miércoles, 29 de octubre de 2014

¿Qué es más riesgoso?

¿Un poco de metesaca sin forro o coger con forro pero después tragarse la leche (o chupar una concha)?
¿Eh?

Por Palermo Chico

Salí de casa a la hora prevista. Un patrullero en la esquina y otros a mitad de cuadra, justo en la parte de la manzana opuesta a mi casa, hicieron que me acercara. Tres pibes corte turro sentados en la vereda, rodeados de canas; señora vecina asomada a las rejas de su casa… Mirando desde la vereda de enfrente, no supe qué pasó, pero esa vueltita hizo que se me escapara justo el colectivo, y el siguiente tardó mucho en llegar, y tuve que correr por Palermo Chico para llegar en hora al Malba.
Aún agitadx, le pregunto al de la entrada por el espectáculo. Busco en mi memoria el lugar del auditorio donde te vi aquella noche, tan atareada con las luces y una escalera… No lo encuentro. Vuelvo, pregunto en el mostrador cercano, y luego en el de informes: me dicen, sin muchas certezas, que es "ahí abajo", "una intervención". Abajo es entrada gratuita, arriba no, "arriba es otro precio"…
O sea, no es en el bonito auditorio de hace cuatro años, es en un espacio donde hay una ¿instalación? de arte moderno, con, por ejemplo, unas zapatillas Converse All Star viejas sobre unos ladrillos cementados. Las zapas están aseguradas con alambres, no sé si como parte de la obra de arte o para que no se las afanen.
La señorita T está parada entre dos banderas que también forman parte de la exposición. Sus mástiles salen de la pared a 45º, y, entre ambos, ella, con su campera rosa y amarilla y su capucha, quieta como una estatua de esas nuevas, realistas, de epoxi, tipo la de Olmedo. Daría para que fuera una estatua y que después apareciera ella en persona. Pero no: veo que respira, que se balancea levemente.
Recorro la muestra, un espacio de 13 x 6, digamos. Simulo interés, simulo leer las ¿explicaciones? de las obras, que están pegadas en la pared. Habrá unas diez personas, tal vez todos estén simulando, o tal vez sea the only one que fue especialmente a ver a T. De pronto, como a los diez minutos, da un par de pasos hacia adelante y larga con el de las torres gemelas. Habrá unas quince personas en ese momento, que se acercan, pero no mucho: creo que nadie se ubica a menos de dos metros y medio de ella.
Los dedos de su mano derecha son su motor. En cada video de un recital que veo, en cada solo, quiero que la cámara muestre la mano izquierda del guitarrista, de Blackmore soleando en Highway Star. De Tálata soleando el aire con su mano derecha. Mueve los dedos y cada movimiento corresponde a una ráfaga de palabras, como si las disparara desde teclas invisibles. Ya se sacó la capucha, manchada de rouge, o de sangre, y cuando termina y hace un leve gesto que indica el final, la aplauden sonoramente.
Camina sola hacia otro sector, junto a la reproducción de un Apolo coronando a nosequién, micropene el de ese Apolo desnudo, y se queda parada junto al cuadro, que no es un cuadro, sino un papel pegado, más o menos de 2 x 1,5, cuya explicación se jacta de que el artista "roba" obras de internet para intervenirlas. Oh, ¡un ladrón!, ¡un ladrón!, ¡qué artemoderno…!
En el camino abraza a una mina como si la conociera. La conoce, es seguro. Yo sigo girando para hacer tiempo porque entiendo que habrá más T. Una mina joven de trajecito monitorea todo. No sé si es del lugar, si es parte de la instalación (ja), pero está mirando, claramente, todo. Nos está mirando. Me está mirando.
