martes, 29 de septiembre de 2015

Sube el nivel del mar (en mis ojos)

Un asiento vacío junto a la ventanilla y los cimbronazos del tren cuando les corre carreras a los autos de la Lugones. Cada cambio de vía me sacude el cuello y me entreabre los ojos que cerré para protegerme del tenebroso sol de la mañana.
El efímero momento "on" de la visual capta a un vendedor atravesando la puerta del vagón. Me acuerdo, de nuevo, como hace un rato –como cada vez que el sol ilumina el viaje desde ese ángulo–, pero más intenso, de un tiempo que se hizo lejano, de un viaje a estas horas, de la única vez que alguien me acompañó.
Más intenso culpa tuya, vendedor, cuando te oigo vocear que La Princesita Sofía, Violetta y El Hombre Araña protagonizan los libritos para dibujar o pintar que vas dejando en los regazos. Más intenso porque tu rutina laboral suma el recuerdo de un niño del que me habían contado que se copaba con "Maña", su versión media lengua de Spiderman.
Inesperada e incontenible como una eyaculación precoz, una forma de angustia sube hasta la garganta que no tiene con quién hablar. De ahí a los ojos hay un paso. O un par de eclisas. El calor se siente en la cara, que se descompone en pucheros, y una parte de mí se preocupa por que la mina tatuada del asiento de enfrente o alguno del otro lado del pasillo podrían darse cuenta.
Cuando se me hace evidente que los ojos rebalsaron y siento que no puedo caretearla más, llega en mi auxilio el túnel de la estación, oportuna oscuridad que me permite limpiarme libremente la cara con la mano, con el antebrazo, con la remera, y disimular esa lava cristalina que enjuaga el clímax de la nostalgia.
Ya pasó el momento, el tren vuelve al sol, y por una docena de estaciones encapsulo la ausencia con la ayuda de los múltiples vendedores siguientes, que, por suerte, se dedican únicamente a las golosinas y al chipá.

1 comentario:

y. O. dijo...

En busca de las palabras esquivas. En busca de todo lo esquivo. En busca de algo más que palabras, porque las palabras solas no alcanzan.