miércoles, 13 de septiembre de 2017

Corriendo por la bicisenda

La otra noche, no muy tarde, salí a correr. En realidad, era de noche solo porque era invierno: serían las siete, o siete y media. Y elegí correr por la bicisenda: tal vez para variar el circuito, y, sobre todo, seguramente, porque en las veredas de las plazas cercanas aún había demasiados peatones, varios de ellos con niños, y, claro, los infaltables perros.
Antes de la primera cuadra apareció por detrás de mí un ciclista que me reprochó que corriera por la bicisenda. Como recién empezaba mi recorrido, tenía aire y pude responderle: "¿Y a dónde querés que corra?". Me dijo que fuera "al parque" y ya se alejaba, porque su intención no era comunicarse, sino dejar una estela de mala onda, cuando alcancé a decirle "hay gente, hay perros, está lejos". Respondió con una cara de orto y unas palabras perdidas en la creciente distancia. Media cuadra más adelante otra persona corría por la bicisenda, y, cuando vi que pasaba a su lado sin hablarle, le grité: "¿A él no le decís nada?". Supongo que no me escuchó.
Un par de kilómetros más allá, una ciclista que venía en sentido inverso me gritó su ira con acento brasileño desde varios metros antes de cruzarnos. El oxígeno ya me resultaba un bien escasísimo, y creo que no pude responderle lo que pensé: que vaya a la selva a comer bananas. La repetición de la mala onda logró sacarme de mis casillas. No sé si la interpreté como una señal del destino, pero me pareció prudente doblar en esa esquina y tomar otra bicisenda, menos transitada, aunque más inhóspita y carente de conexión con el resto de la red.
El parque que refirió el boludo aquel está lejos, sea el parque que fuera. Además, en varios parques suele haber ferias, cuyos puestos y visitantes ocupan las veredas, con lo cual no se puede correr allí. Salvo que el infeliz pretenda que me cruce la ciudad para ir a Palermo. Y que me vuelva en colectivo, chorreando sudor.
En las plazas es complicado correr: mucha gente, muchos perros, caca de perro (aunque en la bicisenda también hay), nenitos distraídos, familias caminando a paso lento con el cochecito… Y los días de feria municipal directamente no se puede correr en la plaza gracias a los puesteros que se cagan en los runners (y en los peatones) e invaden la vereda y gracias a sus clientes que se cagan en los runners (y en los peatones) mientras hacen cola o miran productos con sus bolsas y sus changuitos.
De hecho, casi no hay lugares específicamente destinados a correr. Sólo conozco dos: la pista de Parque Chacabuco –donde no somos bienvenidos los que corremos a ritmos lentos porque "es una pista de atletismo, no de running"– y la plaza de Anchorena y Córdoba, que es la única plaza con un sector demarcado para runners. Aun así, muchos peatones suelen caminar desprevenidos por su angosta y deteriorada alfombra de goma. Si no fuese tan engorroso hablar mientras uno corre y otro pasa con la bici, trataría de decirles algo de esto a los ciclistas mala onda y, sobre todo, recordarles que ellos andaban en bicicleta por la calle, generando las puteadas de los automovilistas, hasta que les hicieron las bicisendas. Del mismo modo, nosotros corremos por la bicisenda hasta que el gobierno de la ciudad nos haga unas runningsendas. Tristemente, no creo que eso suceda pronto. De hecho, el gobierno de la ciudad tiene un programa donde hay profesores de educación física que coordinan grupos de entrenamiento para runners en distintas plazas, pero no en la única plaza con alfombra.
Es más: el año pasado renovaron las veredas de Parque Centenario, donde corren cientos de personas por día, y en los infaltables avisos con fondo amarillo hablaban de "veredas aeróbicas". La noticia me entusiasmó, y una tarde fui a ver cómo había quedado el lugar, con la ilusión de que hubieran puesto alfombra de goma. No. No pusieron alfombra. Ni siquiera demarcaron con pintura sobre las baldosas un sector para correr.
