martes, 29 de septiembre de 2015

¿Y vos me vas a corregir a mí?

Pocas cosas me desaniman más que tener como profesor a alguien que no me resulta creíble. A alguien que exhibe errores notorios, a alguien que no sabe cosas que yo sé… Y que no venga ningún seguidor de las modernidades docentes a decirme que el conocimiento se construye entre el profesor y el alumno. De ser así, que me paguen mi parte.
Si la persona a cargo se contradice, si tira líneas equivocadas, si tiene errores ortográficos o conjuga mal los verbos, si la concordancia o los pronombres relativos le resultan inextricables, me la baja, me la seca, me las saca –-> las ganas. Encima, algunos de esos docentes tienen la moral tan alta que se ponen a escribir, y te dan unos apuntes de su autoría que son un catálogo de errores ortográficos, gramaticales, sintácticos, ortotipográficos…
Cualquier cosa que lea con un error me corta el mambo, me impone un hiato en el viaje de la lectura, como esas películas viejas a las que les faltan un par de cuadros. Cuando eso se hace frecuente, lo natural es abandonar el texto. Salvo que fuera menester leerlo para un parcial. En ese caso, primero lo corregía y luego lo leía con actitud de estudiante.
Pero, a veces, hasta eso es imposible, pues el texto que nos entregó el profesor, su esmerada obra, no es más que una aglomeración de palabras que pertenecen a cierto campo semántico, pero que no conforman un sentido.
Se bardea, en general justamente, a los alumnos por sus escasas capacidades a la hora de expresarse con palabras. Pero, entonces, ¿qué queda para estos docentes ¡de la carrera de comunicación!?
No se trata de un estilo agreste, de los molestos errores de tipeo, de las palabras que suelen presentar problemas con los acentos, de algún error de ortografía, del horrísono e incorrecto si + condicional (“si vendría, si estaría”). Es la sintaxis, es el sentido, es… ¡todo! Este texto es imposible de corregir porque es imposible deducir, incluso sospechar, un sentido en tal bodoque.
Lo único que puedo intuir es que se trata de una desgrabación mal hecha, no corregida, la cual revela, de paso, lo mal que hablás y, por consiguiente, el desorden de tus ideas. Así que aprendé a escribir, aprendé a expresarte, animalito de la tierra, docente y profesional, tomá un curso –o varios– y liberanos de leer esto.

Taller de Radio
Dr. Aníbal Binasco
INTRODUCCIÓN AL PERIODISMO RADIOFÓNICO Unidad II
En la ficha anterior dijimos que la traslación de la lengua escrita para ser leída por radio es una primera aproximación que, en esa materia, se hace al medio, del uso directo del lenguaje escrito en la radio.
A poco de andar, se llegó a la conclusión de qué el sistema así no funcionaba, no alcanzaba para satisfacer las necesidades del medio conforme a su naturaleza y consecuentemente a las de la audiencia.
Es decir, no comprendía totalmente, no podía abarcar, con las leyes propias del espacio limitado de la prensa gráfica, al ámbito temporal que es el propio y específico de la radio, en su realización y difusión.
La radio es un medio del presente disparado hacia el futuro, en eso se caracteriza su producción y realización. Aún cuando se tomen discursos sonoros reconstruídos (editados) en el momento de difundirlos parte la flecha hacia el futuro que consume al presente, que es el ámbito en el que se desarrolla la puesta en el aire.
El periódico es un medio actual, generalmente construído discursivamente en el pasado inmediato y con vocación de presente y futuro que proyecta. Con realización, producción y difusión en su dimensión espacial.
Esta dimensión temporal a través de la que se difunde el discurso radiofónico, va a caracterizar y condicionar la naturaleza de la forma y el contenido de su lenguaje.
El lenguaje de la radio está medido por el tiempo y su construcción como se verá tiene que adecuarse a esta naturaleza, redactado y dicho para ser escuchado.
Por el contrartio, el lenguaje de la prensa periódica gráfica está limitado en su extensión y desarrollo por los espacios planos de sus páginas, y sus contenidos significativos son adecuados para su destino: la lectura.
El nacimiento de la radio va a dar lugar a una nueva estética: la estética radiofónica, en la que la forma en la que el medio se expresa está inseparablemente unida a sus contenidos significativos.
El contenido significativo al que vamos a prestarle atención es la palabra hablada. No cualquier palabra, no la escrita. La palabra hablada, aquella que suena en nuestros oídos cuando la pronunciamos y naturalmente en la de quienes nos escuchan: los oyentes.
Entonces, vamos a prestar particular atención a la palabra hablada, y a la palabra hablada para ser escuchada, en este caso por un tercero ausente: el oyente abstracto, ése que imaginamos como destinatario de nuestro discurso.
A esta altura habría razones para preguntarse por qué este tercero ausente (público), porque el hablante construye generalmente su discurso con el otro, que asiento o lo contradice. Lo necesita aún en los monólogos, a los que yo llamo monodiálogos, por la estructura eminentemente dialógica que tiene todo proceso discursivo y el radiofónico no es una excepción, todo lo contrario.
Para adentrarnos en el tema, comencemos por los géneros discursivos más simples y específicamente radiofónicos. Son el boletín, el flash y finalmente el noticiero, o panorama radiofónico (1).
Hasta aquí lo que queda claro es que el lenguaje radiofónico de la radio es el del sonido en término genérico. Es decir, en términos más precisos: la palabra hablada; sonidos varios/armónicos; sonidos varios/inarmónicos: ruidos; música y silencio.
Con lo que hasta aquí vimos, podemos hacer una primera aproximación a las similitudes y diferencias entre la radio y los otros medios: gráfico y televisivo.

3 comentarios:

Dominguez dijo...

El Dr. Aníbal llama monodiálogo a un monólogo.

Dominguez dijo...

Monólogo (del griego mono: uno; y logo: palabra) es un discurso que emite una sola persona tanto para un solo ente receptor como para hacia otros receptores ...

y.O. dijo...

Gracias por la explicación (?).
Pero eso es lo menos incomprensible del texto. De hecho, lo entendí de una.
Por cierto, qué bueno que los docentes no tengan que pasar por las mismas exigencias que los alumnos (qué bueno para los docentes, claro). Porque si el doctor tuviera que cursar Taller I de Cappiello no sé si aprobaba.
(Y si cursaba Taller de Olga, seguro que no aprobaba, jaja. Tendría que dar un taller, no sé de qué, pero eso casi que es lo de menos (?))