Junto al Apolo hay una manga como esas de los lavaderos de autos, apoyada horizontalmente en el suelo. Un ventilador le da cuerpo y permite ver que dice "Solidaridad" en rojo sobre fondo blanco. Allí la Silvina Luna del spoken word ataca de nuevo, más breve que la anterior, quiere saber si la mujer que es será algún día…
Otra vez, aplausos al terminar. La gente sigue circulando, no me parece que nadie se haya quedado especialmente. No me parece que nadie haya ido especialmente. "Silvina" descompone el personaje y mira algo en su celular, que ocupa todo el bolsillo trasero de su jean rosa.
¿Se puede sacar fotos? Nadie saca fotos. Y yo hago lo que hacen todos. Ni siquiera esa mina con una cámara cuya lente es pornográficamente larga y gruesa fotea. Me tienta sacar una de querusa para vos, pero mi querusa y mi cámara son poco efectivas.
Veo que una cincuentona se sienta en un banco de madera y, cuando se levanta, con la certeza de que uno puede sentarse, de que no es parte de la instalación, aprovecho para sentarme yo, simulando, como cuando saco fotos en la calle, que tengo un celular en vez de una cámara.
La artista comienza a girar alrededor de un pequeño pedestal coronado por un cubo transparente dentro del cual se expone un Iphone, o similar. Gira y gira con pasos afectados, y al fin saco la foto.
Se detiene y arranca con el de la lengua rolinga, el de cogimos y manchamos las sábanas. Dice coger en el ámbito aséptico del Malba, mientras me acerco, nos acercamos, somos pocos esta vez, menos de diez, y más lejos una madre lidia con su niño de ¿dos años? que llora porque quiere los auriculares de esa "obra" que consiste en un plasma que reproduce textos y que se completa con audio por auriculares, y algunos no dan pelota y siguen mirando las obras y sus explicaciones.
Otra obra tiene audio sin auriculares, sonido al aire, un tipo hablando de fondo mientras se proyecta no sé qué cosa contra la pared. Y su voz, la de Tálata, en ese ámbito de mala acústica, con el murmullo de fondo de esa grabación que formaba parte de la instalación –pierde ritmo la respiración cuando la rima se vuelve obsesión y no podés mantenerla más de tres veces–, con el niño llorando, con la monitoreadora que se acerca, sin intervenir, a la madre y al niño (y a la hermana del niño, que no llora, porque es un poco más grande), con voces en otros acentos, en otros idiomas (Parlez vous français, madame?), su voz, digo, se pierde un poco.
Y, digámoslo, la chica no incendia el lugar, no es Rafeef Ziadah, ponele.
Nuevamente, no nos acercamos mucho. ¿Cuál es la distancia a la que da acercarse sin pasar por sordo, por avasallante, por ciego, por invasor de T.u campo energético (y artístico)?
Nadie aplaude esta vez cuando termina. Varios segundos después, una mina más o menos joven ensaya dos o tres aplausos que no tienen onda expansiva. Yo sigo girando, la señorita monitor se sentó en una silla frente al recinto. Ahora simulo interés por el techo del Malba, un deslumbramiento ficticio ante la arquitectura de ese edificio tan moderno, cuyo fin es que pase el tiempo y llegue el nuevo poema. Miro hacia arriba y los de seguridad miran hacia abajo junto a la baranda del primer piso, junto a la baranda del segundo piso.
T habla con un chabón, parece que lo conoce. Hablan como si fueran conocidos. Tarda en volver a atacar. ¿Los neo fans podemos acercarnos?, ¿podemos hablarte? ¿O solo tus amigos? ¿Son tus amigos? ¿Los que te comentamos los videos podemos, o interrumpimos la insTalatación? Conozco una chica que está fascinada con vos, ella me pasó el dato de tu existencia… ¿Sos torta? ¿Sos bi? ¿El jugador de Vélez era el Rifle Pandolfi?
Nop.
Mi estado de ansiedad vence. Me hincho las bolas del lugar, y me voy.
