sábado, 14 de junio de 2014

Brancatellis del rock

Desde hace varios años, y en consonancia con muchos otros sectores de la sociedad, unos cuantos músicos viven de la inagotable teta del Estado. Esto se manifiesta sobre todo en la realización de conciertos gratuitos –bienvenidos si el artista nos gusta, pues las entradas de los recitales son cada vez más caras–, los cuales, sospecho a veces, son la mayor fuente de ingresos de algunos de ellos.
Hay una especie de elenco estable de músicos que suelen tocar gratis, solos o en festivales organizados por diversos organismos estatales, y en cuanto atañe al rock esa selección está capitaneada por Lito Vitale y sus homenajes. Si hay algo que me parece incompatible con el rock es la idea de homenaje, pero, bue…
Alguno hasta se sentó a la mesa de 678 y, antes o después de Barone, dijo: "Más allá de las adversidades, que siempre están, gracias a Néstor 3000000 de jubilados pudieron tener una jubilación sin antes haberla tenido, y entre esas personas está mi vieja, que ahora no está viva. (…) Ante eso no hay adversidad que me pueda cambiar de idea".
Ante la muerte de un familiar, difícil pedir un análisis racional, pero resulta bastante micro y autorreferencial la mirada del cantante de la ceja depilada, que valora una acción de gobierno únicamente según cómo lo favorezca o no. Mirada sesgada que deja en silencio al sinnúmero de jubilados cuyos haberes fueron mal liquidados y que, cuando ganaron el juicio que debieron iniciar para cobrar lo que les correspondía, se encontraron con la apelación del gobierno, que apuesta a que se mueran mientras pasan, lentamente, los tiempos judiciales.
Muchísimo más que esa aparición televisiva, lo que realmente me sorprendió fue ver a la banda independiente que hacía su caminito al costado del mundo tocar auspiciada por el Estado nacional en Plaza de Mayo, en ese acto que contó con la presencia de la presidente que baila y de la ministra de Cultura y Prostitución, Moria Casán. Sí, aquella noche de los saqueos y los muertos y la pantalla dividida…
No los convencía ni el demócrata ni el fascista, y ni siquiera eran anarquistas. Pero ahora son oficialistas. Sorprendente.
Bueno, capaz que veo todo (más bien, mucho: trato de no caer en la tentación de los absolutos) al revés. Pero me llena de asombro que una banda cuyo mayor capital, casi el único, era la "credibilidad", jactarse de seguir siendo los mismos de siempre, termine como bufón bien pago del Estado, ante el cual corona su actuación cambiándole la letra a una canción para sumarse –¡tarde!– a la militancia pueril. Dicen "claringrilla" como el multitudinario evasor, el dios que trae inversiones y por eso justifica exenciones impositivas (casi como Chevron), vejete deslumbrado con la reivindicación falaz de sus años mozos, dijo, en un inédito acto de contracultura televisada, "seis siete ocho".
Otra sorpresa –apenas menor que la anterior, habida cuenta de, por ejemplo, su aparición en el programa televisivo de Jorge Coscia y de un par de gastados comentarios antimacristas que le escuché– fue la aparición del cantante que solía cantar usando una remera con la A anarquista en el show con el que se celebró la Revolución. Lo que siempre conocimos como Revolución de Mayo y que desde el canal estatal se renombró, subrepticiamente, como Revolución.
El mismo cantante al que no le salían los covers, que no los podía hacer carne, logró encarnar sendas canciones ajenas en sus dos apariciones de esta índole. De todos modos, más que esto me llamó la atención ver al cantante anarquista festejando la Patria, festejando el Estado, festejando a este gobierno, experto en adueñarse de festejos, símbolos y palabras. Porque si sería un acto militante darle un beso a Coscia, si todo es un acto político militante, como sostiene, lo es especialmente participar de las celebraciones grosmanescas.
Así, un cantante que suele tutear la belleza y que tiene un discurso bastante más elaborado y complejo que el de sus vecinos termina participando de un acto partidario al que pretende presentarse como una celebración "de todos". Termina en un lugar con fuegos artificiales, locutores de tono épico y discurso de Billiken revisionista. Desconcertante.

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