Las "baldosas aeróbicas" en realidad son unos baldosones de cemento alisado separados entre sí por una fila de adoquines. No sé quién fue el forro mental que les puso ese nombre ni quién fue el forro mental que decidió poner los adoquines, pero seguro que fue alguien que no corre y a quien la cabeza no le da para pensar que te podés torcer el tobillo dolorosamente si venís corriendo y pisás el borde de un adoquín. Además, la zona donde están los puestos de libros sigue siendo casi intransitable para un corredor: los puestos reducen el ancho de la vereda, los puesteros ponen objetos del otro lado, junto al cordón, y en medio se detienen los posibles compradores. ¿Resultado?: hay que bajar a la calzada, esquivando autos estacionados y el tránsito que pasa por la avenida adoquinada, el cual incluye un par de líneas de colectivos.
Ni hablar de los fines de semana, cuando está esa feria donde venden basura, porque no es otra cosa lo que venden. Entonces, los puestos obstruyen las veredas haciendo definitivamente imposible correr y, de paso, muy difícil caminar. En síntesis, Parque Centenario es una mierda.
Cuando corro por las bicisendas, en general no me lo echan en cara. Podría contar esas situaciones con los dedos de una mano, y nunca, hasta ahora, de parte de un automovilista. Sé que debo tener plena atención cuando lo hago, y trato de tenerla, aunque a veces, para evitar el rojo de un semáforo, no pude evitar correr riesgos excesivos cruzando alguna calle.
Pero nunca falta el que te manda a correr por la vereda. Dale, voy a correr por un lugar oscuro, lleno de baldosas rotas y caca de perro, esquivando gente que camina o que sale de los edificios, pasándoles finito, o transformándome en amenaza para cualquiera que va con el celular en la mano y de golpe le aparece uno corriendo desde atrás…
Ciclistas así muestran nula empatía con un otro que hace actividad física. ¿Por qué no se quejan de los automovilistas? ¿Por qué no se quejan de las motos que invaden las bicisendas? O de las "bicimotos", que no son otra cosa que motos, pero más ruidosas. O de los camiones que estacionan allí impunemente para cargar y descargar mercadería.
En verdad, los ocasionales runners que me cruzo corriendo por la bicisenda tampoco son un dechado de empatía. Cuando pasa alguno, me dan ganas de saludarlo, de alentarlo, de hacerle un imaginario juego de luces, como hacen los colectiveros para saludar a un colega de su misma línea al cruzárselo en una avenida de doble mano. Pero en el efímero contacto visual que sucede en esas ocasiones jamás encontré un mohín que habilitara la comunicación.
Mientras no haya más plazas que tengan alfombra, seguiremos corriendo en las bicisendas, y cuando algún pelotudo me tire mala onda, ojalá tenga aire para decirle algo de esto o, mejor, para mandarlo a la concha de su madre. O para pelearme, como me quedé con las ganas la otra vez, cuando con un gesto le pedí a un viejo que se pasara de carril, dejándome a mí el carril por donde venía, el de contramano, para evitarme el pronunciado desnivel de la calzada junto al cordón de la vereda, y el idiota me agreteó malamente.
Al menos, para decirles que no se quejen, que estoy andando en mi bicicleta invisible.

2 comentarios:

Ana dijo...

No das más de pelotudo.

Anónimo dijo...

La forra de mierda esta, Ana, no sólo quiere dejar su estela de mala onda -más o menos como el ciclista que me reprochó por dónde corría- con su insulto sin argumento y su comentario en un posteo de hace cinco años, sino que está tan ciega de odio -o el sentimiento de mierda que fuere- que me llama en masculino.
No soy pelotudo, no soy pelotuda, y vos sos una triste infeliz.
A la mala onda se le responde con mala onda y, lo más rápido posible, con el restablecimiento de los parámetros emocionales previos.