que no pude evitar pensar en si eso era una despedida. No lo fue. (No la hubo).
Por el contrario, me resultaba más lejana en el tiempo la interrupción de la correspondencia con la costurera bailarina, vencida –la correspondencia y, de consiguiente, la comunicación– por nuestras respectivas timideces. Por lo que ella reconoce como su timidez. Por lo que yo nombro así tal vez para no profundizar, porque no sé (y tal vez nunca sabré ciertamente) si lo que de mi lado hace insalvables las distancias es timidez o una evidente carencia de cosas interesantes, atrayentes, apropiadas, etc. Eso, para no decir pelotudez o insignificancia, palabras que encontrarían asidero en la unanimidad de la desconexión.

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