A la vuelta, a Paseo Alcorta, porque se supone que allí venden zapatillas Asics, esas que se supone que son buenas para correr, y que no consigo ni en los lugares donde el sitio de Asics dice que venden. Subo por la escalera mecánica del shopping, y lo primero que aparece ante mi vista es uno de seguridad, mirando hacia abajo desde la desembocadura de la escalera, con un handy en la mano y un saco como de secundario privado que tiene el logo de la empresa bordado en el bolsillo.
Recorro los tres pisos, ahogándome cada vez más con el olor a shopping, que es una mezcla de aire procesado y muestras de perfumes repetidas en cada piso y maquillajes y voces en otros idiomas, con otros acentos. Un aire pesado, caliente y noventoso. ¡Hasta teléfonos públicos hay!
Un niño llora mucho y llama la atención de uno de seguridad, que mira hacia el lugar y da dos pasos acercándose, pero no más. Esas son las cosas que llaman la atención de la seguridad de Paseo Alcorta (?). Y en cada piso, junto a la baranda, otro de seguridad mira, hacia adelante, o hacia abajo, y otro camina handy en mano. Tres pisos y un local de Adidas y uno de Nike, pero no uno de Asics, ni uno multimarca, donde, entre otras marcas, vendan Asics.
También de ahí me hincho las bolas y me voy, descubriendo en cada piso lo difícil que me resulta acertarle al escalón de la escalera mecánica cuando bajo. No así cuando subo: cuando subo es el vértigo, y entonces me encorvo y miro hacia abajo, para no ver a los costados. Recién en el último piso, y prestándole mucha atención, logro acertar el escalón del descenso más o menos bien y sin temor a caerme. Pero agarrándome con las dos manos de las barandas en el momento de acceder a la escalera.
Vuelvo a casa. Caminando. Estaciona un Mini Cooper cuatro puertas frente al shopping con una rubia en el asiento del acompañante, rubia de anteojos oscuros, mientras viene caminando en dirección a mí un morocho con pañuelo palestino y una botella malamente disimulada dentro en una bolsa verde. Cara ajena al barrio, pienso. Pero el barrio también tiene ese paredón suburbano frente al shopping y a la plaza que está junto al museo.
En la plaza hay unos pájaros, como zorzales, pero negros, o de un azul casi negro, que nunca vi. Trato de sacarles una foto, pero, obviamente, se escapan cuando me acerco mucho. Y el zoom de mi cámara tiene poca nitidez.
Me doy vuelta para retomar mi camino y en el medio de la plaza veo un inconfundible rosa y amarillo. No es la tapa de Rockas Vivas, es Tálata Rodríguez junto con cuatro o cinco tipos, uno de los cuales se cambia la remera, otro de los cuales es el mismo que estaba en el Malba, ese con el que hablaba.
Por un momento temo que alguno me reconozca por mi campera desteñida, o por cómo camino, o por lo que sea, y comente "mirá, esx estaba en el museo". ¿Es timidez o es paranoia? O es ese recuerdo del CBC, de cuando me crucé con unas minas dos veces casi seguidas en dos escaleras distintas de Puan y se rieron de mí.
(Volviendo, me meto en Alto Palermo, y veo más o menos los mismos negocios, las mismas marcas. Y se huelen los mismos olores. Pero, por supuesto, tampoco encuentro Asics. Sólo noto un leve cambio: los de seguridad no tienen saco con escudo bordado, sino campera de tela de avión).
Ah, recién fui a Once y aledaños. En la plaza vi otro de esos pájaros azules casi negros. Y finalmente encontré las Asics. El modelo supuestamente más apropiado para alguien que pisa como yo cuesta… 2156 mangos. Todavía me dura la depresión.

