domingo, 23 de julio de 2017

¿El que va para dónde?

Cuando alguien en la calle me pregunta dónde para un colectivo, mi primera respuesta es "¿el que va para dónde?". No sé si lo pregunto para no mandarlo al lugar contrario, para tener unos instantes más que me permitan abrir el archivo mental de paradas y recorridos de colectivos o simplemente para estirar la conversación.
Elongaba yo en la reja de la plaza, aprovechando que no hacía frío, luego de correr siete kilómetros a una velocidad lamentable, mientras mis ríos de sudor se iban secando al aire fresco de la noche. Sin que la viera ni la oyera venir, una chica apareció desde mi izquierda, inició la conversación tal vez con un "disculpame" y me preguntó dónde paraba el 97. Repetí mi pregunta automática, "¿el que va para dónde?", y ella señaló con el dedo antes de que su lengua recibiera la orden de su cerebro y dijera "para Mataderos". Bah, ese es el recuerdo: no hay video que lo atestigüe. Me gustaría que lo hubiera para corroborar la exactitud de mi memoria.
Pensé el medio instante que mi GPS mental tardó en cargar y le dije, ayudándome con un par de ademanes: "Hacés una cuadra por esta y en la esquina, una a la izquierda". Pese a que la calle en cuestión estaba bastante iluminada, más que las otras con las que hace esquinas irregulares, algo le generó temor y me preguntó si no pasaba nada. Acá la literalidad seguro que falla, pero la idea era esa. Le dije que estaba todo bien, que incluso había gente caminando, mientras mis ojos encontraban a dos personas paseando sus respectivos perros sin que mis palabras llegaran a mencionarlos. No la noté muy convencida, y creo que ya se estaba alejando cuando pude darle una alternativa: "Si no querés ir por ahí, hacés una por esta y en la esquina doblás para allá".
Me agradeció, la vi irse, dudando todavía sobre cuál de los caminos seguir, hasta que descartó mi primera sugerencia y eligió perderse en la oscuridad de la calle que le dictó su intuición. Mientras, yo pensaba en que no había descripto bien el lugar de la parada. No hay poste en esa esquina, es una de las paradas implícitas que abundan en los barrios, y me quedó rebotando en la cabeza la ausencia de más detalles sobre el lugar: el colegio, el kiosco, el almacén. Pensé en seguirla, para ver si mis indicaciones le habían resultado claras y útiles. Di por terminada la elongación y caminé un par de pasos hacia la esquina, pero desistí antes de llegar. Ya fue, me dije. Aparte, capaz que la sigo, se da cuenta, y, temores de estos tiempos, flashea cualquiera. Mejor no.
Volví sobre mis pasos y di una vuelta más a la plaza, caminando. Uno de los borrachines nocturnos me vio pasar mientras salía del lugar reparado donde había hecho pis y me dijo "seis vueltas, ¿no?". "¡Dieciséis!", le respondí con una satisfacción que borró la frustración por el tiempo y por no haber podido sacarle una vuelta a la cincuentona que no falla ni una de las noches de los días hábiles y corre casi una hora. Terminé de rodear la plaza, con sus rejas ya cerradas, pero con bastante gente en su interior (?), y, en vez de irme a casa, doblé de nuevo, agarré la cortada y fui a ver si la chica había llegado a destino.
De lejos, entre los árboles frondosos y los autos estacionados, creí verla, justo en la esquina, no a diez o quince metros, donde se supone que para el bondi. Más cerca, con la vista más franca, reparé inevitablemente en un nene sentado en el umbral del almacén, tirándose al piso, como jugando, y luego vi a la chica esta y a otra mujer, que debería ser la madre del niño. Junto al kiosco que no acepta monedas de diez centavos, cerrado pero iluminado, había un par de personas más.
Entonces noté que no me había quedado claro el recuerdo de su cara ni el de ninguna característica física o de su ropa, a la que apenas recuerdo en colores oscuros, negra o azul. Como si todo el tiempo que hablamos yo hubiera buscado con la mirada los lugares a los que hacía referencia en mi explicación en vez de mirarla concretamente algunos segundos, los suficientes para hacer un contacto visual que imprimiera en mi memoria. Eso, sumado a la lejanía y la oscuridad, me hizo dudar en un principio, pero ya en la esquina, sin cruzar, y luego cruzando para el otro lado, quedando en diagonal, me convencí de que era ella.
Miré unos segundos más. Pensé en pasar a su lado, confirmar plenamente mi convicción mirándole las zapatillas oscuras con vivos blancos –lo único que en ese momento podía identificar de su apariencia– o recibiendo alguna palabra suya y, si había chance, mentirle que estaba yendo a casa. Pero deseché la idea. Ya fue, me dije nuevamente. Y me volví con el silencio de la noche alrededor. Y con el de la incomunicación en la sangre. El primero duró hasta que pasé por la casa de la otra cuadra, donde parece que había una reunión o una fiesta, y el hip hop, el rap o no sé qué mierda sonaban muy fuerte. Se oía intensa la música desde la vereda de enfrente mientras yo pensaba cómo sería tener que convivir con vecinos así.
Crucé la calle justo enfrente de casa y, al asomarme para ver si venía un auto, vi al colectivo saliendo de esa parada. Me quedé en la vereda, elegí el lugar más iluminado y cuando pasó miré hacia su interior, a ver si la reconocía, a ver si ella miraba por la ventanilla y me reconocía. No sucedió. Justo detrás venía otro bondi, y mantuve la mirada, y la posición, y la expectativa, pero lo único que recuerdo de este fue su puerta central con vidrios polarizados.
Unos minutos después, en la ducha, se me ocurrió escribirlo acá, para publicarlo quién sabe cuándo; en un momento en el que, de otro modo, solo serían recuerdos borrosos, un pasado perdido. Tal vez sea un intento de estirar esa comunicación, la de una voz amena dirigiéndose a mí con naturalidad, un intercambio cuya transcripción requeriría más de seis guiones de diálogo, la certeza de haber sido útil, el bonus de cazar en el aire su duda extra y resolverla. O el de tentar aquí la posibilidad de otra comunicación, la cual se revela cada vez más y más improbable.
En esa conjunción módica de tiempo y espacio fui una persona sin marcas relevantes de freakez, dentro del mundo, pudiendo interactuar fluida y favorablemente con alguien que también está allí, "moviéndome en el medio de la sociedad en general y moviendo por mi parte ese medio mismo". De tanto mirarla o de tan intensa impresión que me dejó, terminó haciéndome ver de forma inevitable su reverso: que algo así solo puede suceder a raíz de una cuestión muy específica, en un lugar muy acotado (en otro barrio no podría haber pasado, por ejemplo), y que inexorablemente será igual de fugaz porque no tengo nafta para más. Y aun cuando se den estas condiciones, será necesaria, además, la alineación de otros mil azares para que ocurra esa intersección.

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