Llamé y me cortaron

Está el tema ese de Billordo que dice "Llamaron y cortaron", sobre el que se pueden hacer algunas observaciones quizá demasiado literales: cómo sabe que los que llamaban eran quien él dice (sí, ya sé, identificador de llamadas… ja), por qué solo lo llaman tipos, qué relación hay entre esos llamados y la persona que lo dejó, por qué llaman y cortan…
En especial, sobre esto último, ya que en casos así, de intentos de comunicación en situaciones (¿casi?) irremontables, más que recibir llamados que cortan, soy yo quien llama y, presa de la duda –sobre qué decir ya, a estas alturas, o para qué–, balbuceo con la boca seca de orfandad, o me desmorono ante la primera palabra que recibo y en la que encuentro un tono hostil o ajeno, seguramente inexorable, seguramente previsto.
Tanto que a veces soy yo quien levanta el teléfono y no se anima a llamar, quien pasa por donde está el teléfono y decide no levantarlo para evitar esa sensación horrible de sentirse a punto de molestar, o de invadir, o de intentar acercarse a un lugar donde ya no serás bienvenido, a un lugar del que quedé irremediablemente afuera. Lo cual era obvio para una parte de la propia percepción y será aún más patente cuando la conversación termine y el peso de esa realidad confirmada sea aplastante.
Y otras veces soy yo quien corta, cuando en la cabeza, de repente, desaparecen las palabras que instaron a ese llamado, o cuando se derrumba el sentido que ellas parecían cobrar. Seguro que alguna vez llamé y corté por algo así.
Pero las más de las veces soy yo quien llama y son ellos los que cortan al escuchar mi voz. El contestador automático no entró, el identificador de llamadas falló, el reflejo de responder al ring prevaleció sobre el recuerdo de evitarme –porque soy un monstruo al que mejor evitar, parece–, y la respuesta fue cortar. Llamé y me cortaron. Más de una vez. Llamé y fue una mierda.
Sin embargo, donde quería detenerme es en la parte en que los amigos lo citan en un bar y le dicen que ya no quieren ser sus amigos. Quiero detenerme allí pues me dispara una pregunta que cala hondo en mi pasado. Y en mi presente, que suele no ser otra cosa que la repetición de mi pasado. ¿Es mejor que te lo digan o, en cambio, es preferible que la relación se termine sin aviso, yéndose en fade, en llamados y mails sin respuesta?
La primera sensación es que ambas cosas son una mierda. Como que llamen y corten, como que no llamen, como que prefieran jugar al truco o ir a marchas con carteles que dicen "ningún pibx nace heterosexual" (hay que ser muy pelotudx para levantar un cartel con esa frase) en lugar de interactuar conmigo, como que siempre encuentren allí o en cualquier lado algo mejor que en mí. Siempre.
Si lo pienso, si hago el esfuerzo de razonarlo, preferiré que me lo digan: conlleva cierto respeto, cierta consideración, expresar las cosas claramente cuando suceden. Implica tomarse un tiempo para juntar las palabras, para afrontar el momento tal vez incómodo de decirlas, aunque, como los (ex) amigos de Billordo, después se vayan rápido, sin dar explicaciones, sin que haya tiempo para pedirlas. Y sin pagar la cuenta del bar…
Porque claro que sería mejor una explicación plausible además del anuncio. Pero, incluso sin ella, al menos te ahorran atravesar ese tiempo nebuloso de incertidumbre en que es evidente la merma radical de la comunicación, y uno, desorientado, o negador, trata de recomponer el vínculo golpeando una puerta que ya no te van a abrir, que no quieren abrirte más. Y que a veces tampoco cierran de manera explícita, regodeándose, por el contrario, en la mentira del "llamame, que si estoy te atiendo", o agitando la ilusión con un "me gustaría ir a ver a Dancing un jueves con vos" o ejercitando esa mezcla de verdad y eufemismo que es el "si te necesitamos, te llamamos". O apostando a que les salga muy barato, a que su indiferencia desintegre mis intentos de acercamiento mientras me van transformando en un ser molesto que "no sé para qué llama" y que así da aún más razones para evitarlo.
Como replicantes de Videla, te (¡me!) desaparecen, y uno ya no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo: está desaparecido. Bah, uno, ellos, lo que había, lo que dijeron que iban a hacer y no hicieron (y uno se quedó esperando), todo desaparecido… Y sin saber por qué o desde cuándo.
(Obvio que sería mucho mejor agarrarlo a tiempo, hablarlo antes, mientras se deteriora, como logré intentar aquella noche en que volví a verme con una persona tras un largo interregno, catorce meses, ja, y pude decirle "pasó algo acá, ¿qué pasó con/en todo este tiempo?", y mencioné como ejemplo la tarde en que, tras seis años, volví a ver a mi padre, cuando me dijo de trabajar con él. Toqué el timbre del lugar ese, y mi viejo salió a abrirme, y me dio la mano en la puerta, y entré, y nunca se tocó el tema de ese tiempo. Ni él ni yo. Ni esa vez ni nunca. "No quiero repetir eso", le dije a esta persona, y no voy a decir lo que me respondió porque no hay cita textual y no quiero tergiversarla, pero la explicación quedó en ridículo cuando la semana siguiente comenzó otro largo interregno, que quizá ya no sea interregno, y que dura hasta hoy, apenas interrumpido el día posterior a una muerte).
De ceñirme a la teoría, valoraré a quien lo dice, a quien da por terminada la amistad, la relación, lo que sea que hubiéramos construido, en un acto explícito e inequívoco. Al rato de ese hipotético gesto, no obstante, cuando se reacomode un poco la cabeza tras el shock, será evidente que no hay nadie, ni nada, salvo la recurrente desconexión, el renovado fracaso de una relación que no prospera, la repetida confirmación de que soy una mierda, y entonces todo es una mierda, lo hayan dicho o no.
Más mierda aún cuando me acuerdo de la única persona que tuvo esa deferencia conmigo, el que dijo con tono de fastidio "no more, no llames más" una tarde en que lo llamé por teléfono, luego de superar el titubeo frente al aparato, la duda sobre si lo llamo o no y para qué, porque está claro que esa búsqueda, la de reeditar la empatía, la comunicación o el cariño explicitado, nunca llegará a destino por una movida mía.
Este boludo, que solía decirme que me gustaba dar lástima, alguna vez me dejó esperando en el teléfono porque estaba jugando al truco, lo cual, obviamente, era más importante que yo. Y otra vez, tratando de hacerme sentir mal, me instó a hacer algo, porque, claro, yo no hago nada. Estoy al pedo. Boludeo. Molesto.
Previsiblemente, era algo en su beneficio: ir a ayudar en el arreglo del techo de chapa de su casa suburbana, porque ¡pobrecitos los pobres!… Oh, las cosas útiles, esas son las cosas importantes, no buscar un lugar, o tratar de construirlo en el medio de la nada en que crecí, sino el extraño mix entre materialidad y espiritualidad barrial que se inventan algunos.
El forro este –que desacreditaba mi pelo largo porque en su adolescencia, cuando tomaron un colegio, en el 73, ellos también tenían el pelo largo, más largo que el mío–, un pelotudo peronista que a su perro le había puesto de nombre Megafón mucho antes del revisionismo K, un necrófilo que buscaba una mujer que fuera su Evita, aquella tarde me preguntó si curtía (sic), me maltrató a su modo, y, con tono ofuscado, remató su sermón diciendo que "estoy en un llonsi de ruedas". No pretendía darme una noticia, pues ya lo sabía, ni dar lástima, porque eso me estaba reservado a mí, ja. Tal vez sólo quisiera decirme que lo mío era insignificante y latoso, que lo realmente groso era lo suyo y que en esa grosez no había espacio para mí.
Los vericuetos de la web me devuelven ahora su nombre y su imagen junto a la gilada dolinesca sensiblera que le gustaba cultivar, publicadas bajo un encabezado que resalta el mucho amor con el que están escritas. Luego de agradecer la lectura, se rectifica para instarnos a leerlas porque "necesito el laburo". Traté de dejarle un comentario para preguntarle si eso no era dar lástima, pero el formulario de la página no funcionaba.
El mismo entramado de bits me muestra también las palabras repetidas y los éxitos de otros conocidos a la hora de renovar con ellas sus relaciones, lo que pone de manifiesto cuán intercambiables les resultan las personas. Esas mismas palabras aplicables a unos, a otros, a otros más… "Queridísimos exalumnos" vale para todos. Incluso para aquellos a los que no querías. Quizá porque no querés a nadie, y solo simulás. Quizá porque para ustedes somos la escenografía que adorna, según convenga, la puesta en escena de su vida. Hoy pinta poner esto acá, mañana me aburre o me molesta y lo descarto en una caja, en un desván, en el silencio. Pero, claro, la persona que posiblemente tenga Asperger, la que tiene dificultades para registrar a los otros, soy yo…
Los veo diciendo lo mismo, porque –ya lo dijo alguien– el público se renueva, y pienso en el próximo incauto al que engatusará la negrera y estafadora que sigue prenseando al multiprocesado político-empresario nac&pop. O en el siguiente idiota que se conmoverá con el verso de la chica pobrecita que no puede acabar con su pareja desconsiderada, que no la entiende y que se toma toda la merca en vez de guardarle un poco.
Cuánto me gustaría poder decirles, con una claridad que nunca alcanzo (que es inalcanzable, porque las versiones de la realidad que se imponen siempre son las de los otros, nunca las mías): "Ey, descubrí tu juego: lo que vos hacías era esto y esto, para que yo y/o los demás quedáramos en tal situación. Eso era lo profundo, la matriz de tu manipulación, y lo que siempre cuento son meras anécdotas, las diversas formas que iba tomando".
¡Y cuánto me gustaría poder exponer esas mentiras, esas palabras repetidas! Que todos sepan que "este salame" y el otro salame fuimos salames por creerle a la chorra esa cuando dijo que nos iba a pagar. Decirles a sus contactos de FB, por ejemplo, cuán garca, estafadora y mitómana es, y que no pueda mentir más, que tenga que inventarse otro modus operandi para estafar trabajadores.
Cortar de alguna forma esta dinámica donde siempre me derrotan en silencio. Donde en silencio me condenan al silencio. Sacarme ese peso no solo yo en mi mirada, sino en la de ellos. No solo que se enteren, pues les chuparía un huevo, sino que no les resulte gratis forrearme o despreciarme. Y no tener más pesadillas, como las que hoy me dejaron como consecuencia un aturdimiento que continúa aunque me levanté hace varias horas.
No sé si buscando más palabras para, diez años después, mandar un mail que creo lúcido y que al rato me parece pura gilada, o puteando por escrito, con treinta años de demora, a un maestro del colegio. O si acuchill… quiero decir, escupiéndoles la cara. O si haciendo un blog que se llame gentedemierda.blogspot.com, donde cuente estas y otras historias con nombres reales y fotos de las personas referidas… Lo postearía desde mi casa, desde mi IP, y una vez posteado les mandaría por FB el link, ja. Para que tengan. Capaz.

Jazmines

De nuevo es octubre y de nuevo florecen los jazmines de mi jardín. Por un mes y medio o dos filtrarán su perfume en subrepticias ráfagas que circulan por el patio y a veces llegan a mi pieza.
Es la última vez, supongo, el último octubre que estaré acá. Y pienso en que nunca pude compartirlo con nadie. Aunque lo intenté (las veces que pude, que fueron muchas menos de las veces que lo deseé).
Así también será la muerte, seguramente. Con certeza sobre la fecha de llegada o no, llegará, y veré que nunca nadie habrá querido compartir nada conmigo.